Noventa y tres días para morir (Una pecera mentirosa)


Noventa y tres días para morir.
No me importa el color de tu cabello, ni si usas desodorante, yo huelo tu ovulación.
La onda no es a gritos, es a susurros, a besos, a miradas, a manos heridas dibujando.
La onda es sin prisa.
Cuatro punto cinco millones de pesos. Doce puntos en el Down Jones.
Una estrofa de Fito.
Noventa y tres días para morir. Un taco al estilo Baja, con camarón empanizado.
Fabi, vení.
Los perros ladran. Los pájaros no vuelan sobre el mar.
No sé. 
Un lienzo manchado con tus deseos.
Mis ojos me los perdieron unos hongos.
Que el hubiera fuera el presente.
Que los alemanes hicieran autos baratos.
El aire a veces mata. Los salmones brincan en ríos secos con mierda en las piedras. 
Tragamos mierda. Del baño a tu vaso. Bienvenido a Tulum.
Baños de hielo. Baños de orina dorada. Cuartos saunas. Agua caliente.

¿Cómo se llamaba el primer humano que prendió fuego? Lo hubiera patentado.
Te robaron los condones. Nunca fue el Valet.  Nunca estamos tan pedos. Nunca somos tan felices. 

El estómago vacío. Las bolsas del pantalón roto. Nadie cree en nada. Nadie cree en mí.
Esos ricos que solo tienen dinero y el ego atorado en su traquea.
Esos pendejos que el día primero de enero hacen fila en la madrugada para pagar sus impuestos.
Olvidar el arte de fornicar en el piso sin joderte las rodillas. 
Escribir en el aire un poema. Dibujar un dragón en el antebrazo. 

No saber que eres un pendejo. No saber que la tormenta eres tú.
Cuarenta mujeres por día destinadas al piso catorce. A embarrar sus pechos a la plancha vertical fría que se traga esperanzas.
Siempre quiero comerme tu boca.
¿Qué le iba a decir cuando me preguntó si era feliz mientras se ataba su cabello en un chongo, irreverente, descompuesto y sensual?
¿Dónde acaban los cantantes aburridos? ¿A todos les acaban poniendo su nombre a una calle jodida de su ciudad natal? 
Noventa y tres segundos para morir. Cuéntalos…..

Quiero tener una pecera enorme, ostentosa, que cueste una fortuna, pero que no habite ahí ningún pez, molusco, ni nada y así sentir que salvo algunas especies marinas y de pasada me sirve como un espejo hiperrealista y mamón, y que mientras esté ahí parado, piense en los pendejos que contaminan el mar, en los que van al fondo del océano, en los que cazan ballenas, en los que viajan al espacio, en los puñetas que quieren colonizar la luna. Habría muchos pendejos en quien pensar, me faltaría vida, pero me ayudaría a no pensar en mis cagadas o en las cagadas que me han hecho. Mejor pensar en cagadas colectivas o ajenas. La viga en mi ojo no existe. Nada existe en mí. Estoy hueco, pero lleno de soles.

Pienso en las personas que hacen los supositorios y me pregunto cuántas veces al día se les antoja rascarse el ano o meterse los dedos a la nariz.

Tener una pecera mentirosa, que me genere ilusiones, que imagine prismas, que me engañe, que invente mundos. Noventa y tres días para morir. Implosiones de almas, miles por día. Playa Girón y yo en los ochenta pretendiendo que le entendía a la letra de esa canción. Eso era antes, cuando los veranos no eran tan calientes y los otoños eran otoños. Cuando Fito sufría. Cuando era un ingenuo, cuando yo era un chaval.

Un reseteo  de todo. Búscame lo que quieras aquí lo encontrarás, tengo poderes. Tengo el saldo de indulgencias plenarias a mi favor, traigo el fuego transparente atrás de mí, adentro.
Que loco. Que cagado. Hasta que gane. Ahí me mirarán y dirán que es suerte; ahí me miras bien y lloras, chillas pero con madre.

Que la pecera tenga filtros como lo de la Nasa, que tenga marea, que me provoque nostalgia. ¿Te cuento un cuento? ¿El tiempo en un bar es real?
Se me antoja decirte cosas raras, algo que nadie te haya dicho. 
Recuerdo un amigo que decía que nuestra amistad duraría toda la vida, pero eso no existe. Ni el amor, ni los amigos eternos, mucho menos los mejores amigos. Hay demonios y ángeles, unos buenos, otros locos y viceversa.

