Juguemos a algo

Quiero una suave revolcada.
Una suave enredada de piernas entre sábanas.
Que sin querer me jales el cabello para sentir un placer extraño
Que en ocasiones las risas cubran la música de Fito, pero que podamos llorar.
Que se nos abra la boca, las piernas y el corazón. Que nos digamos todo.
Porque no siempre vienes y no siempre estoy. Y cuando estoy no estás. Y cuando estás me fui. Porque el destino es un payaso.

Que juguemos a algo. Quizá al silencio. O a contar mis lunares. O hacer constelaciones con tus pecas. O a que me pintas dibujos en mi antebrazo, o en mis manos aunque duelan. Aunque no me quieras lastimar. Aunque tengamos miedo. Tú entierra el plumón, la aguja. Píntame unas líneas para psicoanalizarte. Aunque ya te conozco, con solo ver la forma en la que tomas el teléfono sé a quien le estás escribiendo. Con ver en la manera en que abres la boca al iniciar una frase ya sé si es es un reclamo, un poema, o la petición de que vaya al mercado a comprar masa para pan y vino.

Juguemos a embarrarnos con la lengua sal en grano en nuestras espaldas, algo así. Un juego que no exista. No tiene que ser sexual o quizá sí. Ya sé que todo acaba, me dijiste, escucha aquella canción de Calamaro, completaste. Y yo no estaba pensando en eso. Yo miraba cómo tenías pintadas las uñas de los pies, un color rojo mate que hacía que no las pudiera dejar de ver, ni siquiera tu tobillo lograba distraer mi mirada. Un rojo mate inmaculado. Y se nos pasaron los meses o los años, o los segundos, aún no le entiendo. Se nos atravesó un mar.

Juguemos a querernos suave con los ojos abiertos, mirándonos. El que parpadee pierde, no eso ya está muy trillado. El que bostece elige el beso. El que acierte el número de olas en los siguientes diez minutos. El que prediga la hora exacta cuando al sol se lo trague el mar. El que con su dedo meñique le provoque una exhalación de placer al otro. No sé si quiero perder o ganar. Una vez me dijiste que conmigo todo era raro y yo me sentí orgulloso, pero a ti no te pareció divertido. En verdad lo pensabas y yo también. Y discutimos, pero como quiera cuando te abrazaba mi mano quedaba perfecto en el surco de tu espalda baja, como si tu columna la hubieran hecho para mi mano, o al revés. Y se sentía caliente, decías. Imaginaba que sería ponerte el sol en ese surco, aunque luego decías que te dolía, el sol siempre quema. No todo lo que duele es malo. Nacer duele y a veces morir es placentero.

Juguemos a desaparecer el tiempo, los mapas. Juguemos a hoy. O que siempre es domingo a las siete de la tarde y nuestras manos son libres. Que nuestra mente controla los mapas de Google. Que en España nos conocemos en una ciudad con playa, sobre una banqueta te paro simulando estar perdido con tal de sacarte platica. Que luego, esa misma noche, dormimos en una carpa frente al mar en una playa del Caribe Mexicano. A que te conviertes en gitana y con una falda larga de seda multicolor bailas al lado de la fogata mientras la marea canta los coros. Imagina que cantas bien, no te rías, no reclames, déjame seguir escribiendo.

Juguemos a no preguntar. A que le tomamos fotos a animales salvajes y tu descubres un gorila en Las Vegas y me invitas a cenar frente a un lago artificial en donde simulan un pueblo de Italia y la gente queda idiotizada por unos chorros de agua que bailan al ritmo de canciones mediocres de pop americano, mientras yo me humedezco por ver tus ojos verdes como las hojas de un encino. Estos ojos de una desconocida a quien estoy conociendo….de nuevo….porque nunca dejamos de renacer. Porque morimos cada noche. Porque siempre volvemos a donde tuvimos un orgasmo.

Juguemos a que podemos tocar cualquier instrumento, yo elijo el piano, tu sonríes complaciente porque ya sabías lo que iba a elegir. Y acertaste, y con ese murmullo sensual tarareaste la canción de esa banda de rock de los setenta, la que conocí al vocalista en su concierto y me mandó unas cervezas entre una canción y otra, y tu me creíste esa historia. Tú siempre me crees. Me gusta como tuerces la boca cuando te gusta alguna línea que te escribo y que por fin no suena a cliché. 

Juguemos a que escuchas todas mis playlist y yo leo todos tus escritos. Juguemos a vivir un poco, a creer que el fuego va a llegar. Juguemos con las lenguas, ya a la chingada. Nos podemos morir cualquier martes de insomnio. 

Juguemos a que la montaña nunca termina, a que siempre nos encontramos. A que la poesía se nos sale sin querer. A que admitimos que si morimos esta vida ganará.

Me caes bien.

Kato Gutiérrez, © 2023

Esas cosas simples

Esas cosas simples.
Como una chispa traicionera.
Como una luna tapada por nubes cargadas de lágrimas contaminadas.
El aire era de otro sabor.
Un loco soñador quemándose.
Como una rima incompleta. Como la página 28 en blanco en plena primavera.
Como arder lento. Trepar los decibeles de un grito que parecía imposible.
El cuerpo en fuego. Un latigazo de lumbre a dos centímetros del escroto me hace pensar que para morir también hay que tener suerte.
Como no se sabe una mierda mientras arde tu cara y tu alma.
Como tanto odio metido en un fa sostenido lleno de sombras.
Las rodillas nubladas.
Humo y gas en mis pupilas. Perdido.
No entender nada. 
Una foto que inyecta adrenalina que salva.
La vida en un volado, en un cerrojo.
Sentir que estoy muriendo.
Morir solo. Morir hoy.

Esos detalles. 
Cientos de poemas. Ángeles de alas azules. 
Unos ojos cubiertos por lentes de sol.
Como una clavícula inolvidable.
Como un vendedor de agua de jamaica tibia.
Un abrazo con un desconocido que me regala un consejo con olor a tabaco.
Como no saber una mierda de nada.
Como morir de pronto un martes cualquiera.
Esas cosas simples como unos dedos en el cuello, buscando el pulso, o regalando placer.
Como pintar un corazón con las pestañas.
Como unir dos palabras ante todo pronóstico.
Como cagar en el mar.
Como mear en un jardín.
Como encontrar alegrías en una guitarra que nadie ha tocado. 
Como tatuar mis iniciales en mi aorta con una aguja vieja.

Una respuesta a un grito de auxilio.
Una voz extraña entre la neblina regalando esperanza.
Una güera desconocida embarrándome la humanidad entera en un abrazo.
Porque las manos no son las mismas. Ni las otras ni las mías. El fuego me las arrebató.
Olor a carne quemada, a gas, plásticos retorcidos. Corazones transfigurados. 
Me rodean las sombras, luces rojas y azules. 
Me regalan otro trago y dos ilusiones. Me dan un teléfono en la mano. 
Porque sigo creyendo en mí. Porque sí.
Por miles de oraciones que aparecieron, rodillas talladas.
Una estampa con una oración que aparece abajo de la puerta.
Como Monterrey sin montañas.

