HOLLÍN EN MI ROSTRO

Arden sierras alrededor de mi ciudad.

Hay hollín en mi rostro, en el piso de la cochera, pero no me mortifica. Porque así somos. Porque estoy acostumbrado a que no me importe nada. Me cansé de donar botellas de agua que acaban en playas de Quintana Roo chocando con piernas europeas.

Porque somos, son, serán, eran, de la generación en la que no nos va a pasar nada: ni bombas nucleares, ni el sida, ni guerras mundiales, ni el calentamiento global, ni el día cero, ni pandemias.

Retumban helicópteros en el cielo, pero apenas y me llaman la atención. Porque sí. Porque así soy. Porque así somos. Porque me recordó algún viaje ácido. Porque no es posible que vayamos a morir por esto hoy, ni por ningún otro motivo. Huele a quemado, a bosque, a cuerpos. Pero no me importa.

Cada vez es más difícil matar moscas. Muchas abejas llegan en mi casa.
Y se murió un amigo de un amigo. Y se murió un conocido que una vez me sonrió. Y una amiga lucha por su vida. Y yo peleo por encontrar la mía.

Ya no tengo ganas de decir lo siento. Tengo ganas de decir nada.

Las lunas llenas siguen pasando inadvertidas. Los días pasan lentos rápidos. Los atardeceres últimamente me han quedado a deber. Los amaneceres no los alcanzo. Me ha dejado de importar la capa de ozono. Al parecer el mar nos ahogará. Marte es el pasado, nosotros lo destruimos. Mi dealer murió. 

No quiero recordar, ni crecer más. Arránquenme la memoria. Llévense la esperanza. Estoy atorado en doce meses esperando que Christopher Nolan apague las cámaras. Se me confunden las metáforas de la Biblia y las de Disney. Unas hablaban de unas ovejas negras, otras de anillos púrpuras y de matar a los corderos más grandes.

Arden bosques alrededor de mi ciudad. Resuenan los helicópteros por la mañana, me siento en medio de una guerra. No sé si aventarán agua al fuego o mierda para todos.

Los besos dados ya no valen. 

Hay hollín en mi cara y no creo, nadie cree que el fuego está a unos suspiros de nosotros. No creemos que nos vaya a tocar.

No creemos, porque cogemos sin condón y metemos la lengua en la boca de extraños para afanar la rutina a los miércoles.

Los ufanos reclaman la poesía escrita en bardas. Y luego ahí mismo cuelgan mantas de políticos. Suenan aviones y helicópteros. No me importa nada. Mil hectáreas quemadas en una semana. El chat en silencio. 

Mi cuerpo es una sola contractura, ya no hay preocupación de paro cardíaco. Mi futuro es el atardecer de hoy.

No quiero encontrar el tiempo.

Kato Gutiérrez, © 2021

No le voy a decir nada

No le quiero decir la lista de celebridades que se parecen a ella, se me hace injusto y riesgoso, además, cientos de imbéciles ya han de haber usado esa línea para intentar iniciar una conversación.

Tampoco he pensado comentarle que su tono de voz es igual al de una actriz famosa. No, jamás le diré eso. Menos le diría que en las noches en que más la extraño, en las que me provoca insomnios bravos como olas australianas, busco películas en las que sale esa actriz que se parece a ella y las veo con la atención y determinación de un huerco de quince años buscando porno.

Impensable decirle exactamente a quien me recuerda o quien fantaseo que es, ni que fuera un idiota. Sería una enorme pendejada decirle que he recreado una escena en la que sale ella, digo, la actriz a la que se parece y que he practicado tanto como bailan que ya me sé todos los pasos, como la tocan y como la besan.

No quiero comentarle que cuando la beso pienso que es esa actriz que está idéntica a ella. No quiero. Ni siquiera me animaría a preguntarle si acaso tiene una gemela. Se me hace deshonesto no pensar en ella cuando estoy tocándole las caderas, o chupándole los músculos del cuello, pero no lo puedo evitar. No puedo compartirle que pienso muy seguido que estoy dentro de una escena de esa película donde bailan en un restaurante en el que al centro hay una pista de baile, y las mesas simulan ser autos de los setenta, y que yo soy el actor y la actriz es la actriz, no ella. Y que yo me sé todos los pasos del actor y de la actriz.

No, no le puedo hablar de amor en estos tiempos. De hecho, últimamente, son muy pocos los temas de los que podemos charlar sin que se harte, o de los que acaben en alguna discusión donde se le levanta una vena en la sien. Muchas veces he querido quedarme callado, pero la maldita costumbre de desayunar por años viendo los noticieros me ha insertado mañas imposibles de quitar: o empiezo hablando del clima o de alguna tragedia que acaba o está por suceder en algún rincón del mundo.

