Y si en verdad estás ahí
Y si el mar no existe
Y si logro caminar sobre fuego
Y si rompo la oscuridad
Y si cuando tengas cien años me recuerdas
Y si no sé besar
Y si no sé caer
Y si me enseñas
Y si tu clavícula no fuera perfecta
Y si el mundo termina al besarte
Y si eres Dios
Y si te quitas los lentes
Y si sé el color real de tu cabello
Y si olvidé tu teléfono
Y si nos vemos sin preguntar
Y si me das la mano
Y si no existes
Y si las cuatro paredes son falsas
Y si nos están viendo
Y si nos deshidratamos
Y si sólo puedo dar un respiro más
Y si soy un pendejo
Y si el sueño es al despertar
Kato Gutiérrez, © 2025
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DIEZ AÑOS DE CUATRO SEGUNDOS

Creo que hay historias que vencen al tiempo… no sé porque Cuatro segundos gustó tanto. Sé que a mí me encanta y que la escribí con todas mis energías, tristezas y alegrías, eso lo detectan los lectores. Quizá todas nuestras vidas se parecen un poco, quizá a todos nos falta un abrazo, quizá todos tememos amar, quizá a todos nos gusta coger, quizá a todos nos gustan los desayunos de los sábados, o manejar un auto de Fórmula Uno, o conocer mujeres europeas que parecen modelos.
Lo que que debería de estar vigente es el amor y al parecer nos empeñamos como humanidad en extinguirlo. En la novela le dicen a Luca que el amor es el antídoto para el sinsentido, estoy de acuerdo con eso, el pedo es que no le entendemos, el pedo es que nos da miedo amar, amar con todo.
Millones de gracias a todos los que estos DIEZ AÑOS han mandado amor, buena vibra y apoyo y han provocado que siga escribiendo historias.
Dale Kato, dale.
Foto por: Roberto Zamora
37
Dijiste no sé, cuando bajaste la mirada y le pegaste un trago a la cerveza. No pudiste controlar la sonrisa cuando yo aseguré que eran treinta y siete pulseras las que traías en tu muñeca derecha. En esa galería de arte una banda tocaba música que le nombran electrónica, cuando el brillo de tu bota plateada se me incrustó en mis pupilas. Tu cabello chino rebelde con un chino apuntaban al cielo.
Parecías modelo recién traída de París. Un suéter con cuello alto protegía tu clavícula. Traías una tormenta de estrellas fugaces a tu espalda, pero no te dabas cuenta, quizá así eran todas las noches de tu vida. Seguro no eres de aquí, probablemente eres una extra terrestre.
Dos amigas tuyas llegaron a interrumpir mi monólogo, lo hacían como impulsándome, como si pocos se hubieran atrevido a cortejarte. Lo extraño es que yo seguía hablando con facilidad, como si no fuera tímido, como si no fuera un ingeniero en aeronáutica espacial. Tú sólo habías dicho tres palabras y aún así dominabas todo el lugar. Yo era el asteroide atorado en tu orbita.
Si me ponen un pizarrón puedo despejar ecuaciones, sentirme seguro, y a lo mejor así, después de un tiempo, volver a ti para intentar susurrar un piropo. Ojalá las matemáticas o la física cuántica me ayudaran a crear poesía, una a tu nivel. Quizá obtendría valor ante el asombro de los demás, cuando vieran que puedo encontrar la función inversa de cientos de integrales complejas, elevarlas al cuadrado y resolverlas en menos de tres minutos. Pero no había pizarrones. Eran paredes blancas, música electrónica, personas con frío, tú en fuego y yo hablando como nunca lo había hecho en mi vida.
Eras una estrella brillando y paralizando mi mundo, y yo atorado en tu orbita. No necesitaba que hablaras más, ni que me tocaras, estaba bien deambular unos minutos con la ilusión, con la incertidumbre certera y persistente del destino. Tuve una hipótesis: que fueras un reflejo de las luces que utilizaba la banda en el escenario, o consecuencia de las seis cervezas que había ingerido. Pero está bien. Cuando lo que no parece real agrada, que así se quede. Llevo años dudando de la realidad.
Quiero inventar una máquina centrífuga de altísima velocidad para generar gravedad artificial, que el Coriolis Acceleration Platform (CAP) de la NASA sea una pendejada comparada con mi invento. Que logre detener el tiempo, que podamos tener repeticiones de nuestra vida. Yo me quedaría ahí contigo en ese momento, en una pausa eterna, sin tocarnos, pero con la ilusión virgen.
Atraías miradas. Apagabas las oscuridad. Estaba confundido, y al fin científico, siempre busco explicación a todo, pero tú no tienes respuesta, ni lógica, tú eres la ecuación imposible, la que requiere kilómetros de pizarrones, décadas para despejar el enigma.
Que si eras una estatua de piedra, que si eras una escultura humana inmóvil inmaculada con polvos color paz y auras con aromas de locura. Que fueras lo que fueras yo te estaba viendo.
Dijiste algo que no entendí, porque al separar tus labios, alguien se colapsó. Tu voz me hizo sentir feliz como cuando era niño, como cuando creía que los papalotes podían llegar al espacio. Cuando hacía figuras con las nubes, e intentaba adivinar el segundo exacto en que el sol desaparecería cada tarde. Pero hoy el sol eres tú, y estás frente a mí y no quiero que desaparezcas. No soy bueno hablando, y mi Coeficiente Intelectual (IQ) de 140, estaba fuertemente afectado por tus caderas.