Las cenizas huelen a pasado.
No todo se quemó. La esperanza tiene coraza dura.
Morirse es algo solitario.
Cómo creer que estaré mañana, y entonces borro el mensaje. Y entonces me callo. Me contengo. Porque olvidamos el motivo de nuestro afán diario.
Porque el amor, si es que existe, duele, a veces.
Como girar y no encontrar mas que lenguas de fuego.
Como regresar y encontrar la puerta abierta.
Como herida que llora.
Como desear te de manzanilla chuparte. Como las luces de tus nudillos.
Como el aire desaparece y se pinta de rojo, de negro.

Como una mujer que levanta un perro como si fuera un pájaro y te regala una sonrisa llena de calma.
Como un desconocido se convierte en mejor amigo en segundos.
Como un correo al día siguiente te inyecta morfina.
Como un chocolate anónimo.

No quiero cerrar los ojos.
Leo notas en las estrellas.
Escribo poemas en el aire.
Hay ocasiones que lo mejor es callar y sonreír.
Ni un segundo banal.
Sobreviviente.
Vivo.

Kato Gutiérrez, © 2023

ALMAS SOLITARIAS

Almas solitarias por todos lados.

Todo pesa, cada vez cuesta más levantarnos de la cama.
Y nos olvidamos de nosotros, miramos alrededor, tímidos, encorvados por la losa que nos pusimos en nuestros lomos, como una piedra enorme de un cerro de Nuevo León.

Con la edad queremos encontrarle explicaciones a todo. Ignoramos sucesos tan improbables, pero reales, porque ni siquiera levantamos la mirada. Hay energía rondando alrededor de nosotros cagada de risa. Dejamos de creer en lo que sentimos. Muy de vez en cuando, en alguna noche brillante, sentimos una comezón en las venas, y lo achacamos al cansancio, a la edad, o alguna enfermedad, ni siquiera dejamos una probabilidad a que sea una luciérnaga, un rayo de sol, o un pedazo de arcoíris, o un recuerdo de una mirada.

Nos vamos fundiendo, vivimos cansados, vamos perdiendo fuerzas, pretendiendo cuanta mamada sea necesaria para que nadie nos cuestione nada. Para pertenecer al molde preestablecido, a lo que todos esperan de nosotros: Un solo sueño. Una sola profesión. Una sola religión. Una sola pasión. Un solo amor.

Colapsamos los domingos, o los miércoles, o cualquier pinche noche, por temor a todo, hasta a la felicidad. Somos presa fácil. Mañana será lunes, o cualquier día en todos lados. Habrá que levantarse, andar, seguir y sacar fuerzas de cualquier jodido rincón, del recuerdo, de la supuesta y mínima esperanza, de los sueños borrosos, del enorme deseo darle la contra a todos. De demostrar. De estar listo por si conoces al amor de tu vida, si es que esto en realidad existe.

Contamos cuervos. Hay elefantes blancos dentro de nuestros cuartos de cuatro paredes grises en donde no ha sucedido un orgasmo en años. Ignoramos segundos, instantes, inhalaciones, como si tuviéramos años asegurados.

No durmamos porque la noche nos va a matar.
Luchamos contra la gravedad, contra el mar pero no somos valientes para enfrentar nuestro interior. Exageramos recuerdos, los cargamos en el pecho, pinchándonos, jodiéndonos, adrede provocamos ese dolor para tener una excusa para explicar la cara caída que no logramos hacer sonreír. Metemos presión sobre las sienes por no aceptar lo que sentimos. Somos cobardes para dar brincos de fe, pasos ciegos. Porque nos da pavor darle el control al corazón o al destino. 

¿Entonces? Prestémonos nuestras bocas unos segundos aunque nos ahoguemos en pétalos y aliento a café. A ver qué pasa. Quizá se cae el cielo. Quizá desaparecemos todos los miedos. Quizá apareces el sol. Quizá creeremos. Quizá así nos conocemos. A lo mejor en tu lengua encuentro tu nombre y me descubro a mí.

Kato Gutiérrez @2022

¿UN CAFÉ?

No hay nada más ingenuo, ¿no? ¿O es un movimiento astuto?

Los astros y el tiempo alineados a la perfección. Hay señales que de pronto si tenemos el valor de captar, están en mero frente de nosotros, y ese día así fue. Intenté improvisar un verso en momento que los astros dictaban, pero la voz me tembló.

El momento preciso, el ángulo perfecto. Por primera vez los ojos de frente, el sol postrado en su rostro, y entonces empieza la tormenta de arcoíris y yo indefenso ante ese espectáculo de la naturaleza que el destino, los astros, el horario, los signos, las vueltas del planeta, la inocencia, el valor, la terquedad, el vacío, la soledad y/o la suerte provocó. ¿Quien chingados soy yo para cuestionar tanto sentir? Escucho una voz en mi interior que me dice “cállate y mírala” y de manera extraña obedezco. Extasiado. Mudo, para variar. Pendejo, para variar.  Pero me encanta como habla, parece que está declamando, de pronto se le mojan los ojos, y mis manos quieren esas lágrimas. Mantiene la mirada como si fuéramos estatuas. 

No existen los amores de toda la vida, esas son ideas impuestas. Existen las partículas, las moléculas, la química, las chispas, el sol, las retinas sublimes, los ojos que cambian de color dependiendo si en ese instante el sol es digno de invadirlos. 

Y la suerte me sigue acariciando, de pronto surge un momento mágico en que no hay que decir nada. Nada. Solo estar callados ganchados de los ojos, y apenas lograr respirar. Nada es eterno. No hay respuestas para todo. Disfruta la magia repentina. Confía, como un rayo valiente que le gana a una tarde nublada, la perfora y toca algunas almas.

Unos aretes perfectos, un vestido sublime. Un aroma robado de una pradera sueca. Mi mano queriendo arrancarse de mí para acercarse a ella. Millones de voltios en las articulaciones. Ella con sus piernas cruzadas, hombros descubiertos, dueña de todo y yo totalmente vulnerable. Vulnerable. Vulnerable. Valiendo madres. Valiendo madres chingón.

Vuelven los ojos húmedos. Coincidimos acordes. Resumimos décadas. Confesiones. ¿Por qué es tan hermosa? ¿Por qué nos contamos lo que nos contamos? ¿Por qué simplemente se siente tan bien estar cerca de ella?

No sé nada. Siento un chingo. 

Sólo ven, cree, dame la mano, para que lo compruebes, y empieza a quererme un chingo.

Kato Gutiérrez @2022

OJOS QUE GRITAN II

Y llega y todos los focos parpadean.
Vibra muy alto. Doce botellas truenan, apenas mis arterias soportan.
Es un meteorito cayendo con furia. No entiendo el aura que le persigue. 
Su voz tiene un tono que no puedo describir, pero me provoca calambres en mi nuca.
Me mira como si fuera la última vez, siempre quizá lo es. Siempre quizá lo es.
El brillo de sus ojos cegándome. Todo en tan poco tiempo.
No hay misericordia, solo son segundos para reaccionar, pero siempre he sido un pendejo, otra vez me quedo inmóvil.
Tanto por decir y yo abrumado por la sorpresa, por la velocidad del tiempo.