No le puedo escribir poesía, nunca supe hacerlo. En preparatoria copiaba diálogos de películas mexicanas. También memorizaba los cumplidos que mi abuelo le decía a mi abuela al terminar las comidas de los sábados en aquella mesa larga al lado de la noria y el tanque de agua. Empezaba el atardecer y dos o tres luciérnagas aparecían extasiadas por el canto de unas chicharras acostumbradas al calor norteño, ahí era cuando mi abuelo, bajo el efecto de cuatro tequilas, con las manos un poco temblorosas, y el olor a leña quemada llenando el lugar, cada sábado le decía un piropo nuevo a mi abuela. Hasta que murió, y murieron casi todos, y yo olvidé los piropos. Las cosas que uno olvida por no apuntar.

Tampoco quiero crearle una imagen falsa de mí. No, no pienso fingir que soy feliz, ni mentir sobre el porcentaje de esperanza que me queda de lograr mis sueños. Soy un pendejo, pero aún no lo sabe.

Ni de pedo le voy a decir que no me gusta lo que publica en sus redes sociales, ni que me molesta ese hábito de leer los periódicos. Ni que me aturde que sea seguidora de Coelho. Menos me animaría a decirle que sus playlist son de muy mala calidad.

No puede saber que sus cejas pobladas me recuerdan a una chava que conocí en prepa y a quien nunca tuve el valor de decirle que me gustaba, solo una vez le lleve unas rosas y me quedé mudo al entregárselas en la cochera de su casa. Era imposible no enamorarse en los ochentas, las hormonas y la maldita música tan buena. Y ahora la palabra amor nos espanta, nos cae como montaña en la espalda. El sexo es más fácil y barato.

Tengo miedo emborracharme con ella, porque de seguro la  nombraré como se llama la actriz y ahí sí entonces, estaría en un gran pedo. Por más bella que sea la referencia, sé que habrá problemas. Ya he tenido situaciones así con otras mujeres, la verdad no entiendo porque se molestan tanto cuando las comparo. Cuando a mí me han dicho que me parezco a Johnny Deep no me molesto, tampoco es que lo tome como un cumplido, porque acepto que no nos parecemos, y además sé que nos separan muchos ceros en los saldos de nuestras chequeras, y que hay diferencias enormes en los metros cuadrados de nuestras propiedades, pero no me importa, sólo sonrío un poco por algunos segundos y luego se me olvida.

A lo mejor, el peor error sería decirle que me recuerda a mi primera novia. Todavía la idea de la actriz la pudiera salvar, pero compararla con un ser humano real de mi vida pasada sería una locura,  sería como meterme a la boca del lobo. La verdad es que estar con ella me lleva al pasado, a aquella novia de los ochentas, pero también me lleva al futuro a aquella actriz que voy a conocer algún día, no sé cómo, sólo sé que nuestros caminos ya están cruzados, algo de eso leí en un libro hace años. Pero ahorita sólo tengo a ella que se parece a la del pasado y a la del futuro, es casi perfecta pero no es aquella, ni la otra. Y eso la hace irreal y complicado porque al aferrarme a sus caderas huesudas siento calambres en el cuello. Quizá todo está en mi mente. Quizá me sucede como aquella película en que la protagonista era gorda, pero el enamorado la veía flaca. Quizá soy el único que la ve así. Quizá todos vemos cosas de manera diferente. Quizá ella no es ella. Quizá yo no soy yo. Por seguro no soy quien ella cree, porque siempre nos creamos a las personas como queremos que sean, las piezas que les faltan nosotros se las ponemos, como si fueran humanos construidos con legos, quizá yo le puse las cejas pobladas y los ojos cafés, porque desde pinche huerco se me hace algo muy caliente.

No, no le voy a decir nada, mientras me la siga cogiendo todo está bien. Lego o no lego. Me voy a quedar callado, y que pase lo que tenga que pasar.