Un acercamiento a tu clavícula. 
Aguántame doce segundos la mirada. Pierdes por mil. Nunca cambies, no vales madre.
Que el tiempo me la pelara.
Que ganara con el fuego.
Que sí te coma la boca.
Que nunca olvide el dolor.
Que siempre no recuerde nada.
Pasado pisado, presente de frente… futuro en tu boca.
Un Bitter para los lunes en la mañana, para superar la mierda de tus mentiras.
Siempre sobreviviré hasta que muera; entonces siempre gano. Siempre es hoy.
Nadie nunca cambia.
Ni siquiera aceptaría en la pecera a una sirena que hablara sueco y tuviera piernas.
Shakira en mis sueños, en mi cama, dándome un premio, tú aguanta, tú cree. 
¿Quien te crees que sos?
No vendas espejos. No hables. ¿Por qué? Porque lo digo yo. Porque ya encontré donde nace el arcoíris. Ya sé cuando se va a secar el mar. Yo sé cuando cargaré onzas doradas. Yo sé. Yo creo. Porque sí. Porque soy yo.
¿Pero por que? 
Nada.
Dilo.
No.
Que la mierda.
Sí, mierda desde el fondo del mar hasta los montes  de la luna.
Que vuelen romeros incendiados.
No tengo nada que perder, no es cierto, tengo tres soles metidos en mis células.
Me dan oxígeno. Me dan todo.

93,92,91……..¡Pum!

Kato Gutiérrez, © 2023

Esas cosas simples

Esas cosas simples.
Como una chispa traicionera.
Como una luna tapada por nubes cargadas de lágrimas contaminadas.
El aire era de otro sabor.
Un loco soñador quemándose.
Como una rima incompleta. Como la página 28 en blanco en plena primavera.
Como arder lento. Trepar los decibeles de un grito que parecía imposible.
El cuerpo en fuego. Un latigazo de lumbre a dos centímetros del escroto me hace pensar que para morir también hay que tener suerte.
Como no se sabe una mierda mientras arde tu cara y tu alma.
Como tanto odio metido en un fa sostenido lleno de sombras.
Las rodillas nubladas.
Humo y gas en mis pupilas. Perdido.
No entender nada. 
Una foto que inyecta adrenalina que salva.
La vida en un volado, en un cerrojo.
Sentir que estoy muriendo.
Morir solo. Morir hoy.

Esos detalles. 
Cientos de poemas. Ángeles de alas azules. 
Unos ojos cubiertos por lentes de sol.
Como una clavícula inolvidable.
Como un vendedor de agua de jamaica tibia.
Un abrazo con un desconocido que me regala un consejo con olor a tabaco.
Como no saber una mierda de nada.
Como morir de pronto un martes cualquiera.
Esas cosas simples como unos dedos en el cuello, buscando el pulso, o regalando placer.
Como pintar un corazón con las pestañas.
Como unir dos palabras ante todo pronóstico.
Como cagar en el mar.
Como mear en un jardín.
Como encontrar alegrías en una guitarra que nadie ha tocado. 
Como tatuar mis iniciales en mi aorta con una aguja vieja.

Una respuesta a un grito de auxilio.
Una voz extraña entre la neblina regalando esperanza.
Una güera desconocida embarrándome la humanidad entera en un abrazo.
Porque las manos no son las mismas. Ni las otras ni las mías. El fuego me las arrebató.
Olor a carne quemada, a gas, plásticos retorcidos. Corazones transfigurados. 
Me rodean las sombras, luces rojas y azules. 
Me regalan otro trago y dos ilusiones. Me dan un teléfono en la mano. 
Porque sigo creyendo en mí. Porque sí.
Por miles de oraciones que aparecieron, rodillas talladas.
Una estampa con una oración que aparece abajo de la puerta.
Como Monterrey sin montañas.

Las cenizas huelen a pasado.
No todo se quemó. La esperanza tiene coraza dura.
Morirse es algo solitario.
Cómo creer que estaré mañana, y entonces borro el mensaje. Y entonces me callo. Me contengo. Porque olvidamos el motivo de nuestro afán diario.
Porque el amor, si es que existe, duele, a veces.
Como girar y no encontrar mas que lenguas de fuego.
Como regresar y encontrar la puerta abierta.
Como herida que llora.
Como desear te de manzanilla chuparte. Como las luces de tus nudillos.
Como el aire desaparece y se pinta de rojo, de negro.