Da y quita y eso enloquece. Va y viene. Se me ocurren doscientas preguntas, pero ante mi falta de valor y cómo su aroma me controla, ya mejor no intento decir nada. Yo solo quiero treparme a sus ojos.

El abrazo corto acaba y me derrumbo. 
Y tiemblo. Y no supo. Y no supe si ella tembló. Eran unos metros para cambiar el rumbo de la noche, pero de nuevo se fue sin decir nada.

Y no tiene idea de lo que provocó, y está bien. Y no tiene idea que me regaló el insomnio, y está bien. Quisiera saberme frases de Benedetti, para lograr que se quede unos segundos más, pero se fue.

¿Qué haces con esos gritos que te rompen los ojos al declararte que aunque solo estuviste unos segundos a su lado y jamás la vas a olvidar el resto de tu vida…jamás.? ¿Qué mierdas haces con esa impotencia? ¿Dónde hay grupos de ayuda para este dolor?

Dylan, Los Rollings, Sabina, Cerati, nadie me contesta, todos me mandan a buzón; de ella ni su teléfono tengo.

¿Y qué hago con la bomba que metió en mi pecho?
¿Y qué hago con las luciérnagas que inyectó en mis venas?
¿Y con sus pómulos prepotentes? ¿Qué hago con esta poesía hecha lodo en mi traquea? ¿Cómo me ato los dedos?

Se fue. Vuelvo al precipicio oscuro, destrozado, pero de nuevo alcanzo a sonreír. Porque aunque voy en caída libre, sé que su aroma jamás se despegará de mi antebrazo izquierdo y el eco de su voz se quedará atorado por siempre en mi tímpano.

Todos tan solos. Todos fingiendo.Todos cerrando los ojos al coger, al besar, al soñar, porque la realidad esta gris, borrosa y confusa…yo no tengo que cerrarlos, porque sigo cayendo en este precipicio oscuro en donde no veo nada, pero al pensarla me emociono; en donde no hay nada, pero a veces siento su presencia, en donde de pronto, se me aparece su silueta….la cual nunca he tocado.

Otra vez se fue sin saber que dejó el lugar lleno de luces multicolores.

Kato Gutiérrez, @2022

OJOS QUE GRITAN

Llegó, dijo su nombre y mis oídos se llenaron de atardeceres. Me gustaría quedarme toda la noche a platicar, dijo con una sonrisa tímida. Ahí se me perdió todo el abecedario. Me sujetaba de sus ojos llenos de estrellas.

De pronto dijo una frase de Cortazar y palpité dos veces al mismo tiempo. Quise recordar algo de Bukowski para pretender que sabía algo de literatura, pero el lienzo que armaban sus cabellos negros me derrumbaron la paz. Cuando me preguntó si tenía nombre yo pensaba que quizá moriríamos esa noche. Un borracho en un auto deportivo, un presidente lanzado un misil. Unas pastillas de más. Un coágulo traicionero. Y pensé de qué había servido todo. De qué mierdas habían servido todos los días de mi vida previos a ese instante en el que de pronto ella murmuró que le gusta cómo la verdad incomoda.

¿Por qué nunca nos habíamos visto? Porque el destino es cruel. ¿Y si nos atrevemos a ser honestos? Me preguntó como si lleváramos años de conocernos. Yo trataba de calcular la probabilidad de que una mujer así de hermosa estuviera conmigo ahí, pero cuando me pongo nervioso también batallo con las estadísticas. Todo era tan improbable, pero ella clavaba sus ojos en los míos y me dejaba cicatrices en las retinas mientras dudaba si todo era un espejismo. Nunca nos rozamos, pero hubo chispas. Le quise decir que su sonrisa estaba llena de fuegos artificiales, pero no pude, nunca he sido bueno diciendo lo que pienso. Me sudaban las cejas. Y el tiempo me clavaba un cuchillo. Dio un trago a su bebida y dijo que se iba. Yo me sumergía en un volcán para buscar valor para decirle que me gustaba mucho estar con ella. Que no se fuera. Que se sentía fuego en los centímetros que nos separaban, pero no pude. Pasaron unos segundos en silencio hasta que me tembló la voz cuando dije algo que ni siquiera yo entendí y ella aventó una sonrisa amplia y el lugar se llenó de veranos.

Por unos segundos agachó la mirada y pude ver sus hombros. Un foco parpadeó.

Encontré un lápiz y en un papel garabateé algo en donde según yo le pedía su número de teléfono. Tomó el papel y se fue sin decir nada.

Y yo me fui a un precipicio oscuro, pero mientras caía sonreí, porque entendí que no se puede negar lo que gritan los ojos, capté que a veces el destino cede un poco, y regala momentos mágicos.

Nunca supo cómo su silueta me salvó. 

Kato Gutiérrez @2022

QUIERO UN DATE CON DUA LIPA

Hoy hay un pendejo en Inglaterra con insomnio. Desde hace cuatro años sufre gastritis, jaqueca, urticaria y dolor de espalda baja.

Es un puñetas. Hace nueve años Dua Lipa moría por él. Un día se cruzaron en el pasillo de esa preparatoria de Londres, ella le dijo lo que sentía, pero el estúpido le contestó que estaba muy flaca y muy fea. Eres abajo del promedio, le dijo con acento inglés más mamón de lo normal. Para acabarla de chingar, para que pareciera película, luego le dijo que no había nada, absolutamente nada interesante en ella.

Esto ahorita me provoca muchas dudas. Hace que me cuestione muchas cosas: ¿Por qué no sufre más enfermedades este pendejo? ¿Cómo puede existir alguien tan imbécil? ¿Cómo ha podido sobrevivir desde aquel día? Me imagino como le da reflujo cada vez que ve una fotografía de ella en la que, para variar, desparrama erotismo en cada milímetro de su cuerpo, hasta en las cejas.

Pienso cómo ha de poder dormir este hombre. Me pregunto cuántas veces se ha dicho a si mismo lo puñetas que fue. También he pensado en otro idiota de esas épocas, aquel que le inventó el apodo “Duali Lali” y que luego se reía como asno ahogándose mientras recibía aplausos de sus catorce súbditos panzones y de cachetes rojos.

¿Y qué me dices del maestro de canto de esa preparatoria en las afueras de Londres? Ese mismo señor que le dijo que no sabía bailar y que no tenía voz. ¿Eh? ¿Qué podemos pensar de ese ser que hoy que ha de estar envejeciendo en charcos de orina, con su cabeza sin cabello y su panza enorme llena de pelos blancos? Dime. ¿Qué más podemos pensar de él?

¿Y qué me dices del maestro de baile de esa preparatoria? Ese anormal que la corrió de su clase diciéndole que no tenía gracia para mover su cuerpo. Oh, Dios mío. ¿Cuántos pendejos había en esa preparatoria?