Soy peor bailando, además nadie bailaba. Ayer en la sala de espera del dentista leí en una revista de moda lo que es estar presente, cualesquiera que sea lo que eso signifique, sé que es algo que no se me da, mi mente siempre va segundos adelante, ya imaginaba tus hombros. Ya imaginaba mi lunes entrando al laboratorio contando la historia que te conocí, que me atreví a hablarte quizá porque hubo una tormenta solar que alteró el campo magnético terrestre y obviamente mi función cognitiva sobre todo mi nivel de audacia.
Es emocionante saber que han pasado al menos cuatro canciones, y aquí seguimos en este trance extraño, en el que pretendemos hablar, aunque no nos escuchamos, pero de alguna manera hay algunas chispas, contra todo pronóstico la chica plateada de la noche convive con este ingeniero en aeronáutica espacial que raramente emite palabra con un ser humano. Con un desdén de tus ojos, me pondrías en mi lugar, o sea solo, en el rincón más triste de esta galería pretendiendo que veo el celular, pero no; sonríes y todo es fácil. Agitas las pulseras y la banda en turno desentona, pierdo un latido, y media inhalación te la robas, siento relámpagos en la nuca cuando descubro que nuestros rostros están muy cerca. Sé lo que seguiría aquí, pero no tengo ni idea de cómo hacerlo. No sé a cual científico pedirle un instante de sabiduría, o a qué dios rogarle por valentía. No se me ocurre cómo serenar mi mente y dejar de sonreír como niño en la mañana de Navidad.
Junto todos los átomos de valentía de mi ser, y te pido tu teléfono, o tu Instagram o un cigarro, o piedad, o un beso, o que si vamos a la banqueta a platicar, o que si le seguimos en mi depa o en el tuyo, ¡algo te pido! ¡Algo te pido! Estoy seguro que algo te pido porque en este momento todo se detiene, la música suena mas fuerte, tus dientes se convierten en faros, y tus ojos, de un color extraño que el pantone no ha podido descifrar, parpadean en clave morse, entiendo y me animo a besarte, lo hicimos despiadadamente, como si quisiéramos intercambiar las lenguas y ahí entendí la teoría de la relatividad al descubrir que perdí años en ese beso.
Kato Gutiérrez, © 2025
EL LOBBY DE LOS NO BESADOS
La pregunta más cabrona que nos podemos hacer es: “¿cuándo?” Creemos que es “¿por qué?”, pero lo que nos tiene hechizados es el imbatible tiempo. Nos está matando, como las anfetas, como opioides en Ohio, como la soledad.
Hay noches que tienen que pasar sobre la chingada. Somos pasajeros pesados del destino. Hay coitos que nada pueden detener.
¿Cuándo se cansan de volar las moscas? ¿O mientras haya mierda no pararán? Hay parejas que se abrazan para la selfie, pero no se rozan el resto de la noche, ni de la semana.
Hagamos un mercado de trueques. Que la moneda de cambio sea el beso en la boca, lengua con lengua, sería un mundo casi perfecto. Casi, porque entonces, besarse así sería rutinario y no tocarse y realizar declaración de impuestos, sería algo muy sensual. Invitar a tu date a cargar gasolina sería algo rayando en una propuesta erótica, sería una clara proposición de querer terminar la noche en el motel. Pero, entonces, el motel sería rutina con el paso de los meses.
La vida sucediendo con todo en un martes en donde nadie en el mundo puede dormir. El lunes qué chingados, el insomnio de los martes es el que patea como caballo salvaje. Las deudas, qué mierdas, los labios secos por no besar.
Hay un sensor en los elevadores que mide la sequedad de los labios.
A quien no ha besado en la última semana el elevador los expulsa, entonces, no puedes subir, vivir, pertenecer, fingir, ni mamar/te ya que te quedarás atorado en el lobby de los no besados en donde nadie se puede tocar.
De pronto las personas se mueren cuando no lo tenían planeado. Mueren ese día a pesar de la gravedad, del infinito y lo minúsculo que somos. No planeamos morir este día, no planean morir hoy. Y mueren. Y morimos todos, aunque sea un poco. Otros mucho. Y las sonrisas excepcionales quedan enterradas, guardadas para otro día. Olvidadas en la solapa, en la cartera, en la bolsa de la camisa, junto con un ticket de estacionamiento que no nos deberían de cobrar, y de pendejos seguimos pagando.
Quiero prender un fuego para sentirte cerca, inventar tu cadera con los trazos de la lumbre. Dicen que todo arde. Las estrellas. El sol atorado en tus ojos. Tus manos. ¿Por qué tú y yo no nos quemamos?
El problema cuando recordamos las cosas, es que nunca acertamos. Extrañamos cosas que nunca existieron y así nos inventamos pendejadas, justificaciones y hasta sueños. Añoramos cosas que ni en Amazon existen, como ese recuerdo que tengo de que nos besamos, pero luego acabé siendo un mesero el día de tu boda.
¿Por qué las personas buen pedo se mueren? Y nos dejan quebrados.
Me tatué el nombre de una morra en uno de mis dedos.
Hay hielos ojetes, creados en charolas de plástico piratas llenas de contaminantes.