Como una mujer que levanta un perro como si fuera un pájaro y te regala una sonrisa llena de calma.
Como un desconocido se convierte en mejor amigo en segundos.
Como un correo al día siguiente te inyecta morfina.
Como un chocolate anónimo.

No quiero cerrar los ojos.
Leo notas en las estrellas.
Escribo poemas en el aire.
Hay ocasiones que lo mejor es callar y sonreír.
Ni un segundo banal.
Sobreviviente.
Vivo.

Kato Gutiérrez, © 2023

ALMAS SOLITARIAS

Almas solitarias por todos lados.

Todo pesa, cada vez cuesta más levantarnos de la cama.
Y nos olvidamos de nosotros, miramos alrededor, tímidos, encorvados por la losa que nos pusimos en nuestros lomos, como una piedra enorme de un cerro de Nuevo León.

Con la edad queremos encontrarle explicaciones a todo. Ignoramos sucesos tan improbables, pero reales, porque ni siquiera levantamos la mirada. Hay energía rondando alrededor de nosotros cagada de risa. Dejamos de creer en lo que sentimos. Muy de vez en cuando, en alguna noche brillante, sentimos una comezón en las venas, y lo achacamos al cansancio, a la edad, o alguna enfermedad, ni siquiera dejamos una probabilidad a que sea una luciérnaga, un rayo de sol, o un pedazo de arcoíris, o un recuerdo de una mirada.

Nos vamos fundiendo, vivimos cansados, vamos perdiendo fuerzas, pretendiendo cuanta mamada sea necesaria para que nadie nos cuestione nada. Para pertenecer al molde preestablecido, a lo que todos esperan de nosotros: Un solo sueño. Una sola profesión. Una sola religión. Una sola pasión. Un solo amor.

Colapsamos los domingos, o los miércoles, o cualquier pinche noche, por temor a todo, hasta a la felicidad. Somos presa fácil. Mañana será lunes, o cualquier día en todos lados. Habrá que levantarse, andar, seguir y sacar fuerzas de cualquier jodido rincón, del recuerdo, de la supuesta y mínima esperanza, de los sueños borrosos, del enorme deseo darle la contra a todos. De demostrar. De estar listo por si conoces al amor de tu vida, si es que esto en realidad existe.

Contamos cuervos. Hay elefantes blancos dentro de nuestros cuartos de cuatro paredes grises en donde no ha sucedido un orgasmo en años. Ignoramos segundos, instantes, inhalaciones, como si tuviéramos años asegurados.

No durmamos porque la noche nos va a matar.
Luchamos contra la gravedad, contra el mar pero no somos valientes para enfrentar nuestro interior. Exageramos recuerdos, los cargamos en el pecho, pinchándonos, jodiéndonos, adrede provocamos ese dolor para tener una excusa para explicar la cara caída que no logramos hacer sonreír. Metemos presión sobre las sienes por no aceptar lo que sentimos. Somos cobardes para dar brincos de fe, pasos ciegos. Porque nos da pavor darle el control al corazón o al destino. 

¿Entonces? Prestémonos nuestras bocas unos segundos aunque nos ahoguemos en pétalos y aliento a café. A ver qué pasa. Quizá se cae el cielo. Quizá desaparecemos todos los miedos. Quizá apareces el sol. Quizá creeremos. Quizá así nos conocemos. A lo mejor en tu lengua encuentro tu nombre y me descubro a mí.

Kato Gutiérrez @2022

HOLLÍN EN MI ROSTRO

Arden sierras alrededor de mi ciudad.

Hay hollín en mi rostro, en el piso de la cochera, pero no me mortifica. Porque así somos. Porque estoy acostumbrado a que no me importe nada. Me cansé de donar botellas de agua que acaban en playas de Quintana Roo chocando con piernas europeas.

Porque somos, son, serán, eran, de la generación en la que no nos va a pasar nada: ni bombas nucleares, ni el sida, ni guerras mundiales, ni el calentamiento global, ni el día cero, ni pandemias.

Retumban helicópteros en el cielo, pero apenas y me llaman la atención. Porque sí. Porque así soy. Porque así somos. Porque me recordó algún viaje ácido. Porque no es posible que vayamos a morir por esto hoy, ni por ningún otro motivo. Huele a quemado, a bosque, a cuerpos. Pero no me importa.