La verdad, pienso que el más puñetas de todos es el que la bateó. No me gustas, le dijo. Merezco alguien más guapa, y ella, en aquel pasillo de la preparatoria de Londres giró y se fue avergonzada por haberle dicho que lo quería. Ay, Dios mío, ten misericordia de ese hombre. No se sabe lo enormemente pendejo que puede llegar a ser uno a los quince años.

También se me anda atravesado por mi mente el dude con el que anda ahorita. De seguro es un puñetas, todos lo sabemos, los dichos perduran por algo. ¿Cómo se conoce a la gente famosa? Supongo que si no eres famoso, tienes que conocerla antes de que la fama le llegue, ¿no? ¿Y si el piloto de su jet privado no puede dejar de pensar en ella? ¿Y si el cartero inventa cartas para ir a diario a su casa y ver su silueta en una ventana? ¿Y si su entrenador personal está enamorado de ella? ¿O los entrenadores personales no se enamoran? ¿Y si su cheff se masturba pensando en ella? ¿Y si al quitarse ese leotardo verde fosforescente ella mira su cuerpo y se acuerda de aquel pendejo? ¿Y si al final de cada noche, después de cada concierto masivo, llega a un cuarto vacío? ¿Y si al acostarse en la cama sola, piensa en lo mismo que yo, teme lo mismo que yo? Como hoy aquí en Miami después de su concierto. Ven Dua, yo veo cosas que nadie ve en ti. Ven Dua, vení aquí. La soledad no nos hace bien. Hagámonos bien. Ven, quiero un date contigo. No me sé todas tus canciones, pero me sé todas tus líneas.

Kato Gutiérrez, ®2022

TE REGALO TODAS MIS PLAYLISTS


Aquí estoy parado para que me partas los sueños, estoy a expensas de tus siguientes palabras. Por lo pronto seguimos perdidos.
Suenan rolas de rock en inglés pero no le entiendo toda la letra, entonces murmuro, como cuando quería improvisarte un verso mientras te chupaba la oreja pero me ganaba la risa. Prendo una vela, me quemo la mano izquierda y me acuerdo cuando cocinaba para ti o cuando hacías café meneando tu cadera sin misericordia por toda tu cocina a la que le entraba el sol por todos lados. Me acuerdo de tus sonrisas cuando extendías los brazos para entregarme la taza de café, también la manera en que clavabas tus codos en mis hombros mientras metías tu lengua a mi boca. Recuerdo muchas cosas que hoy me duelen. Según tú, en diciembre la cama no se debía de usar para tener sexo, eso era algo de las cosas raras que decías, pero me gustaban. Me gustaban tus cosas raras. Tus tics. Tu aroma indescriptible. La manera en que movías los palillos chinos cuando comías arroz.

No lo sabes, pero en la noches mi manos desparecen, quizá ya no te interesa saberlo. Quizá dirías que esta línea no tiene sentido, a lo mejor es cierto. Luego pienso que después de tanto tiempo es imposible que recordemos lo mismo. Me acuerdo cuando un día te dije que te acercaras, que te estabas peleando con mis ojos, diste unos pasos y sonreíste mientras me preguntabas si iba a escribir esa frase. Y ahora aquí estoy solo, escribiéndola mientras recuerdo el olor de tu cabello y le doy un trago a un vaso de agua de jamaica que lleva tres días en mi escritorio.

Hagamos la acrobacia mortal, improbable e imposible que embarre nuestras bocas. Choquemos nuestros dientes, que se quiebren. Tallemos nuestras rodillas. Lo que digas, pero regrésame algo de oxígeno. Ya perdí la cuenta de todo. 
Estoy destruyendo el calendario. Déjame borrar diciembre o marzo. 
Quiero desaparecer esa mañana en que te fuiste, en donde parecía que tenías la razón, pero nunca la hemos tenido cuando pensamos.
Trato de convencerme que esa mañana no sucedió, pero estoy indefenso ante los recuerdos que son cuchillos directos al cuello, luego volteo a todos lados y no estás y me ahogo con mi saliva. No estás en ningún pinche lado. 
Déjame salir de esta mierda. Déjame unos gramos de esperanza.
Te regalo todas mis playlist, sólo regresa.

Kato Gutierrez, © 2022

DIJISTE QUE ERAS DE COSTA RICA II

Aún era Madrid. Aún éramos tú y yo.
Ahora en un parque donde el sol se regodeaba en lo imposible de tu cuerpo.
Tú con unos pantalones negros y una blusa sin mangas. Yo no recuerdo nada de mí. Te sentaste con las piernas abiertas. Te meneabas. Juraba que tu pelvis me gritaba, pero tú hablabas de problemas que yo no quería escuchar. 

Tu cabello era irreal, cada hilo amarillo era una provocación, murmuraban gemidos. Tomábamos café. Era una mañana de algún día. Yo sólo quería hablar sobre tus ojos. Intentar hacer magia. Pero no parabas de hablar. Y yo perdido en tus hombros desnudos. Quizá estabas diciendo todo lo que tenías que hacer. No tengo ni una idea de lo que hablabas. Estaba inmóvil ante tu pose. Tú, reina del lugar. Las piernas abiertas gritándome que era un pendejo por no tirarme sobre ti. Y sí lo era. Tus hombros desnudos haciendo coro a la declaración de las piernas. Y yo que no podía ver tu mirada triste porque traías lentes oscuros.

Creo que preguntaste a qué me dedicaba. Tu voz era un hechizo. No entendía nada. Quizá hablabas ruso. Tal vez dijiste que me recordarías por la forma en que te abracé y yo que no podía dejar de pensar en lo que hicimos en el piso del cuarto del hotel.

Con el rumor cercano de los peatones de Madrid que siempre me han sonado familiares recordé cuando te tuve contra la pared y la mancha de sudor que ahí dejaste. Perdido, recordé como gemías. A lo mejor me hablabas de planes. Dijiste que eras de Costa Rica. Dijiste que eras modelo. Y yo no supe qué decir. Yo había olvidado mi mundo.

Pregunté algo y dijiste que no podías responder eso. No hagas preguntas, contestaste. No seas como los demás. Ahí volví un poco a mi mundo, al Madrid que de pronto me olió diferente. A lo lejos se escuchaban gritos y palabras de personas felices. Me propuse nunca más hablar. Pero esas piernas abiertas escondidas en tela negra ahí seguían, las abrías y cerrabas con un meneo desafiante.

Decías que en Costa Rica había ríos y tirolesas enormes, y yo no podía dejar de recordar el surco de tu espalda baja, y cómo mi mano se había acomodado ahí la noche previa.

Me dijiste que no hablará de futuro, pero yo quería hablar de lo pasado, de cómo te había creado sonrisas con mis manos. De cómo nos habíamos despertado en la madrugada sólo para ver nuestros cuerpos llenos de salitre. Para hablar de lo que hicimos en el piso. De nuestras rodillas talladas. Para ver la luna en silencio.