Conjuros
Lunes por la mañana
El metro hasta la madre
Promesas quebradas
Pujidos falsos
Sonrisas mentirosas
Hongos de humedad en los pulmones. Y nos acostumbramos a ese hedor, a esa tos, a esa flema que no se va, al sol que siempre regresa. Nos asomamos al pinche teléfono para buscar anestesias.
Reciclan jeringas.
Empeñan Picassos.
Que la rola suene en autoplay
Que no detecte tu plan macabro
Que no sepa ni que pedo
Que no me sepa el abecedario, ni la preposiciones
Siempre uso los dedos para sumar
Un día solo nos quedarán los cuerpos
Esa gente que va un bar y pide una bebida sin alcohol.
Esos que van a la playa y nos les gusta el sol.
Esos gordos que temen el ataque cardiaco.
Ese sol terco que vuelve a salir.
Un hielo que fue parido por una máquina alemana que crea cubos perfectos, como la cadera de Dua Lipa.Nunca he entendido ni madres. Siempre he sido un pendejo.
Que tus pómulos se pongan rojos cuando me veas.
Kato Gutiérrez, ® Noviembre 2024
11:11 MY LOVE

11:11 My love
El cielo está negro, atascado, obtuso
El Waze cambia de nada a rojo
Retén. O la mierda
Soplo sobre un artefacto
Yo queriendo soplar tus orejas cuando el foco se pone rojo
Tres por dos, seis
Le camino cuatro pasos, o los que quiera
No open bottle
No open hearts
Y yo que me estaba orinando. Y yo que quería estar en tu boca.
Pero estaba ahí en un callejón oscuro que escupía amenazas.
Y yo que cambiaría el mundo porque la persona que estaba parada al lado del auto fueras tú, la que llevo años buscando. Pero no sé donde estás. Quizá en un atardecer gris, en una colonia sobre poblada.
Estoy atorado en una noche roja llena de mierda, de Tokens, Face Ids, saldos en ceros, choferes corruptos que se chupan un doce en el Pilos y luego prenden la App.
Hoy en la ciudad pasan muchas cosas, en el número dieciséis de una calle de una colonia privada, donde viejos amigos, de décadas, fingen ser jóvenes, pero se aman, pero les duele la espalda. Pero sonríen. Se callan y mejor cantan.
Dos cuadras adelante, una pareja se miente al sonreír y como quiera unen sus cuerpos. Les vale madre.
A unos kilómetros al oriente, del otro lado de la ciudad, en un lugar con un césped muy feliz, muy verde, veintidós personas engañan a treinta y cinco mil sentados en butacas con cervezas tibias en sus manos mientras gritan cánticos copiados.
No tan lejos, pero en otros rumbos, unos padres golpean a sus hijos, sepa la chingada porque. Todo cambia con un pequeño dulce y Google Maps. Todo cambia con una palabra, frase, hashtag o célula…
Hay una herida en mi muñeca, la del brazo. Me chupo deseando experimentar un sabor nuevo, escupo. Espero que haya sido una araña, intento disparar telarañas de súper héroe, pero ni gramos de esperanza aviento.
Me topé a una morra con canas y una sonrisa perfecta. Me dio un abrazo inmaculado, uno que le urgía a mis hombros.
Siguen pasando cosas raras en la ciudad, en otro cuadrante Google se da por vencido, se cae a la mierda y miente y manda a todos a callejones sin salida.
Hay tres astronautas atorados en la estación espacial. Hay millones de refugiados en llanos.
Hay tres amigos atorados en un carro dependiendo del destino, la ley, o una luz que se apague y solo ríen. Porque creen que sonriendo el sol sale.
Y entonces todo el planeta para cuando tomamos el teléfono. O cuando tienes apnea y tu vida depende de ti, pero no lo sabes porque estás dormida, ocupada, soñando que tienes el mejor sexo del mundo, uno lento y sensible, tierno, pero aguerrido y prologado. Porque cuando duermes no estás viva, y dejas pendiente un posible desenlace con final feliz siempre usando condones.
Uno es un pendejo hasta que ya no lo es.
Uno cree que ya creció cuando ya no necesitabas flotadores en los brazos. O cuando por fin te pudiste bañar solo, o dormir en la oscuridad total. O cuando tienes una chequera, o tus primeras veces de todo lo que nos engañaron: los besos, el trabajo, el saldo arriba de unos miles, las casas con aire acondicionado o un auto sólo para ti. Hasta que tu móvil se queda sin pila y el silencio te coge. Te coge duro y no tienes defensa. Buscas ruidos, cantas, gritas, buscas la pila portátil, pero eres sólo tú y ese pinche silencio que te revienta el apéndice. Y no sabes qué hacer. No sabemos. Porque en ninguna plática motivacional de algún gurú moderno vendedor de mentiras, libro de la secretaría de educación pública, mucho menos en uno de alguien becado por el sistema nacional, te enseñaron qué mierdas hacer cuando creces. Pero sobre todo, nadie te ha enseñado qué hacer con ese silencio que destruye tu paz….
Y yo tengo la cura, pero no me crees, porque cuando te veo no me salen palabras.
Kato Gutiérrez, ©2024
Alucines previos al interludio de un orgasmo anunciado

Hay veces que inventamos cosas…como ser feliz.