Kato Gutiérrez, © 2021

Labios de menta

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Hoy caminé por la Calzada. En el sentido contrario pasó corriendo un hombre con la camisa de la selección española. Usaba unos audífonos tan grandes como su calvicie. Luego pasó un joven sin camisa, corría mientras en su rostro pintaba gestos de maldad. Quizá era agonía. Miré mi abdomen, luego levanté la mirada y una rubia me sonrió. Pasaron muchas personas. Puedo ponerme loco, o profético y decirte sus vidas, pero no puedo ni con la mía.
Sonó la sirena de una ambulancia, y nadie volteamos.
Miré peatones que ignoraban los semáforos rojos.
Unas mujeres me dejaron una estela con olor de jazmines.
Pasaron perros con personas y personas con perros.
Humanos con accesorios de los cuales colgaban infantes mudos y mareados.
Perros en carreolas. Ancianos en sillas con ruedas.
Hombres con dolores en el alma.
Mujeres calladas.
Ardillas voyeristas.
Jardineros en cuclillas que escondiendo la mirada en el sobaco veían los traseros blancos de mujeres veloces.
Ruido. Humo. Cláxones.
Templos. Fe escondida en troncos.
Camisas que presumían logros.
Un idiota dejó el excremento de su perro en el camino. Quiero ir a cagar a tu casa.
Pasó un camión de bomberos. La ciudad en llamas.
Mi alma morada. Punzadas en mi frente.
Mis rodillas crujiendo.
Quiero valor. Quiero bondad.
Quiero unos labios que sepan a menta.

Kato Gutiérrez
Derechos Reservados ©2019.

El amanecer perfecto

 

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Últimamente el ruido y el caos me sigue.
En el trabajo, la cuadrilla de mantenimiento no respeta horarios y taladra paredes y pisos a mitad de la mañana.
En mis trayectos en el auto observo un carnaval de incidentes: Luces rojas ignoradas, gandallas en cada fila, cerrones, cláxones sonando, reclamos, imbéciles lentísimo por que van texteando. Imbéciles invadiendo carriles porque van texteando.
En mi casa, las últimas noches llegan ruidos de taladros hidráulicos y mazos contra muros de un vecino. Del otro vecino llega música en un pinche miércoles cualquiera. Ayer en la tarde fui a un café, apenas me senté y escuché martillazos contra el muro del local, la empleado me dijo que era el vecino.
Ya estoy preocupado. Quizá soy yo. Quizá sólo yo los escucho. Quizá mi frecuencia está fallando y estoy cambiando de dimensión. Quizá los ruidos son para que despierte, para salvarme, pero no sé de qué. Quizá las mentadas de madre de los automovilistas son avisos.

Entonces estoy tenso, a la expectativa, esperando el madrazo. Me duele el cuello y los hombros. Llevo noches sin dormir. Pero hoy en la mañana me dije que sería un día diferente, me tomé doble dosis de Rivotril, respiré hondo, y me dije: No mames, es viernes, dale tranquilo. Y salí de mi casa, pensé en contar los incidentes que me sucedieran en el trayecto hacia mi oficina, pero rechacé la idea, porque sería como atraer el caos, y puse mejor una canción de Johnny Cash. Llegué a un crucero en donde estaba la luz en rojo, era el primero de la fila. Hice alto total, respeté con holgura el espacio para el cruce de peatones. Tarareaba la canción mientras pasó un minuto. Cambió la luz a verde, y solté el pie del freno, y justo en ese instante se cruza un voceador de esos periódicos gratuitos. Y como siempre sucede, se quedó parado justo en frente de mi auto, alcancé a frenar antes de tocarlo. Lo ví que vociferaba, gritaba y meneaba su cabeza en forma de reclamos. Caminó hacia mi lado mientras seguía hablando, bajé el vidrio de mi ventana y le dije: Te cruzaste en plena luz verde, compadrito, y me contestó: soy mujer, pendejo………
……
…….
……..
……….Ya mejor no dije nada más. Te digo que el ruido y el caos me sigue, ojalá sean buenos augurios, ojalá sea la oscuridad antes del puto amanecer perfecto.

Kato Gutiérrez, © 2018

Foto: Kato Gutiérrez. Texas, 2011.

Eclipse total

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Nunca había manejado un auto que tuviera aire acondicionado. Moví la perilla a lo más fuerte y frío. ¡Volteen! ¡Mírenme! Era un Ford Cougar 92 color azul marino con interiores de tela y madera. Con ese carro le saldaron una deuda a mi padre, solo estaría en casa unas semanas. Olía a tabaco y quizá no era tan deportivo, ni tan rápido. Lo que lo hacía espectacular era que tenía reproductor de discos compactos, lo último en tecnología en ese bendito mil novecientos noventa y dos.