Cada vez es más difícil matar moscas. Muchas abejas llegan en mi casa.
Y se murió un amigo de un amigo. Y se murió un conocido que una vez me sonrió. Y una amiga lucha por su vida. Y yo peleo por encontrar la mía.

Ya no tengo ganas de decir lo siento. Tengo ganas de decir nada.

Las lunas llenas siguen pasando inadvertidas. Los días pasan lentos rápidos. Los atardeceres últimamente me han quedado a deber. Los amaneceres no los alcanzo. Me ha dejado de importar la capa de ozono. Al parecer el mar nos ahogará. Marte es el pasado, nosotros lo destruimos. Mi dealer murió. 

No quiero recordar, ni crecer más. Arránquenme la memoria. Llévense la esperanza. Estoy atorado en doce meses esperando que Christopher Nolan apague las cámaras. Se me confunden las metáforas de la Biblia y las de Disney. Unas hablaban de unas ovejas negras, otras de anillos púrpuras y de matar a los corderos más grandes.

Arden bosques alrededor de mi ciudad. Resuenan los helicópteros por la mañana, me siento en medio de una guerra. No sé si aventarán agua al fuego o mierda para todos.

Los besos dados ya no valen. 

Hay hollín en mi cara y no creo, nadie cree que el fuego está a unos suspiros de nosotros. No creemos que nos vaya a tocar.

No creemos, porque cogemos sin condón y metemos la lengua en la boca de extraños para afanar la rutina a los miércoles.

Los ufanos reclaman la poesía escrita en bardas. Y luego ahí mismo cuelgan mantas de políticos. Suenan aviones y helicópteros. No me importa nada. Mil hectáreas quemadas en una semana. El chat en silencio. 

Mi cuerpo es una sola contractura, ya no hay preocupación de paro cardíaco. Mi futuro es el atardecer de hoy.

No quiero encontrar el tiempo.

Kato Gutiérrez, © 2021

El maldito amor

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Dicen que ni cuando más odiamos dejamos de amar. Con razón no te puedo olvidar. Me robaste la paz. Lamento no haberte abrazado más. Y ahora tengo que aguantar sin ti este invierno, cuando la gente es más patética. Fingen más, mienten más, pretenden ser felices. No le confío mucho al invierno.

Dicen que hay gente que se sube a los aviones sólo para no tener conexión a Internet. Otros trabajan para no estar en casa, o duermen para no sentir. Hay quien se baña a oscuras para no verse. Quien corre para llegar, otros para huir. Gritan para ser escuchados, otros para oír. Comen por dolor deseando morir de hambre. Buscan estáticos con los ojos cerrados deseando que el viento les traiga la fortuna, el gozo, el amor. El delgado y sensible amor. Besan para sentir. Dicen tonterías como: Lucharé por el amor. No hay frase más aberrante. Por el amor no se pelea. Pretenden ser merecedores fingiendo sonrisas, actuando poses, recitando versos de memoria.

¿Qué mas paz que el impacto de tus labios? ¿Qué más armonía que el choque de nuestras miradas? ¿Qué más quietud que mi mano en tu cadera? ¿Qué más euforia que mi boca en tu clavícula? ¿Qué más paz que el amor? ¿Qué peor revolución que quererte? ¿Qué peor frenesí que desearte? ¿Qué peor terremoto que tu abrazo? ¿Qué más terco que el amor?

¿Qué más amor que dos cuerpos colapsándose? ¿Qué más bipolar, equivocado y acertado que el amor? Llega tarde, llega a tiempo, no llega. Lo buscan, lo esperan. Le lloran, le gritan, le sonríen, le agradecen, le reclaman. Es sentido, es callado, tímido. Nunca habla, aunque se sienten sus gritos. Pocas veces certero, no es razonable, ni permite hacer juicios. Nunca hay explicaciones ni motivos. La razón lo odia.

El amor es pacífico a pesar de que te golpea. Es educado a pesar de que nunca pregunta cuando puede llegar ni respeta leyes humanas. Aturde y da paz a la vez. En el mismo instante arde y cura. Dulce y agrio. Es como un super héroe, está en todos lados. Creador de poetas. Provoca incompetencia al hablar. A varios ha dejado mudos. Como mal doctor, ha dejado enfermos a muchos, locos a miles. Se desconoce sus fronteras. Es como un mago, como un creador de enigmas, de misterios, de realidades. Nubla. Quita el hambre. Saca el sol. Aturde. No se sabe como ni cuando termina. Se desconoce dónde nace, y dónde está. Todos lo quieren aunque no lo reconozcan. Hay quienes escriben para atraerlo, pero el amor es vanidoso. Va o llega o viene sólo cuando quiere. Nunca nadie lo ha controlado. Es el toro más bravo, el oso más loco, el colibrí más veloz, la cebra más bipolar.