Hay cosas que nunca las usan. La terraza perfecta jamás pisada.
La habitación que huele a lavanda y nunca ha visto un orgasmo.
Asadores que nunca los prendieron.
Puntos ge jamás encontrados.
Sonrisas que esconden cuchillos en la lengua.
Miradas.
Orden repentino, pero falso.
Corazones rotos por el egoísmo.
Hay techos que se caen, otros que chorrean agua.
Piernas secas.
Orgasmos multiples dados por sentado.
A veces hasta el oxígeno es un poema.
Todos los días pudimos haber muerto, la libramos por centésimas de segundos y no lo supimos.Y seguimos viviendo como si nada, cagándola. Sin tocar. Sin valorar el esfuerzo de una flor en primavera.
Nunca pensamos en extrañar el oxígeno.
Nunca pensamos en la última mirada.
Andamos con los corazones rotos deambulando por las redes sociales
con sonrisas falsas.
Los bancos son leones. Los ricos nunca pierden.
Somos la tropa, el excremento de las yeguas más jodidas del mundo.
El CAT anual, el predial, el regalo forzado, el cumplido pedido, la cena en un lugar que no puedes pagar. Mentir con tu aliento.
No manches, fue lo primero que dijo Mike cuando entró a su departamento que apestaba a humedad y vio a Susana tirada en el sofá con un mierdero alrededor. Pedazos de comida, tres gatos andando en cámara lenta, como si ellos pagaran la renta de esos pocos metros cuadrados. Pastillas regadas en el piso, en la mesa de la sala, en el sofá, en el abdomen marcado de Susana.
¿Cuando se fue todo a la mierda?, pensó Mike, mientras Susana estaba en otro planeta. El refrigerador miniatura sonaba como un trailer viejo subiendo una carretera en la Sierra de Durango.
Mike hablaba con dos latas de cerveza en la mesa de aluminio desnivelada. Le gustaba abrir dos al mismo tiempo e intercalar los tragos. Si Susana no estuviera en ácido le hubiera dicho: Mike eres un pendejo. Y este cabrón, que le cagaba que le dijeran pendejo, le hubiera contestado: Al chile Susana, nadie te ha cogido como yo. Ambos reirían como pendejos, y de alguna manera acercarían sus cuerpos y ahí sí todo cambiaría. De esas cosas raras que tiene el sexo, que la química, que la energía, que la abstinencia, que sí se conocieron en otra vida, que si la chingada, la cosa es que cuando cogían todo tenía sentido, como si cambiarán de locación a un penthouse millonario frente a Central Park. El sexo los hacía millonarios.
Un amanecer en la ventana que no se anima a llegar. Mike se echa unos pedos y se talla la nariz, como si extrañara la coca. Hay instantes que no entiende nada. Aceleradores de partículas. El universo. Las guerras. O una mujer tan bella como Susana con un pendejo como Mike…..
Mike tiene recuerdos que no puede controlar, quizá los inventó. Cosas complicadas como el amor, el sexo, la fidelidad inmerecida…cosas triviales como un café con tu nombre en la etiqueta pendeja, como tener la bolsa del pantalón vacía, y la cartera llena de bouchers. Como que no seas candidato para tener una tarjeta de crédito. Como víctima del capitalismo de Nueva York, o del Socialismo ese que empezó algún día por San Petesburgo…cosas así. Andar respirando como si tu vida dependiera de lo que aparezca en el pinche teléfono, no de la erección de los poros. Como si fuéramos eternos. Cómo si una noche durara solo ocho horas.
Tú buscas el sol, pendejo, y yo soy miles de estrellas. Tus pinches pastillas, Susana. Tus pinches miedos, Mike, Miguel o Mijael, o como putas quieras llamarte hoy. Tus cuentos con conejos que hablan. Ya pendejo. Tómate un litro de agua y lárgate a la mierda. Vamos juntos. Mejor ven, que se rocen nuestras piernas, para que te erectes, me humedezca, se me olvide que eres un pendejo, y acabemos otra vez en el piso cogiendo. Chinga tu madre, Mike. Sí, a huevo, sigue pujando, sigue con la piel de gallina, morra. ¿Morra? Eres un idiota. Sí, el único que te encontró el abecedario. No pares. Ya sé. Cállate. No me voy a callar. No pares. No. Que te calles.
Kato Gutiérrez, © 2024
Macetas

Iba en una carretera de Nuevo México conduciendo un convertible viejo. Era un momento que durante años había imaginado. A los lados había montañas como películas de Disney. Se me antojó prender un cigarro cuando en el radio viejo sonó una canción de The Cars, no recordé el nombre, pero me sentí bien, como si mis costillas sonrieran, pensé que sería genial que esos músicos supieran el momento que me habían provocado.
Estaba a punto de pensar, por primera vez en mi vida, que estaba viviendo un momento feliz cuando un camión enorme me rebasó, salió de la nada, reventó su claxon, treinta y cuatro coyotes quedaron sordos y a mí me pegó un susto que por poco me cago.