Yo voy por mis hermanos. Yo te hago ese mandado. Yo voy a dejarle el arroz a la abuela. Yo manejo. Yo voy a la tienda. Yo. Yo. Yo. No quería bajarme de la nave y dejar de sentir la adrenalina de ese sonido tan potente y tan claro como nunca, mientras sonaba el disco de Bonnie Tyler, Faster than the speed of night. Baladas perfectas y ritmos acelerados. Rock o Pop ochentero diagonal noventero, lo que sea, no te me pongas estricto en cuanto a géneros musicales. Varias amigas nuevas me surgieron en esos días de eclipses totales de corazón. Lástima que no me dejaron entrar el único auto cinema de la ciudad. ¡Lárguese pinche huerco calenturiento! ¡Qué te pasa pendejo, si tengo dieciocho! Mientras mi voz se ahogaba en un fango de miedo y coraje y mi amiga se deslizaba hacia abajo en el asiento del copiloto.

No vendas el carro, jefe. Lo tengo que vender para recuperar el dinero que me debían esos cabrones. Pero es que está muy bonito el Cougar, papá. Está mucho mejor que la Caribe. No me importa, con el carro no puedo pagar los sueldos de los trabajadores, necesito cash, no un carro bonito. Es que papá, ese carro me ha dado muchas alegrías. Me ha ayudado a ser alguien más seguro. He conocido mucha gente y además es increíble poder reproducir un disco compacto, las bocinas suenan como si fueran veinte. Cuando trabajes te compras uno igual. Carro es carro. Da gracias que tienes la Caribe.

¿Qué te pasa, naco? Alucinas que yo me voy a subir a una Caribe, me gritó mi amiga al llegar a la banqueta. ¿Por qué no? ¿A poco eres tan fresa? Además no está tan fregada, trae radio FM y le funcionan bien las cuatro bocinas. A ti es el que no te funciona el cerebro pensando que una mujer como yo, se va a subir un auto de esos. ¡Piensa idiota! ¡Lo analizaría si al menos trajera casetera! No soporto a los locutores del radio. Adiós, naco.

Sólo me queda el disco de Bonnie Tyler guardado en su caja de plástico. Ya no tengo donde reproducirlo. No puedo dejar de recordar cuantas caderas toqué cuando las baladas de ese disco sonaban en el Cougar. Gracias, Bonnie, te debo una. Bueno, varias.

 

Kato Gutiérrez
Derechos Reservados ©2018

El choque

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Hoy vi un choque. Una camioneta pick up pequeña me cerró, se metió sin ningún aviso. Frené. Ni alcancé a tocar el claxón. Siguió su ruta inclinada e invadió el siguiente carril. Una Suburban enorme, brillante y nueva, no frenó y chocaron de lado.

No pude evitarlo y sonreí. Por pendejo el de la pick up. Me ahorré una mentada de madre. Ahora quien maldecía era el conductor de la Suburban. Se bajó con la cara roja, caminaba con los brazos separados del cuerpo, como si trajera las axilas rosadas. ¿Qué te pasa, pendejo? Alcancé a leerle en sus labios. Movía sus brazos como diputado dando un discurso.Y sonreí más. El de la pick up decía: Ay, cabrón. Y yo pensaba que me había librado por algunos segundos.

Si me hubiera cambiado de carril antes, si me hubiera levantado a la primera, si no me hubiera lavado los dientes, si no hubiera puesto Spotify antes de salir, yo hubiera sido el de la Suburban. Yo hubiera sido él. Yo estaría diciendo: ¿Qué te pasa, pendejo? Con mi cara de dragón y mis cachetes rojos. Yo hubiera sido él.

Ahí estaban las dos camionetas blancas, tocándose, atoradas, de lado. Como si un imán las uniera. Los dos conductores maldecían. Yo sonreía. Me acordé como se ven mis piernas entre las tuyas. Volví a sonreír. Por pendejos los dos.

Kato Gutiérrez © 2018

Presentación en Arboleda

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Y de pronto suceden noches de amor, que al ritmo del rock ochentero, en los abrazos se encuentran todas las respuestas. Muchas gracias por tanto amor. Ustedes son los magos, los poderosos. Generan chispas de buena vibra en cada página que giran, en cada palabra que me leen, en cada abrazo que me dan. Sin ustedes la historia sería totalmente diferente. Su apoyo me baja el cielo y me sube al sol. ¡Los quiero!

Vaya arranque memorable para El instante que nos queda. ¡Muchas gracias!

Maldito enero

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Maldito enero.
Maldito invierno asoleado.Consternación falsa. Especialistas surgen por todos lados.
Lo peor es que pronto olvidaremos todo. La rutina anestesia.
Gracias al viento, que parecía de marzo o de Texas, por llevarse algo de la basura. Al menos volvieron las montañas.

Kato Gutiérrez © 2017
FB: Kato Gtz.
Instagram/Spotify: katogtz
@mrkato

Foto cortesía de: http://www.freedigitalphotos.net