Lo buscan creando música, cantando, bailando, tocándose, recitando, besando, actuando, mintiendo, cogiendo. ¿Qué más poder que el de tus ojos? Causa insomnio. Arde dulcemente. Se diluye. Explota. Se multiplica. Ataca. Espera. Se escurre. Nunca se puede fingir. No sirven las explicaciones. Es como un giro eterno. Tornado de amor. Torbellino eterno e instantáneo. Ladrón de cerebros. No hay escapatoria. Es dar y recibir. Es energético y anestésico. Es el frío y el calor.

Es tan raro como gozar de dolor y sufrir de placer. Es tan raro como una flor en la cumbre o un diamante en el espacio. No es una competencia. No se vende. Se reinventa en cada caricia. No limita ni encierra. El amor libera, provoca. Mueve montañas. Tan loco, tan raro. Tan popular y tan solitario. Tan famoso y tan callado. Causa llantos y sonrisas. Hace llover. Crea soles y lunas. Es un dios. Dice palabras precisas. Acerca el cielo y amplía el sol. Genera millones de estrellas. Revuelve estómagos. Disturba juicios, aturde razones. Como tú. Como tus ojos. Como tu cadera. ¿Eres tú el amor? ¡Anímate! ¡Acércate! O al menos no te muevas. Ahí voy. No me dejes de ver. ¿Eres tú el amor? Déjame tocarte, ahógame. Déjame escribirte, gritarte, tenerte. No puedo sin tus abrazos que traen lava, sin tus soles ni tus lunas. Sin tus guirnaldas de estrellas. El amor no debe mentir, mejor que calle, que no conteste, que no explique nada con tal de que pueda embarrar mi boca en la tuya, todo lo demás no importa. No importa no entender nada. Con tenerte tengo todo. Todo el poder en tu caricia. Todo el tiempo. Toda la eternidad merece si te toco.

Kato Gutiérrez © 2015
FB: Kato Gtz
@mrkato

 

Foto cortesía de: http://www.freedigitalphoto.net

Presentación Cuatro Segundos en Feria del Libro Monterrey

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Me invitaron a presentar mi novela, Cuatro Segundos, en el día inaugural de la Feria Internacional del Libro Monterrey, lo cual me tiene muy emocionado.

Hace años era difícil imaginarme ahí, ahora ahí estaré, en mi Feria, en mi Monterrey. Será una tarde memorable, me presentarán Gabriela Riveros y Felipe Montes.

Cuatro Segundos es una novela pop, contemporánea, trepidante, en donde Luca ansía encontrarle sentido a su extraña y vertiginosa existencia cuando descubre lo que sucede si ve a los ojos a alguien durante cuatro segundos.

Sería genial que me acompañes ese día, para con abrazos seguir tentando al destino.

 

Kato Gutiérrez

Parque temático

 

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Estás en un McDonald´s de Florida sobreviviendo al olor a grasa y las mesas pegosteosas. Papeles de popotes tirados en el piso. Recipientes de cartón con salsa Catsup, la cual tiene más de cuarenta y ocho ingredientes ni uno de ellos natural. Una televisión cuelga de una esquina, para estar acorde a lo decadente del lugar tiene que estar un noticiero local escupiendo nota roja mucho más rápido de lo que cualquier cerebro promedio puede procesar. Te dan ganas de salir corriendo y perderte en el primer bosque que encuentres, o hundirte en el primer pantano con la esperanza de sentir una mordida pronto en alguna extremidad. Al menos eso sería real. Al menos te haría sentir algo diferente. En la televisión un gordo enorme al menos  talla 5XL, protesta por el maltrato a los animales, se le inflama más el cuello cuando grita con coraje a pesar de tener un micrófono frente a su boca. Grita y grita, pide respeto a sus gatos, las mejillas rojas. Grita, y reclama. ¿Que habrá cenado? ¿Habrá desayunado en este McDonald´s? ¿Será vegano? Bloquean la avenida, la reportera esta excitada mencionando que es el primer bloqueo en la historia de Florida. Ha de haber un chilango en el grupo dándoles todo el insight. Te arrepientes de haber pedido café.