De pronto dijiste que te irías, que regresarías a Costa Rica y en ese momento me cayó una tormenta de mierda de todos los putos pájaros y cuervos de Madrid. Pensé que nunca iba a poder olvidar tu nombre. Escupí el café. Quería dos mil tragos. Y tú sonreías tranquila. Fluías mientras yo estaba atorado en ti, en esa mierda de aves, en ese Madrid que hedía putrefacto con tus palabras que me habían explotado en mi cara.

Tuve el valor de preguntarte ¿después qué?, suspiraste y meneaste la cabeza, yo recordé como moviste tu lengua la noche previa. Y pensé que todo era una putada. Iba a buscar a cuantos kilómetros estaba Costa Rica, pero sonreíste y dijiste que no hiciera eso mientras pusiste tu boca en mi oreja y tus uñas en mi nuca. ¿Después qué?, repetiste, mientras exhalabas un aliento cargado de millones de gardenias que restregabas en mis ojos tímidos. Te veías indestructible mientras yo me derrumbaba. Me llegó la idea de hablarte de usted, pero por suerte no lo hice. Imponías. Nunca hay después, dijiste. Millones de putos cuervos madrileños se burlaban desde todos los árboles del parque. Y yo que moría por chupar tus hombros.

Prometimos no hacer el momento más trágico, pero obvio mentí. Mencionaste que no era necesario tanto drama, que éramos adultos. Envidié tu simplicidad. Me distraje captando que a partir de ese momento vería tu rostro en el de todas las mujeres. Tu fantasma me seguiría en cada cama. En cada rosa. En cada sonrisa.

Pusiste tu mano en mi pecho mientras decías algo que para variar no entendí. Ya era de noche. Millones de luces parpadeaban. Todo se movía. Palmeaste varias veces mi corazón. Anda, ve, dijiste con aplomo mientras lloraba como un chaval.

Me fui deambulando. Jalando aire y mocos. Caminé como borracho durante toda la noche. Madrid vacío. Parecía otra ciudad a la de aquella noche en que nos conocimos en un bar. El silencio apestaba a promesas fallidas. Dos luciérnagas pasaron cagadas de risa.

Ahora vivo de una forma extraña. Abrumado por sonido del dolor. Recuerdo cómo movías tus piernas escondidas en esos pantalones negros. Sólo pienso en ti.

Kato Gutiérrez, © 2021

DIJISTE QUE ERAS DE COSTA RICA

Fue en un bar de Madrid. Dijiste que eras de Costa Rica. 
Dos cervezas en la barra. Tu cabello me encandilaba. Lo imaginé empapado. 
Me quede callado y pensé una larga historia en la que con los ojos nos entendíamos.
Mojé mi boca con cerveza, fantaseé que era tu sudor.
Sentía conocer esa sonrisa. Me dio miedo que fuera un sueño.
Dijiste que eras modelo mientras sonaba una canción de Andrés Suárez.
Vi como acordes en tus ojos. Quise acercarme, pero sólo pude moverme unos centímetros.
Olías como a una canción. 

Estaba en Madrid, en un bar con una modelo de Costa Rica.
Dijiste algo arrastrando lento y suave las erres y mis rodillas suspiraron, además, no entendí nada. Estaba distraído calculando cuanto tendríamos que caminar para llegar a mi hotel. Contaba las sílabas que tenía que juntar para invitarte. Pero no lograba salir del hechizo de tu boca amplia y de esos dientes tan blancos, tan improbables. Me escaseaba la audacia.

Se me ocurrió pintarme mi cuerpo por ti. Claro que me rayaría tu nombre en mi antebrazo. Era Madrid. Eras tú. En la segunda cerveza dijiste que preferías la música de Ismael Serrano. Yo intenté acordarme del nombre de algún trovador mexicano, sobre todo el que en una canción dice algo de unos brazos de sol, pero tu jeans rojo y tu simple tshirt blanca eran imponentes. Pensé decir que te inventaría una vocal. Consideré ponerme de rodillas y murmurar algo como si fueras una virgen, pero nunca he sido bueno para la poesía.

Supuse que alguien te extrañaba, pero decías tener un clóset grande, blanco, con pisos de madera, lleno de focos y espejos. Cientos de zapatos, eras modelo. Pensé en los miles de hombres que han muerto por ti. 

Preguntaste por mi hotel y lloré. Miré a las esquinas del techo buscando cámaras. Alguien cómo tú y alguien como yo. Aseguraste que ya me habías visto en otra vida. Entonces dudé más. Decías que te gustaba mi olor. La cerveza hacía brillar más tus labios rosas y delgados. Cuando hablabas yo escuchaba canciones. Y movías la cabeza para echar tus largos cabellos atrás de tus hombros. Y yo queriendo ser tu espalda. Y yo con la quijada dura y los cachetes calientes.

Tenía sed. Ha de ser la suerte que deshidrata. Pensé que era más probable que entraran Sabina y Milanés a que tú estuvieras ahí conmigo. Tan alta. Tan bella. Tan flaca. Pensé en decirte perfecta después de la quinta cerveza, pero me dio medio equivocarme, tartamudear y acabar diciéndote pendeja. He perdido tanto por hablar, entonces busqué los silencios. Escuché cantos de delfines mientras imaginé chuparte tu oreja.

Pediste la cuenta cuando ponías tu mano tibia sobre la mía. El barman tampoco lo creía. Me mató con sus ojos españoles. Nadie podía creerlo. Dudé cómo sonaría si te decía nena, mientras te regresaban tu American Express. Dijiste que te encantaba mi plática y yo no sabía lo que estaba sucediendo.

Tus cabellos amarillos sobre las sábanas blancas parecían una obra de arte. En mi mente había música. Vi botellas de Champaña, y unos cigarros light. Trataba de salir de mí para vernos de lejos, mirar esa imagen tan irreal y grabarla en mi memoria. Alguien cómo tú en mi cama. Era tan injusto que tuvieras pecas en tu pecho. Y unas pestañas tan curvas y tan grandes. Y una sonrisa tan ingenua. Y tú tan exacta. Tan precisa. Tan perfecta. Creo que vi un tatuaje minúsculo. Y por algún motivo decías, entre risas, que yo hacía todo bien. Yo no recordaba mis palabras, ni el color de tus ojos. Sólo tenía tanta fe. Trataba de seguir haciendo lo mismo, sin saber lo que era. Esa cuenca arriba de tu boca. Tu pelvis simétrica. Ese tímido lunar en una de tus mejillas.Tus piernas tan largas. Decías que eras modelo. Intentaste contar cuantas fotos te habían tomado mientras reíamos como jóvenes. Levantamos las piernas al techo. Nos embarramos los cuerpos. Jugamos a ser otros. Tiramos las sábanas al piso. Sentí que eras un bosque cuando salió el sol y estabas sobre mí. 

Dijiste que eras de Costa Rica. Dijiste que eras modelo.