De estar a punto de rozar la felicidad, mientras recuperaba el carril de la angosta carretera vieja, pasé a pensar que me gustaría tener tiempo para ir a comprar macetas una tarde cualquiera. No sé si es porque estaba en medio de un desierto en donde todo era color rojizo o porque de plano soy un puñetas enorme. Me gustaría tener certeza de algo aunque fuera insignificante. Y así, ya te imaginas la mierda que fue llenando mi mente. Yo era el mismo, el auto también, la carretera sacada de la película de Forest Gump, pero ahora mi mente no era mía. No sé si te ha pasado o yo soy el raro.
Quisiera un día en donde el tiempo corriera lento.
Un faje en que cada centímetro durará una hora.
Que el sol se quedara atorado en tus labios.
Que pudiera recordar lo que soñaba a los doce.
Alejarme de quienes hacen promesas a lo pendejo.
Conocer tu risa despreocupada.
Jugar con nuestras piernas en mi montaña, la luna arriba y el fuego a un lado.
Pero no tengo tiempo ni para las macetas. Ni para mí, ni para odiar. Ni para recordar el pasado.
En París hay invasión de piojos, mis oídos tapados por tanta mierda que filtran. Hay guerras sin fin. Hay guerras nuevas. Todos somos unos pendejos.
Sigo sin macetas. A veces no hay agua en mi ciudad, ni en el mundo. A veces estoy deshidratado y una nube me roza.
Truena la llanta del convertible viejo. Giros. Vuelcos. Acabo vivo empapado de tierra roja. El convertible rojo en fuego amarillo a unos metros de mí. El sol se ensaña con mi nuca, hay días así. Hay un cactus que parece que está pintando un dedo. Escucho unos balazos e imagino un ranchero de Arizona disparando a lo pendejo mientras escupe artículos de su constitución y su cuello rojo está a punto de reventar. No siento mis piernas, me arrastro mientras hormigas se meten a mi nariz. Mis macetas no tendrían hormigas. Un correcaminos pasa burlándose de un coyote viejo. No tengo fuerzas para contarle el chiste al animal. No sé si en realidad era un chiste. No puedo hablar, tengo lodo en mi traquea, tierra que una vez fue mexicana, hormigas invadiéndome. Autos pasan mientras los pasajeros ríen escuchando algo country. Mis costillas que hace unos segundos reían ahora me destruyen los pulmones. Pensé que nunca me había parado de manos. Me prometí que nunca iba a dejar de respirar.
Kato Gutiérrez, © 2023
Esas cosas simples

Esas cosas simples.
Como una chispa traicionera.
Como una luna tapada por nubes cargadas de lágrimas contaminadas.
El aire era de otro sabor.
Un loco soñador quemándose.
Como una rima incompleta. Como la página 28 en blanco en plena primavera.
Como arder lento. Trepar los decibeles de un grito que parecía imposible.
El cuerpo en fuego. Un latigazo de lumbre a dos centímetros del escroto me hace pensar que para morir también hay que tener suerte.
Como no se sabe una mierda mientras arde tu cara y tu alma.
Como tanto odio metido en un fa sostenido lleno de sombras.
Las rodillas nubladas.
Humo y gas en mis pupilas. Perdido.
No entender nada.
Una foto que inyecta adrenalina que salva.
La vida en un volado, en un cerrojo.
Sentir que estoy muriendo.
Morir solo. Morir hoy.
Esos detalles.
Cientos de poemas. Ángeles de alas azules.
Unos ojos cubiertos por lentes de sol.
Como una clavícula inolvidable.
Como un vendedor de agua de jamaica tibia.
Un abrazo con un desconocido que me regala un consejo con olor a tabaco.
Como no saber una mierda de nada.
Como morir de pronto un martes cualquiera.
Esas cosas simples como unos dedos en el cuello, buscando el pulso, o regalando placer.
Como pintar un corazón con las pestañas.
Como unir dos palabras ante todo pronóstico.
Como cagar en el mar.
Como mear en un jardín.
Como encontrar alegrías en una guitarra que nadie ha tocado.
Como tatuar mis iniciales en mi aorta con una aguja vieja.
Una respuesta a un grito de auxilio.
Una voz extraña entre la neblina regalando esperanza.
Una güera desconocida embarrándome la humanidad entera en un abrazo.
Porque las manos no son las mismas. Ni las otras ni las mías. El fuego me las arrebató.
Olor a carne quemada, a gas, plásticos retorcidos. Corazones transfigurados.
Me rodean las sombras, luces rojas y azules.
Me regalan otro trago y dos ilusiones. Me dan un teléfono en la mano.
Porque sigo creyendo en mí. Porque sí.
Por miles de oraciones que aparecieron, rodillas talladas.
Una estampa con una oración que aparece abajo de la puerta.
Como Monterrey sin montañas.
Las cenizas huelen a pasado.
No todo se quemó. La esperanza tiene coraza dura.
Morirse es algo solitario.
Cómo creer que estaré mañana, y entonces borro el mensaje. Y entonces me callo. Me contengo. Porque olvidamos el motivo de nuestro afán diario.
Porque el amor, si es que existe, duele, a veces.
Como girar y no encontrar mas que lenguas de fuego.
Como regresar y encontrar la puerta abierta.
Como herida que llora.
Como desear te de manzanilla chuparte. Como las luces de tus nudillos.
Como el aire desaparece y se pinta de rojo, de negro.
Como una mujer que levanta un perro como si fuera un pájaro y te regala una sonrisa llena de calma.
Como un desconocido se convierte en mejor amigo en segundos.
Como un correo al día siguiente te inyecta morfina.