Un hombre se mete en la fila del baño para orinar. Se le adelantó a tres niños. Sale sin lavarse las manos, se encuentra afuera con su maravillosa familia a quien abraza afectuosamente.

En los estacionamientos de los parques temáticos abuelos son los que acomodan los autos con un orden y precisión absoluta. Usan un chaleco amarillo fosforescente, traen colgado en su cintura una botella con agua, la cual les dura fresca solamente treinta minutos. Pobres abuelos, ellos habían soñado terminar en Florida jugando golf, y acabaron de viene viene del primer mundo. Benditos abuelos, todos los días en el sol, haciendo algo por lo que les pagan. Uno que otro loco hasta lo disfruta, hasta se preocupa por los consumidores, hasta es amable, hasta da información interesante del parque, hasta sonríe, hasta habla español.

Filas, filas cagantes. ¿Cómo no te caga hacer lo mismo que la mayoría? Gente brotando de cualquier pozo de cualquier esquina. Decadencia colectiva. El mundo a los cuarenta años es tan real y frío. Es tan mamón que destroza toda la fantasía de los recuerdos de los años maravillosos.

Tumultos, filas, masas, calor. ¿Cuánto por un VIP? Te vale madre. Ni humor para desear. Ni humor para buscar piernas o bustos. Un souvenir que te recuerde ¿qué? Fastpass al alma.

No mames, no sueltan el celular. Dedos duros y amaestrados, les controlan todo su ser. Donde están siempre es menos importante que lo que hay en la puta pantalla de cristal.

Aguanta, no tomes, toma. Convence, convéncete que el desfile de la noche los hará mejor personas. Unos foquitos que evocarán otra década, que rascará en tu memoria, que jalara una o dos sonrisitas. Una música chantajista, que está en algún rincón de ti, de esos pocos rincones reales y felices. Unos fuegos artificiales que te levanten el ánimo y la cara. Que las explosiones multicolores te recuerden a ti cuando no negociabas las sonrisas. Un castillo de tablaroca. Un castillo vacío. Un castillo mágico, como tú.

Una, dos, tres botargas. Un mitad perro, mitad vaca, o mitad humano. Una foto con él, para que le encuentres similitudes o diferencias contigo, mitad tu, mitad nada.

Dicen que ese es Kevin Costner y aquel Harrison Ford. Si yo fuera ellos, no estaría aquí.

Toca, toca, corre, tómate un litro de azúcar negra. Compra lo que sea, las orejas, los bloqueadores, los diarios, lo que sea, compra, come, corre. Gasta, no pienses. Que la fantasía del potente aire acondicionado  y la música de fondo te cambie tu gris realidad llena de rutinas y de mierda. Que una botarga te toque, que un cohete te ilumine. Que una cerveza te haga olvidar, soñar o sentir. Apocalipsis total. Que vuelen las palomas, que defequen en tus hombros, sobre tus ojos, que la mierda te ciegue, y que en la oscuridad encuentres todo lo que has olvidado, o perdido.

Que un orgasmo mañanero te anestesie para soportar el día. Que la lluvia diaria, cada vez más ácida queme tu poncho de veinte dólares, hecho en China por veinte centavos. Que te queme la piel, que te ahogue el ansia por no sentir, por no recordar lo que te hacía feliz o lo que te engañó hace años.

Ahora ves precios, riesgos, tiempos de espera, los avisos de posibles riesgos, las redes de seguridad, las veces en que el cantante no canta. Que te tropieces con una botella, que caigas de boca sobre algún barandal de acero pintado de rojo, que se te rompan los dientes, que no haya super héroe que pueda salvarte. Que Trump siga diciendo estupideces, que por fin algo nos una en realidad.

Que lo colectivo te arda. Que soportes cualquier tipo de café con tal de que te permita aguantar el día. Que el Starbucks te deje en paz. Que lo que necesites sea sólo agua. Que cada instante nazcas poco a poco. Que tus exhalaciones sean marginales. Que el vuelo salga a tiempo. Que el vuelo no se retrase más de noventa minutos. Que el piloto no se haya desvelado. Que la aeromoza haya sido infiel, que los moretones que trae ojalá fueran de maquillaje. Que tus poderes nunca mueran. Que nunca entiendas lo difícil que es sonreír solo. Que sonrías sin alcohol, sin sed, que sonrías en un lunes lluvioso.