Kato Gutiérrez, © 2021

FUCK FRIENDS

Siempre se improvisa. Siempre se acaba el tiempo y el silencio regresa antes de lo planeado.

Quedan recuerdos de miradas gritonas. No se pide nada. Ni se elige el menú, ni la música que uno de los dos se anime a bailar durante el primer trago. Todo es random. Todo es shuffle. Aceptas lo que hay, te dejas llevar. 

Improvisas. Le cambias los ritmos y nombres a los días. Hay muertes instantáneas en las despedidas. El único salvavidas es el recuerdo de esa mirada lasciva que sólo existe antes del primer beso de cada sesión. La casa se convierte en un museo de porcelana coreana. Ella busca sombras que se hayan quedado pegadas en las paredes. Olfatea las sábanas para recrear momentos. Él huele sus manos, se talla la cara mientras cuenta los pasos entre cada arbotante de luz. Exhala desesperado al ver que el cielo volvió a mentir esa noche. No hay estrellas, sólo bruma. Lo único que les queda es la esperanza escondida en el calendario.

Esperan, esperan y esperan. Los días parecen océanos sin olas. El alcohol ya no arrima el alma a la piel. Están desalmados. Se encuentran más vacíos que horas antes. Más locos.

Alejados sólo se escuchan algunas chicharras. Todo es sábanas blancas, secas y planchadas. Todo huele a limpio y a silencio. Todo pasa lento. Hasta la sopa en el microondas tarda horas en calentarse.

Cuando no están juntos viven de recuerdos. Del eco de ese pujido nuevo que se provocaron. Preparan diálogos, planes, posiciones, pero al verse, las manos se descontrolan. El brillo de sus ojos quema. No hay nada que decir, no les queda nada más que abalanzarse sobre el otro y chuparse la piel, lamberse los músculos del cuello, acariciarse las cejas. Respiran con prisa porque saben que hay un final, porque hay peligro. Y entonces siempre hay soles. Eructan luces de bengala. Salen plantas del techo. Hay valor para poner los cuerpos en posiciones que jamás habían imaginado. Se tragan vocales al pujar. Sólo les queda embarrarse de sudor, de libertad. No les queda más que darse esos cuerpos hasta quedar ciegos.

No es cuestión de libertad, es cosa de adicción. Es cosa de no preguntar ni reclamar, ellos no están para eso.

Kato Gutiérrez, © 2021

HOLLÍN EN MI ROSTRO

Arden sierras alrededor de mi ciudad.

Hay hollín en mi rostro, en el piso de la cochera, pero no me mortifica. Porque así somos. Porque estoy acostumbrado a que no me importe nada. Me cansé de donar botellas de agua que acaban en playas de Quintana Roo chocando con piernas europeas.

Porque somos, son, serán, eran, de la generación en la que no nos va a pasar nada: ni bombas nucleares, ni el sida, ni guerras mundiales, ni el calentamiento global, ni el día cero, ni pandemias.

Retumban helicópteros en el cielo, pero apenas y me llaman la atención. Porque sí. Porque así soy. Porque así somos. Porque me recordó algún viaje ácido. Porque no es posible que vayamos a morir por esto hoy, ni por ningún otro motivo. Huele a quemado, a bosque, a cuerpos. Pero no me importa.

Cada vez es más difícil matar moscas. Muchas abejas llegan en mi casa.
Y se murió un amigo de un amigo. Y se murió un conocido que una vez me sonrió. Y una amiga lucha por su vida. Y yo peleo por encontrar la mía.

Ya no tengo ganas de decir lo siento. Tengo ganas de decir nada.

Las lunas llenas siguen pasando inadvertidas. Los días pasan lentos rápidos. Los atardeceres últimamente me han quedado a deber. Los amaneceres no los alcanzo. Me ha dejado de importar la capa de ozono. Al parecer el mar nos ahogará. Marte es el pasado, nosotros lo destruimos. Mi dealer murió. 

No quiero recordar, ni crecer más. Arránquenme la memoria. Llévense la esperanza. Estoy atorado en doce meses esperando que Christopher Nolan apague las cámaras. Se me confunden las metáforas de la Biblia y las de Disney. Unas hablaban de unas ovejas negras, otras de anillos púrpuras y de matar a los corderos más grandes.

Arden bosques alrededor de mi ciudad. Resuenan los helicópteros por la mañana, me siento en medio de una guerra. No sé si aventarán agua al fuego o mierda para todos.

Los besos dados ya no valen. 

Hay hollín en mi cara y no creo, nadie cree que el fuego está a unos suspiros de nosotros. No creemos que nos vaya a tocar.

No creemos, porque cogemos sin condón y metemos la lengua en la boca de extraños para afanar la rutina a los miércoles.

Los ufanos reclaman la poesía escrita en bardas. Y luego ahí mismo cuelgan mantas de políticos. Suenan aviones y helicópteros. No me importa nada. Mil hectáreas quemadas en una semana. El chat en silencio. 

Mi cuerpo es una sola contractura, ya no hay preocupación de paro cardíaco. Mi futuro es el atardecer de hoy.

No quiero encontrar el tiempo.

Kato Gutiérrez, © 2021

UN FAJE CON FANTASMAS

Mientras el viento se calienta veo las primeras chispas pelear entre los leños de mezquite. No tengo escapatoria soy víctima de los recuerdos, me controlan. Sólo miro al pasado. No encuentro futuro posterior a esta inhalación y a esta parte de la canción de Sabina que suena y habla de promesas de verano a dioses paganos. 

Dicen que hay dioses en el fuego. Hipnotizado me confieso ante las enromes llamas, estoy a dos tequilas de hincarme. Tres estrellas chillan en el cielo. Ahora soy más víctima de las llamas que antes. Estoy a su merced. Me controla. Ahora que tengo sed solo hay fuego. No tengo fuerzas. Se me olvidan los modales. Recuerdo faldas rojas cayendo lentamente. Recuerdo conflictos breves. La lumbre es libre y sigue su danza. Descubro colores nuevos en sus flamas, fugaces, pero nuevos. Me rodean grandes encinos, robles, olmos y eucaliptos arcoíris. En los tronidos de la leña hay rumores ajenos. No los entiendo, serán otros idiomas. Serán otros seres. Yo con versos me entiendo. Pienso los versos que debo y me deben y me quedo en silencio con un temblor leve en mi labio inferior. No requiero espejos, en el fuego me veo, ahí se aparecen fantasmas que me extienden sus manos. Menean sus caderas. Son cuerpos perfectos. No hay lluvia que apaga esa lumbre.

En el fuego aparecen mujeres. Me dejo llevar. Aparecen retratos. Historias. Poemas que declaran verdades. Amantes perdidos. Veo precipicios entre las llamas. Me murmuran instrucciones para fajar con ellas. Todo tan incierto. Todo tan nuevo. Los fantasmas no saben de vacunas, siento una mano en mi cabeza vacía y otra rozando mi cuello. Quiero la oscuridad. Escucho tonterías que gritan los vecinos. Tomo más para que ella aparezca. Para que nos agitemos. Pienso. Pienso en Cortazar. En el silencio. En las millas. En los que mueren. En los que estamos muriendo. En lo que se nos pierde en estos segundos. El fantasma aparece y me chupa la oreja, no tan bien como otras.