Como un chocolate anónimo.
No quiero cerrar los ojos.
Leo notas en las estrellas.
Escribo poemas en el aire.
Hay ocasiones que lo mejor es callar y sonreír.
Ni un segundo banal.
Sobreviviente.
Vivo.
Kato Gutiérrez, © 2023
¿UN CAFÉ?
No hay nada más ingenuo, ¿no? ¿O es un movimiento astuto?
Los astros y el tiempo alineados a la perfección. Hay señales que de pronto si tenemos el valor de captar, están en mero frente de nosotros, y ese día así fue. Intenté improvisar un verso en momento que los astros dictaban, pero la voz me tembló.
El momento preciso, el ángulo perfecto. Por primera vez los ojos de frente, el sol postrado en su rostro, y entonces empieza la tormenta de arcoíris y yo indefenso ante ese espectáculo de la naturaleza que el destino, los astros, el horario, los signos, las vueltas del planeta, la inocencia, el valor, la terquedad, el vacío, la soledad y/o la suerte provocó. ¿Quien chingados soy yo para cuestionar tanto sentir? Escucho una voz en mi interior que me dice “cállate y mírala” y de manera extraña obedezco. Extasiado. Mudo, para variar. Pendejo, para variar. Pero me encanta como habla, parece que está declamando, de pronto se le mojan los ojos, y mis manos quieren esas lágrimas. Mantiene la mirada como si fuéramos estatuas.
No existen los amores de toda la vida, esas son ideas impuestas. Existen las partículas, las moléculas, la química, las chispas, el sol, las retinas sublimes, los ojos que cambian de color dependiendo si en ese instante el sol es digno de invadirlos.
Y la suerte me sigue acariciando, de pronto surge un momento mágico en que no hay que decir nada. Nada. Solo estar callados ganchados de los ojos, y apenas lograr respirar. Nada es eterno. No hay respuestas para todo. Disfruta la magia repentina. Confía, como un rayo valiente que le gana a una tarde nublada, la perfora y toca algunas almas.
Unos aretes perfectos, un vestido sublime. Un aroma robado de una pradera sueca. Mi mano queriendo arrancarse de mí para acercarse a ella. Millones de voltios en las articulaciones. Ella con sus piernas cruzadas, hombros descubiertos, dueña de todo y yo totalmente vulnerable. Vulnerable. Vulnerable. Valiendo madres. Valiendo madres chingón.
Vuelven los ojos húmedos. Coincidimos acordes. Resumimos décadas. Confesiones. ¿Por qué es tan hermosa? ¿Por qué nos contamos lo que nos contamos? ¿Por qué simplemente se siente tan bien estar cerca de ella?
No sé nada. Siento un chingo.
Sólo ven, cree, dame la mano, para que lo compruebes, y empieza a quererme un chingo.
Kato Gutiérrez @2022
OJOS QUE GRITAN

Llegó, dijo su nombre y mis oídos se llenaron de atardeceres. Me gustaría quedarme toda la noche a platicar, dijo con una sonrisa tímida. Ahí se me perdió todo el abecedario. Me sujetaba de sus ojos llenos de estrellas.
De pronto dijo una frase de Cortazar y palpité dos veces al mismo tiempo. Quise recordar algo de Bukowski para pretender que sabía algo de literatura, pero el lienzo que armaban sus cabellos negros me derrumbaron la paz. Cuando me preguntó si tenía nombre yo pensaba que quizá moriríamos esa noche. Un borracho en un auto deportivo, un presidente lanzado un misil. Unas pastillas de más. Un coágulo traicionero. Y pensé de qué había servido todo. De qué mierdas habían servido todos los días de mi vida previos a ese instante en el que de pronto ella murmuró que le gusta cómo la verdad incomoda.
¿Por qué nunca nos habíamos visto? Porque el destino es cruel. ¿Y si nos atrevemos a ser honestos? Me preguntó como si lleváramos años de conocernos. Yo trataba de calcular la probabilidad de que una mujer así de hermosa estuviera conmigo ahí, pero cuando me pongo nervioso también batallo con las estadísticas. Todo era tan improbable, pero ella clavaba sus ojos en los míos y me dejaba cicatrices en las retinas mientras dudaba si todo era un espejismo. Nunca nos rozamos, pero hubo chispas. Le quise decir que su sonrisa estaba llena de fuegos artificiales, pero no pude, nunca he sido bueno diciendo lo que pienso. Me sudaban las cejas. Y el tiempo me clavaba un cuchillo. Dio un trago a su bebida y dijo que se iba. Yo me sumergía en un volcán para buscar valor para decirle que me gustaba mucho estar con ella. Que no se fuera. Que se sentía fuego en los centímetros que nos separaban, pero no pude. Pasaron unos segundos en silencio hasta que me tembló la voz cuando dije algo que ni siquiera yo entendí y ella aventó una sonrisa amplia y el lugar se llenó de veranos.
Por unos segundos agachó la mirada y pude ver sus hombros. Un foco parpadeó.
Encontré un lápiz y en un papel garabateé algo en donde según yo le pedía su número de teléfono. Tomó el papel y se fue sin decir nada.
Y yo me fui a un precipicio oscuro, pero mientras caía sonreí, porque entendí que no se puede negar lo que gritan los ojos, capté que a veces el destino cede un poco, y regala momentos mágicos.