Que nunca dejes de extrañarla. Que te duela cada exhalación. Que su aroma te ahogue. Que su recuerdo sea tu fantasma particular. Que un super héroe te ignore y quedes atorado en telarañas. Que sin ella solo puedas sobrevivir el día con cuatro Rivotriles encima.

Que un desconocido te detenga y te quiera abrazar, besar y tocar. Que todo sea diferente. Que los hubieras te maten, mejor que solo te acosen y no te abandonen jamás. Que una carta te atormente. Que una llamada en la madrugada te despierte y que nunca jamás puedas volver a dormir. Que un piano retumbe en plena madrugada, y siga así todas tus madrugadas.

Que el piloto no haya tomado.

Que el de la botarga esté sonriendo abajo de la máscara.

Que puedas desearla, que sea lo único que puedas hacer.

Que los popotes fueran de cartón y los palillos de oro.

Que siempre hubiera música de fondo.

Que encuentres unos ojos que no mientan, unos que lo único que busquen sean los tuyos.

Que una vieja carta te atormente. Que una foto que hubiera cambiado tu vida aparezca treinta años después. Que puedas volver al futuro. Que allá la puedas volver a tocar y hacerla gemir. Que se vuelvan a encontrar. Que grites a plena luz del día. Que un juego de mesa te haga parecer que tu vida es interesante. Que detestes los bufetes. Que no te falten vinos. Que un carbón te ahume. Que sientas el dolor de un beso interrumpido. Que te pierdas en una línea blanca. Que aparezcas sentado en el centro de una oscura pista de hielo. Que el silencio de un estadio vacío te aturda. Que agaches la mirada. Que el sol te queme. Que no te duela nada.

Kato Gutiérrez © 2015
@mrkato

 

Imagen cortesía de: http://www.freedigitalphotos.net

Todo incluido


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Una pareja de mujeres se acercó a mi camastro. Estaban a unos diez metros de mi, pero ellas no me vieron. Se abrazaron. Se peinaron. Sacaron un celular. De seguro son extranjeras, apostaría a que inglesas. En estas playas del Caribe la minoría somos mexicanos. Ni un gramo de maquillaje. Una con pants holgados, la otra con un shorts de mezclilla muy usada y una camisa vaquera pegada a su torso, ésta con cabello corto, la otra con cabello largo suelto.

Posan con el mar a sus espaldas. Una extiende el brazo, y con el celular se toman una foto. Por fin sonríen mientras ven el resultado. Se toman de la cadera y mandan la foto a su mundo o a todo el mundo, su recuerdo, su prueba, su foto. Los últimos gramos de timidez desaparecen con la primera fotografía. Ahora con las palmeras de fondo. Ahora con el hotel de fondo. Estoy seguro de que en una de esas fotos voy a salir yo acostado en mi camastro. Sonreían más cuando veían la fotografía que cuando se la tomaban.

Extrañaban orgasmos y deseaban tocarse en público. No por cumplir la fantasía, sino más por rebeldía. ¿Qué sería de ellas en este preciso instante sin redes sociales? ¿Cómo quiera se tomarían de la mano? ¿Cómo quiera se tomarían la fotografía?

Una de ellas usa lentes para ver de cerca. Quizá es una madre con su hija. Es difícil determinarles una edad.

El mar canta al fondo. El sol huye vencido una vez más. Un pelícano vuela bajo y lento buscando un pez despistado. A lo lejos una voz eléctrica anuncia un matrimonio, les dice que ya se pueden besar. Algunos aplausos insípidos. No sabía que en México un juez te podía casar hablando inglés. Suena Marry Me de Train.

La pareja de mujeres sigue tomando fotos, buscan el mejor ángulo. Después del click relajan la mandíbula. Atrás de ellas, pasa un grupo de empleados del Resort. Son locales, su físico es característico. Uno de ellos trae el ojo morado por las patadas que esa mañana su padre borracho le dio. Las mujeres siguen viendo el celular. En el mar un crucero les llama la atención. Ah, no. Ni siquiera lo ven. Se toman otra foto, no es que estén viendo el mar. Solo ven a su celular. No es acerca de lo que pasa frente a ellas; es solo acerca de ellas y su aparato. Como muchos ahora.