Quiero fajar con fantasmas que crean en mí. Las que me miren a los ojos. Las que nieguen el pasado y no teman el futuro. Las que sientan sin buscar motivos. Las que regalen indulgencias plenarias. Las que ofrezcan su lengua, y repartan pociones para olvidar. Quiero fajar con fantasmas que sonrían mientras rozo su espalda.

Quiero un faje legendario. Que el humo de la leña me altere. Que su lengua enrolle cientos de tallos de cerezas. Que ante la manera en que mueve su lengua y su pelvis quede claro que soy un pendejo para esto del sexo. Que no haya tapabocas. Que todo pase. Que olvide los sueños de mi infancia. Que desparezcan los planes sobre mi vejez. Que el fantasma, esta mujer pelirroja o güera, o castaña, me meta entre sus brazos como nadie lo ha hecho. Que chupe mis lágrimas. Que guarde silencio.Que al final se escuche una ovación como aquellas que retumban en los estadios argentinos. Que la primavera le gane el invierno unas semanas. Que mi espalda no me duela y tenga confianza en mis dientes, y en mi boca, pendejo, en mi boca que calla o que grita pendejadas que congelan jardines.

Quiero unas caricias sin planes, que no traigan el pasado. Unas que no acaben. Quiero veranos y calor. Silencios ineptos. Parálisis húmeda. Lenguas que no teman nada. Fantasmas callados. Que no preguntan nada mientras sudamos. Fajes que me ayuden a sobrevivir este invierno. Que borren la neblina. Fantasmas que fajen como dioses. Sin pudor ni sueño. Fajes que no acaben. Fajes sin miedo ni planes. Sin heridas en espera de vacunas.

Quiero fajes húmedos. Que me roben la memoria. Pelvis que me dejen pendejo e inmóvil. Fantasmas que tiren lengüetazos, manoseos, y miradas sin pudor, como si la vida dependiera de ellos. Como si dioses evaluaran nuestro desempeño. Que no existan canciones merecedoras de sonar. Que solo el fuego truene a su placer. Que el viento me arrime un poco el aroma de su perfume caro que compró en Nueva York, pero también me traiga ráfagas de olor a rancho de Nuevo León. 

Que el faje sea tan perfecto que no lo recuerde.
Que no se hable de amor ni de eternidad.
Un fantasma que calle mientras me chupa el cuello.
Que acepte mis llantos. Que comprenda mis silencios cuando arremete su cintura hacia la mia. Un fantasma que entienda que las memorias son frágiles, que el futuro no existe y que el presente no lo entendemos. Una que acepte que no entendemos nada, pero fajando el tiempo pasa más fácil. Una que me lea mis ojos, por si se me va el habla cuando meta su mano en mi boca. Un fantasma que no deje esquirlas en su besos. Que sepa tocar mis manos.

Que baje los pantalones sin preguntar.
Que no cuente los segundos, ni los versos.
Que con sus manos me esparza estrellas con olor a mar.
Que las manos hablen tanto que los labios no tengan que decir nada.
Que sea un fantasma constante. Que me lo encuentre todos los viernes frente el fuego.
Una que tenga algo en su mirar.
Una que no haga falta ver para creer.
Un faje que haga bien.
Que me impregne esperanza con su lengua, que me la desparrame con sus pestañas. Que tenga unas cejas inolvidables.
Un fantasma que aparezca flores y drogas.
Que me mire con la boca.
Que no aparezca pretextos.
Uno que mueva el tiempo.
Que su boca sea su pluma.
Que no tenga nombre y nos inventemos apodos.
Que se aparezca cuando la invoque. Que me ponga sus pechos en mi boca. Que sonría mientras me ve titubear cuando trato de crear un verso.
Que tenga los ojos de color marrón. 
Que no provoque insomnios.
Que borre las agendas.
Que me robe la memoria. 
Que sus labios sean como los que nunca he tenido.

Que no me pida parar.
Que no escuche mis suplicas.
Que me aparezca la muerte del otro lado del orgasmo.
Que forme un poema con su respiración agitada.
Que crea. Que no me acuse de nada. Que me chupe la sien.
Que tenga los ojos tristes.

Kato Gutiérrez, ©2020

Cervezas tibias

Hace unos años estaba en San Francisco, en un viaje de trabajo. En la noche me vi con un viejo amigo que llevaba años viviendo allá, lo conocí cuando estábamos en la primaria, son de esos ves poco, pero como quiera les dices amigos de toda la vida, de los que sabes que si te defenderían en alguna pelea campal.

Caminábamos por el centro de  la ciudad, ya casi vacía, eran como las nueve de la noche, al parecer en ese país las ciudades se duermen temprano, aunque nunca apagan las luces de los edificios. Nos paramos en un crucero y a pesar de que no pasaba ningún auto, él me recomendó esperar la señal de avanzar del semáforo para peatones. Luego señaló hacía una fachada que dijo ser una fábrica de chocolates de una marca famosa, en la parte superior salían tres chimeneas que aventaban mucho humo. Un pordiosero pasó caminando a mi lado, gritando me pidió unas monedas, me asustó y guardé silencio. Lo escuché escupir algunas maldiciones mientras se sentaba en la banqueta, a un lado había un monumento de unos soldados celebrado la libertad de ese país. El pordiosero encendió un porro. Ahora yo quería pedirle a él. Sonó una sirena, yo por reflejo me estremecí, crecer en el norte de México deja memorias en los músculos, pasó una patrulla con las torretas encendidas, el pordiosero no se asustó, incluso sonrió mientras elevaba sus brazos, exhalaba humo por su boca y sonreía como Bob Marley. Mi amigo tampoco mostró alguna sorpresa, solo siguió caminando.

Llegamos a un restaurante en donde había Jazz en vivo y vendían hamburguesas. Tres mujeres reían en una mesa cercana, una de ellas, güera, tenía el vestido más horrible del lugar. Servían piedad en cervezas tibias. A lo lejos se veía algunos focos del Golden Bridge. La música era mediocre, el trompetista era republicano. Después de unos tragos las tres mujeres se acercaron a nuestra mesa, traían sus tarros vacíos, vestidos abiertos, y escotes caídos.  Supuse que eran de Checoslovaquia. Como si estuviera en el Indio Azteca levanté mi mano derecha pidiendo cervezas para todos, pero el mesero, uno que tenía toda la finta de ser ruso, me ignoró. Mi amigo, conocedor de la costumbres californianas, se levantó de la mesa y en la barra, con amabilidad pidió tres jarras de cervezas. Mientras tanto, yo intentaba recordar alguna frase en algún idioma de Europa del Este, aunque era claro que no iba a servir de nada. 

