OJALÁ SIEMPRE FUERA DOMINGO

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Malditos recuerdos. Los míos, los de todos. Los que no he pensado.
Me urge la inocencia de un niño viendo el partido al lado de su padre.
Me sobran tristezas en los recuerdos.

Entre la algarabía del estadio lleno zumban carcajadas burlonas que vienen del pasado.
Escondemos los miedos entre las porras y los cantos.
Hasta que México recupera el balón en su terreno. Surge un trazo largo, fino, como flecha a ras del pasto. A media cancha tocan de primera. Cruzan sin miedo la frontera del medio campo. Es uno contra uno. Sorprender a los alemanes en contragolpe es tan imposible, tan improbable como un desembarco en Normandía. El mexicano llega al área grande y los recuerdos me ahogan. Sorprende al mundo con un trazo a la izquierda en donde no hay nadie, hasta que dentro del área aparece Lozano. Cargo losas de penas en mi lomo, como el Pípila.

En lugar de desear que la meta, pido por que no la falle. Es la maldita costumbre. Mientras el corazón se me rompe en la garganta, Lozano quiebra a un defensa hacia adentro. No puedo ver más. Arránquenme los ojos. Me falta aire. El defensa queda atrás, Chucky Lozano está a metros de cambiar la historia, se acomoda, de seguro aparecerá un alemán, así son ellos. Así somos nosotros. Tira, Chucky. Tira por mí, por todos. Regrésanos la esperanza. El segundo defensa aparece tarde. Sale el tiro profano, duro, abajo y pegado al poste. El gigante portero alemán cae como el muro. ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! El balón inicia un trance con la red. Chucky corre y se besa la mano, es como si nos besara a todos. Grita por mí, como yo, por todos, como un grito de guerra.

Que el grito sea perpetuo. Que el tiempo pare aquí. Supongo que esto es la felicidad.
Ojalá siempre fuera domingo en Rusia.

Kato Gutiérrez, ® 2018

 

 

Foto: FIFA.com

El depa de los vasos sucios

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Me persiguen los vasos sucios. Es como una maldición. Por más que hago acciones para evitarlos, siguen apareciendo. Sus presentaciones, formas y colores son infinitas. He llegado a pensar que contienen mensajes ocultos, que algún ser poderoso me está mandando mensajes a través de ellos. Los he vaciado buscando algún pedazo de papel que contenga un mapa a algún tesoro perdido, o un mensaje de auxilio, o al menos una carta de amor. Pero no he encontrado ningún papel, ni nada escrito en ningún lado. He buscado en cada parte: en la base, en la parte interior, invertidos, nada. No entiendo que me quieren decir. No entiendo porque por todos lados se me aparecen vasos sucios.

Y el equipo de todos vuelve a perder, y el gozo del oro en el verano pasado fue efímero. De hecho, necesito que alguien me confirme que fue real el oro que nos colgaron al cuello el año pasado en Inglaterra. Ganaron oro, ganaron fama, perdieron piso. Rápido terminó el sueño. Miles, capaz que hasta millones depositan su estado de ánimo al resultado del supuesto equipo de todos. Yo no lo deposito tanto, pero me molesta darme cuenta que aun me moleste. Pensé que eso se perdía con los años. En cuanto el arbitro pitó anoche el final del partido, se me apareció un vaso de plástico grande, alto, ancho, moderno. Ahí estaba en la mesita de madera que tengo al lado de mi sillón de tela verde y vieja. El vaso era moderno, tenía impreso una fotografía de todo un equipo de fútbol, no te voy a decir que equipo era para no sesgarte, imagina que es del equipo al que tu apoyas. Al vaso le quedaba aún como un cuarto de agua mineral con whisky. ¿Quién me lo puso ahí? Ví cómo me veía. Alzó sus cejas, apretó un poco su boca en sentido de desaprobación y movió su cabeza levemente hacia los lados, yo le estaba causando lástima. Estiré mi mano, tomé de un jalón lo que quedaba del tibio jaiból, luego ya no expresó nada.