Nunca supo cómo su silueta me salvó.
Kato Gutiérrez @2022
TE REGALO TODAS MIS PLAYLISTS

Aquí estoy parado para que me partas los sueños, estoy a expensas de tus siguientes palabras. Por lo pronto seguimos perdidos.
Suenan rolas de rock en inglés pero no le entiendo toda la letra, entonces murmuro, como cuando quería improvisarte un verso mientras te chupaba la oreja pero me ganaba la risa. Prendo una vela, me quemo la mano izquierda y me acuerdo cuando cocinaba para ti o cuando hacías café meneando tu cadera sin misericordia por toda tu cocina a la que le entraba el sol por todos lados. Me acuerdo de tus sonrisas cuando extendías los brazos para entregarme la taza de café, también la manera en que clavabas tus codos en mis hombros mientras metías tu lengua a mi boca. Recuerdo muchas cosas que hoy me duelen. Según tú, en diciembre la cama no se debía de usar para tener sexo, eso era algo de las cosas raras que decías, pero me gustaban. Me gustaban tus cosas raras. Tus tics. Tu aroma indescriptible. La manera en que movías los palillos chinos cuando comías arroz.
No lo sabes, pero en la noches mi manos desparecen, quizá ya no te interesa saberlo. Quizá dirías que esta línea no tiene sentido, a lo mejor es cierto. Luego pienso que después de tanto tiempo es imposible que recordemos lo mismo. Me acuerdo cuando un día te dije que te acercaras, que te estabas peleando con mis ojos, diste unos pasos y sonreíste mientras me preguntabas si iba a escribir esa frase. Y ahora aquí estoy solo, escribiéndola mientras recuerdo el olor de tu cabello y le doy un trago a un vaso de agua de jamaica que lleva tres días en mi escritorio.
Hagamos la acrobacia mortal, improbable e imposible que embarre nuestras bocas. Choquemos nuestros dientes, que se quiebren. Tallemos nuestras rodillas. Lo que digas, pero regrésame algo de oxígeno. Ya perdí la cuenta de todo.
Estoy destruyendo el calendario. Déjame borrar diciembre o marzo.
Quiero desaparecer esa mañana en que te fuiste, en donde parecía que tenías la razón, pero nunca la hemos tenido cuando pensamos.
Trato de convencerme que esa mañana no sucedió, pero estoy indefenso ante los recuerdos que son cuchillos directos al cuello, luego volteo a todos lados y no estás y me ahogo con mi saliva. No estás en ningún pinche lado.
Déjame salir de esta mierda. Déjame unos gramos de esperanza.
Te regalo todas mis playlist, sólo regresa.
Kato Gutierrez, © 2022
DIJISTE QUE ERAS DE COSTA RICA II

Aún era Madrid. Aún éramos tú y yo.
Ahora en un parque donde el sol se regodeaba en lo imposible de tu cuerpo.
Tú con unos pantalones negros y una blusa sin mangas. Yo no recuerdo nada de mí. Te sentaste con las piernas abiertas. Te meneabas. Juraba que tu pelvis me gritaba, pero tú hablabas de problemas que yo no quería escuchar.
Tu cabello era irreal, cada hilo amarillo era una provocación, murmuraban gemidos. Tomábamos café. Era una mañana de algún día. Yo sólo quería hablar sobre tus ojos. Intentar hacer magia. Pero no parabas de hablar. Y yo perdido en tus hombros desnudos. Quizá estabas diciendo todo lo que tenías que hacer. No tengo ni una idea de lo que hablabas. Estaba inmóvil ante tu pose. Tú, reina del lugar. Las piernas abiertas gritándome que era un pendejo por no tirarme sobre ti. Y sí lo era. Tus hombros desnudos haciendo coro a la declaración de las piernas. Y yo que no podía ver tu mirada triste porque traías lentes oscuros.
Creo que preguntaste a qué me dedicaba. Tu voz era un hechizo. No entendía nada. Quizá hablabas ruso. Tal vez dijiste que me recordarías por la forma en que te abracé y yo que no podía dejar de pensar en lo que hicimos en el piso del cuarto del hotel.
Con el rumor cercano de los peatones de Madrid que siempre me han sonado familiares recordé cuando te tuve contra la pared y la mancha de sudor que ahí dejaste. Perdido, recordé como gemías. A lo mejor me hablabas de planes. Dijiste que eras de Costa Rica. Dijiste que eras modelo. Y yo no supe qué decir. Yo había olvidado mi mundo.
Pregunté algo y dijiste que no podías responder eso. No hagas preguntas, contestaste. No seas como los demás. Ahí volví un poco a mi mundo, al Madrid que de pronto me olió diferente. A lo lejos se escuchaban gritos y palabras de personas felices. Me propuse nunca más hablar. Pero esas piernas abiertas escondidas en tela negra ahí seguían, las abrías y cerrabas con un meneo desafiante.
Decías que en Costa Rica había ríos y tirolesas enormes, y yo no podía dejar de recordar el surco de tu espalda baja, y cómo mi mano se había acomodado ahí la noche previa.
Me dijiste que no hablará de futuro, pero yo quería hablar de lo pasado, de cómo te había creado sonrisas con mis manos. De cómo nos habíamos despertado en la madrugada sólo para ver nuestros cuerpos llenos de salitre. Para hablar de lo que hicimos en el piso. De nuestras rodillas talladas. Para ver la luna en silencio.