Cuando mi amigo regresó a la mesa ya había varias manos en entrepiernas. El jazz era lo de menos, la boca en los tarros de cerveza era lo de más. Besos entre casi todos, mi amigo solo observaba. Yo veía de reojo hacia todos lados. Chequé que trajera en mi pantalón el celular y la cartera. Mi amigo no sabía qué hacer con sus manos, ni con sus ojos. Se levantó de la mesa y regresó, según yo, sólo unos minutos después. A su regreso ya habíamos intercambiado lugares, la güera del vestido horrible, estaba sentada con sus piernas abiertas en mi regazo, sus piernas ahí se sentían bien. Las otras dos bailaban como universitarias borrachas y chifladas en un pasillo. Mi amigo me dijo al oído que ya había pagado la cuenta y que se tenía que ir. Me deseó suerte, yo de pinche mala copa no lo bajé.

Lo siguiente que supe fue que yo estaba tirado en los escalones exteriores de la entrada del restaurante, el sol aparecía entre los edificios, sólo tenía el pantalón, todo lo demás me faltaba.

En el empeine de mi pie derecho estaba escrito con plumón un número de teléfono. Los rayos de sol me violaban los ojos. Mi craneo tronaba, una voz interior no paraba de decirme que era un pendejo. Apenas me enderecé y apareció sobre la calle mi amigo en un Tesla rojo. Me sonrió, la puerta del copiloto se abrió de manera automática, hizo un movimiento con su cabeza invitándome a que subiera. Me incorporé con dificultad, di dos pasos cuando detecté una sonrisa falsa en mi amigo, me detuve, el seguía con esa cara llena de incertidumbres. Tomé aire para lograr decirle ve y chingas a tu madre, y me fui caminando muy despacio sobre la calle que tenía una pendiente muy fuerte hacia abajo. Me dolían los pies, no había dado diez pasos y vi al pordiosero que fumaba un porro y tarareaba Cry Baby de Janis Joplin.

Kato Gutiérrez, ©2020

Una peda de unos cien días

Quiero hacer una peda que dure de hoy a marzo. Unos ciento y tantos días en una isla.
En la peda no hay conciencia, no hay efectos ni cruda.
Desaparece la incertidumbre. 
No hay reglas. Los atardeceres son perfectos.
El mar está inundado de todas las flores del mundo.
Huele a leña en  fuego. No duelen los dientes. No hay sexo por costumbre. No hay tumultos. Hay soledad, luz y silencio.
Hay orden. Voy a vender sólo un boleto de acceso a una mujer.
No hay etiquetas ni definiciones. 
Sentir es tan fácil como respirar.
No hay rencor.
La marea recita poemas.
El fuego espanta demonios. 
Las caricias invocan a dioses diversos. Se sacrifican odios.
Es una peda de unos cien días. 
Supongo que ante tal ambiente el tiempo pasará rápido. Me caga el tiempo.
Sólo venderé un acceso. Seremos dos locos.
Quizá no nos hablemos, a lo mejor no será necesario.
En la peda se siente mucho. No se requieren explicaciones ni argumentos. Mucho menos etiquetas o nombres. Se valen los apodos de acuerdo a lo que la cosa o persona provoque. Hay ángeles volando ocasionalmente, sus alas son de colores vivos.
Existe la magia negra y la fe. Aunque ante el sexo ambas sean innecesarias. 
Existen pausas en donde hasta el viento y la marea se detienen.
Hay bagels de matcha. Vino tinto mexicano. Tequila 8. Brownies especiales. Chilaquiles picantes. Rib eyes y salmón.
Hay Ginebra con todo. Gin en las caderas. Gin en la clavícula. Gin en los huesos del cuello. Gin en su espalda. En la peda se chupa Gin con todo…Gin en las entrepiernas.
Ahí no tienes que tomar tantas decisiones. Se trata de dejarte llevar. Fluir.
Decir lo que sientes. Sentir lo que dices.
Los ojos hablan. Cambian de color, se camuflajean ante las emociones.
Hay abrazos mudos. Y orgasmos que gritan poemas.
En la peda el tiempo pasa.
No hay economía, ni gobiernos, ni medios. Sólo yo y una hermosa mujer.
En la peda Benedetti murmura algunas líneas desde la oscuridad.
Miles de luciérnagas realizan un performance todas las noches.
En la peda ser cuerdo es tartamudear.
En la peda quedas mudo al ver la belleza.
Sólo venderé un acceso.
Ahí se olvida de todo lo que sucede afuera. Se pierde el apetito.
El miedo ya no puede mentir, se convierte in inofensivo.
Hay libertad. No hay maquillajes ni poses.
No hay señal de internet, ni ninguna de sus maldades.
No se preguntan pendejadas.
El silencio contesta las preguntas más rudas. Y luego reímos.
Reímos mucho.
Es un mundo solitario. Una peda para dos. Una peda de unos cien días.
No hay disfraces. No se requieren máscaras para coger. Ni para desear.
El piso a veces se mueve.
Cae lluvia de lavanda. Las mañanas huelen a vainilla.
Robalos cacaraquean por las mañanas. 
En cada beso se tapa un hueco de la capa de ozono. Cuarenta y cuatro osos pandas nacen en oriente por cada faje. Veintiséis Koalas nacen como efecto de una caricia en la espalda. Treinta y cuatro jaguares nacen en Chiapas después de cada chupada.
Los participantes de la peda son imbatibles. 
Solo venderé un acceso.
No hay ilusiones. Sólo hechos. Sólo el momento. Sólo poros abiertos. Cabellos electrificados. 
No hay drama. 
En las noches te puedes sacar el corazón frente a la fogata. Ahí se inventan palabras y posiciones. 
No hay enigmas, todo lo gritas al coger.
Los constelaciones se distorsionan enviando poesía en clave Morse. 
Se te meten cientos de luciérnagas a las venas.
Si tienes suerte un colibrí se te meterá al corazón.
No se requiere dormir.
No hay penas, ni dolor.
Faltan palabras, adjetivos y preposiciones. Valen madre los adverbios y gerundios. Las lenguas compensan.
No hay dudas ni arrepentimientos. Las caderas se arremeten.
Las formas son perfectas. Las miradas perpetuas.
La vacuna es contra la desesperanza.
Para bailar se necesitan dos. Sólo venderé un boleto.
La locura es no creer.
No hay teléfonos, ni música. Sobran sonidos de grillos y pájaros de seguro apareándose.
Hay habanos cubanos, cigarros americanos y cerveza mexicana.
Quiero que sus ojos estén llenos de leyendas. 
Que al reírse lo haga con fuerza, que mueva su cabeza hacia atrás.
Hay una playa en donde los delfines nadan conmigo.
Le regalo por adelantado todos los suspiros que está por robarme.
Solo venderé un acceso.
No importa si hay tormentas porque el sol estará en sus ojos.
Si el mar crece, su aliento me hará flotar.
La memoria no juega chueco. 
Los recuerdos previos se borrarán a besos. Dos locos en blanco.
Una peda de unos cien días. 
Dos locos.
De aquí a marzo.

Kato Gutiérrez, © 2020