Me levanté enojado, caminé a la cocina y aventé el vaso moderno al fregadero donde rebotó sobre el sartén en el que había hecho un machacado con huevo ayer en la mañana. Me fui al baño a lavarme las dientes, y, ahí había otro vaso que intentaba contener su risa burlona, lo cual es obvio que no logró. Era un vaso de vidrio delgado, no muy alto, de seguro era un vaso barato.Tenía poca agua amarillenta en el fondo. Dentro del vaso había dos cepillos de dientes, uno de ellos era el mío. ¿Cómo se puede reír de mí, si dentro de él tiene dos cepillos de dientes? Se notaba que era olvidadizo, ¿cómo burlarte de alguien, si algo está dentro de ti? Me acordé de Malena, pero ella es otra historia que espero algún día pueda contarte. Ahorita con mis vasos tengo. Al tomar mi cepillo escuché una exhalación de alivio del pinche vasito burlón. Tallé con coraje mis dientes y unos segundos después clavé con odio mi cepillo de nuevo en el vaso. No lo aventé como todas las noches, anoche lo clavé con coraje, quería que lo sintiera, que se callara, que se dejara de burlar. Cuando entró el cepillo en el vaso, escuché un pequeño gemido, el que sonrió ahora fui yo. Apagué la luz del baño y de nuevo escuché su risa burlona, terco el cabrón. Me salí y me fui.

Caminé por el pasillo rumbo a la puerta de entrada de mi depa, el dolor de la derrota hacía que arrastrara mis pantuflas más de lo normal. Ojalá hubiera sido solo por el cansancio o por lo borracho, pero no, era por el coraje de perder en un miércoles, en lugar de ganar en un domingo.

Apagué el foco del pequeño recibidor, chequee que la puerta tuviera puesto el seguro y el pasador. Giré en la oscuridad y en la pequeña mesa de lo que es mi comedor, ante comedor y barra a la vez, había tres vasos cagados de la risa. ¿Qué pedo? Alcancé a ver cuando los tres giraron un poco tratando no ser escuchados, pero los escuché. Uno de ellos era de plástico transparente, desde su base hasta lo más alto tenía rayas horizontales continuas de diversos colores, verde, celeste, azul, rojo, naranja, rosa y la última verde claro. ¡Muy presumida! Estoy seguro que ha de ser hembra. No tiene que hablar para mostrar su orgullo de vestir a la moda, vestir lo mismo que cualquier vaso de Manhattan. Traía maquillaje abundante en colores claros y brillantes, su bolsa era una Coach color rojo sol. Otro de los vasos era el típico vaso de vidrio de cualquier mesa de clase media de este hermoso país taquero. Éste ya no era transparente, estaba rayado y su cristal estaba de color café claro de tantas veces que su cuerpo ha sido tocado por el jabón y el agua caliente. Desearía quebrarse en lugar de convivir con el vaso multicolor. Al lado del multicolor, este vaso parecía un pordiosero. Pero les valía madre, a la hora de burlarse de mí, los dos lo hacían al mismo tiempo. El tercer vaso era de plástico, alto, grueso, amarillo, con el nombre de un restaurante en él. Lo habían tatuado un nombre de un restaurante que vende comida mexicana, pero su nombre está en inglés. No mamen. Tenía rastros de Chocomilk en su borde y adentro tenía la mitad del vaso llena de leche con el famoso chocolate. Al menos llevaba ahí todo el día de ayer. Medio lleno, medio vació. Medio feliz, medio triste. Medio limpio, medio sucio. Su potencial usado a la mitad, su cerebro desperdiciado. Rastros de chocolate duro en sus orillas. Leche apestosa en su ser. Y aún así se reía, y se burlaba de mi. No tenía humor para defenderme, ni para recogerlos. Bajé mi mirada y aguanté la madreada. Ni modo que le fuera a Estados Unidos.

Caminé a mi cuarto deseando ya estar dormido. Me senté en mi cama. Suspiré cansado, triste y, y ¿qué seguía? Levanté mi mirada hacia el viejo buró de madera, desnivelado y despintado en su parte superior. Había ahí un libro, mi celular, una taza de café y otro pinche vaso. No sé si me persiguen o si se me aparecen. Dudé si leer algo en mi celular, o bien, leer cuatro páginas del libro de Carlos Velázquez, pero mientras decidía, la taza de café estornudó. Se veía despreocupada; tenía café chorreado en su cuerpo. Al menos ésta no se burló de mí. El vaso se orinó y despintó aun más el viejo buró. ¿Por qué se orinó? A lo mejor estaba cagado de la risa de ver mis andares. A lo mejor estaba borracho. Pretendí ignorarlos, me dio hueva leer, apagué la pequeña lámpara y a pesar de mis corajes y soledad, me dormí en menos de tres minutos.

El sol rompió la noche y mis pestañas se separaron de inmediato. Había más orina del vaso del buró, quién ahora cantaba como gallo, quería gritar más fuerte que la alarma de mi celular. Un día más de rutina me espera. No quiero leer nada más del juego de anoche. No quiero que los vasos me vuelvan a madrear, voy a tomar cada uno de ellos, los voy a voltear para leer en donde fueron hechos, han de ser panameños.

Kato Gutiérrez © 2013

Imagen cortesía de: FreeDigitalPhotos.net