De pronto dijiste que te irías, que regresarías a Costa Rica y en ese momento me cayó una tormenta de mierda de todos los putos pájaros y cuervos de Madrid. Pensé que nunca iba a poder olvidar tu nombre. Escupí el café. Quería dos mil tragos. Y tú sonreías tranquila. Fluías mientras yo estaba atorado en ti, en esa mierda de aves, en ese Madrid que hedía putrefacto con tus palabras que me habían explotado en mi cara.
Tuve el valor de preguntarte ¿después qué?, suspiraste y meneaste la cabeza, yo recordé como moviste tu lengua la noche previa. Y pensé que todo era una putada. Iba a buscar a cuantos kilómetros estaba Costa Rica, pero sonreíste y dijiste que no hiciera eso mientras pusiste tu boca en mi oreja y tus uñas en mi nuca. ¿Después qué?, repetiste, mientras exhalabas un aliento cargado de millones de gardenias que restregabas en mis ojos tímidos. Te veías indestructible mientras yo me derrumbaba. Me llegó la idea de hablarte de usted, pero por suerte no lo hice. Imponías. Nunca hay después, dijiste. Millones de putos cuervos madrileños se burlaban desde todos los árboles del parque. Y yo que moría por chupar tus hombros.
Prometimos no hacer el momento más trágico, pero obvio mentí. Mencionaste que no era necesario tanto drama, que éramos adultos. Envidié tu simplicidad. Me distraje captando que a partir de ese momento vería tu rostro en el de todas las mujeres. Tu fantasma me seguiría en cada cama. En cada rosa. En cada sonrisa.
Pusiste tu mano en mi pecho mientras decías algo que para variar no entendí. Ya era de noche. Millones de luces parpadeaban. Todo se movía. Palmeaste varias veces mi corazón. Anda, ve, dijiste con aplomo mientras lloraba como un chaval.
Me fui deambulando. Jalando aire y mocos. Caminé como borracho durante toda la noche. Madrid vacío. Parecía otra ciudad a la de aquella noche en que nos conocimos en un bar. El silencio apestaba a promesas fallidas. Dos luciérnagas pasaron cagadas de risa.
Ahora vivo de una forma extraña. Abrumado por sonido del dolor. Recuerdo cómo movías tus piernas escondidas en esos pantalones negros. Sólo pienso en ti.
Kato Gutiérrez, © 2021
VALOR

No creo que hayamos aprendido.
Cuando pase la tormenta, y la nueva realidad se nos aparezca,
volveremos a amar con desdén.
A respirar como dueños del destino.
No creo que la humanidad se vaya transformar.
Seguiremos luchando sólo por sobrevivir.
Nos rigen sentimientos primitivos.
Volverán las nubes grises. Las culpas y los reclamos.
Los cuellos rojos inflamados de tanto calumniar.
Los pechos cargados de odio.
Las miradas filosas.
Los rencores antiguos.
Volverá la lluvia ácida.
Vampiros reirán, y defecarán mientras vuelan.
Regresarán los polvos flotando en el cielo, los cerros violados.
Los pulmones adoloridos. Los corazones tristes.
Las almas ocupadas.
Las ratas caminarán por las banquetas con portafolios en sus hombros vendiendo esperanza empaquetada en pastillas.
Los miedos se quedarán como caries.
Abrazar será un acto heróico.
Amar será menospreciado.
Besar será una locura.
Pantallas gigantes mostrarán montañas infestadas de pinos de pixeles.
Locos venderán atardeceres, y yo aún estaré buscando todos lo que no te he regalado. Aún estaré juntando valor para mirarte a los ojos.
Kato Gutiérrez, ©2020
NO ME VAS A CREER

El choque

Hoy vi un choque. Una camioneta pick up pequeña me cerró, se metió sin ningún aviso. Frené. Ni alcancé a tocar el claxón. Siguió su ruta inclinada e invadió el siguiente carril. Una Suburban enorme, brillante y nueva, no frenó y chocaron de lado.
No pude evitarlo y sonreí. Por pendejo el de la pick up. Me ahorré una mentada de madre. Ahora quien maldecía era el conductor de la Suburban. Se bajó con la cara roja, caminaba con los brazos separados del cuerpo, como si trajera las axilas rosadas. ¿Qué te pasa, pendejo? Alcancé a leerle en sus labios. Movía sus brazos como diputado dando un discurso.Y sonreí más. El de la pick up decía: Ay, cabrón. Y yo pensaba que me había librado por algunos segundos.
Si me hubiera cambiado de carril antes, si me hubiera levantado a la primera, si no me hubiera lavado los dientes, si no hubiera puesto Spotify antes de salir, yo hubiera sido el de la Suburban. Yo hubiera sido él. Yo estaría diciendo: ¿Qué te pasa, pendejo? Con mi cara de dragón y mis cachetes rojos. Yo hubiera sido él.
Ahí estaban las dos camionetas blancas, tocándose, atoradas, de lado. Como si un imán las uniera. Los dos conductores maldecían. Yo sonreía. Me acordé como se ven mis piernas entre las tuyas. Volví a sonreír. Por pendejos los dos.
Kato Gutiérrez © 2018