Se fue el crucero antes que ellas. El empleado del ojo morado vuelve a pasar. Les dice hola de una forma lenta y cantada para que cualquier nacionalidad le entienda. El empleado recogía toallas hace una hora. Hace dos horas era el organizador de un juego de fútbol en la arena. Hace tres era el instructor de aqua aerobics en la alberca principal. Hace doce su padre le hundía la cara a patadas llenas de odio.

Una urraca picotea un plato con sobras de totopos y guacamole. Dos gaviotas le reclaman.

Otro crucero a lo lejos hace fila en el horizonte. La pareja de mujeres hace fila en la barra del bar, construido sobre una plataforma de concreto a la que después le agregaron toneladas de arena. Ni el bar, ni la playa, ni la arena son reales. Es un engaño más. Como todos. Lo más real aquí es el arrecife que está a unos quinientos metros mar adentro.

Del este, me llega olor a petróleo. Otros empleados inician una fogata. Se reúne un grupo de personas. Velos, flores y bendiciones. Hablan lenguas extranjeras. Les cobraron en dólares por esos metros de arena frente al mar. Por esos minutos de ilusión.

Dicen que todo está incluido, lo cuál me quita el hambre y la sed. Siento como si gritara cuando lo que quiero es estar callado. Siento que tengo que comer, cuando lo que quiero es tomar. Las cervezas las toman calientes. Quizá el hielo no está incluido.

No quiero tocar mi celular, pero en la alberca que está atrás de mi, se escuchan chacualeos sospechosos. Gritan. Música, Hip Hop con alto volumen. Se escuchan otros idiomas.

La pareja de mujeres pidió unas margaritas y apoyan sus codos en un barandal, ven hacia el mar.

No me muevo de aquí hasta que uno de los cruceros que está pasando encienda sus luces.

Ellas en su hogar hubieran cenado hace dos horas, y vestirían ropa aún más vieja y más fachosa. Una sudadera azul. Ni siquiera una liga en su cabello. Simulan buscar respuestas en el cielo, pero no dejan de tocar su celular.

Del otro lado otra boda. Sesión de fotos. A mi nadie me ve. Que se callen todos. Que grite el mar. Unos empiezan hoy. A otros los años se les amontonan. Otros festejan divorcios. A todos les rentan los metros de arena con que traigan dólares. Algún juez les dirá en su lengua lo que ellos quieran pagar. Lo que se unió en esta playa falsa, ¿valdrá en todos lados? Como si un europeo contratara una prostituta en este continente y no le afectará ni la mirada cuando vea de nuevo a su esposa en Praga.

¿Qué más arriesgado que amar? ¿Será de humanos firmar papeles para poder amar? Se ensañan con las mismas canciones. You are the Best Thing de Ray Lamontagne, igual que las dos bodas de ayer. El alcohol se ensaña con la cordura. La oscuridad no ha podido con algunas velas sobre estacas enterradas en la arena. A lo lejos una rubia me roba una mirada, pero se dirige al bar. Por fin alguien me ve. Un crucero acaba de prender sus luces. Yo no me quiero mover.

La parafernalia del amor. Jueces que reparten papeles. Fotógrafos que toman fotos instantáneas. Floristas que acomodan flores artificiales. Novios que juran amor eterno. Bebidas alcohólicas en vasos de plástico. Fogatas con tubería de gas.

A mi izquierda una empleada del Resort acomoda camastros. Tiene que estar todo idéntico a como estuvo hoy por la mañana. Que la película y la ilusión se repita idéntica. Ella canta en otro idioma, alguna lengua local. Se ve feliz. Canta Feliz. ¿Y la luna? ¿Y las estrellas? ¿Cómo se llamará? Canta como el mar. Prenden unas velas eléctricas del lado del muelle. Nada tan real como ella y su canto. Nada tan triste como perderse en una cámara.

La pareja de mujeres viene caminando de regreso por la arena. Ni siquiera se percatan del término de la segunda boda. Sólo ven el brillo de su pantalla, el cuál espanta a los pocos cangrejos que decidieron intentar vivir en esta playa con fondo de concreto. Se encandilan su vida.

Se oye el canto hermoso de una sirena. Por fin huele a algas, a mar. Aunque sea por segundos, hasta que llega una corriente de olor a aceite quemado.

En la alberca de atrás seguían con sus ruidos. Les grito para que callen, y en ese instante me parecí a ellos. La pareja de mujeres me vio y se besaron. La güera que regresaba del bar, me vio y se fue. Voltee al cielo y no pude ver las estrellas.

Kato Gutiérrez   © 2015