OJOS QUE GRITAN

Llegó, dijo su nombre y mis oídos se llenaron de atardeceres. Me gustaría quedarme toda la noche a platicar, dijo con una sonrisa tímida. Ahí se me perdió todo el abecedario. Me sujetaba de sus ojos llenos de estrellas.

De pronto dijo una frase de Cortazar y palpité dos veces al mismo tiempo. Quise recordar algo de Bukowski para pretender que sabía algo de literatura, pero el lienzo que armaban sus cabellos negros me derrumbaron la paz. Cuando me preguntó si tenía nombre yo pensaba que quizá moriríamos esa noche. Un borracho en un auto deportivo, un presidente lanzado un misil. Unas pastillas de más. Un coágulo traicionero. Y pensé de qué había servido todo. De qué mierdas habían servido todos los días de mi vida previos a ese instante en el que de pronto ella murmuró que le gusta cómo la verdad incomoda.

¿Por qué nunca nos habíamos visto? Porque el destino es cruel. ¿Y si nos atrevemos a ser honestos? Me preguntó como si lleváramos años de conocernos. Yo trataba de calcular la probabilidad de que una mujer así de hermosa estuviera conmigo ahí, pero cuando me pongo nervioso también batallo con las estadísticas. Todo era tan improbable, pero ella clavaba sus ojos en los míos y me dejaba cicatrices en las retinas mientras dudaba si todo era un espejismo. Nunca nos rozamos, pero hubo chispas. Le quise decir que su sonrisa estaba llena de fuegos artificiales, pero no pude, nunca he sido bueno diciendo lo que pienso. Me sudaban las cejas. Y el tiempo me clavaba un cuchillo. Dio un trago a su bebida y dijo que se iba. Yo me sumergía en un volcán para buscar valor para decirle que me gustaba mucho estar con ella. Que no se fuera. Que se sentía fuego en los centímetros que nos separaban, pero no pude. Pasaron unos segundos en silencio hasta que me tembló la voz cuando dije algo que ni siquiera yo entendí y ella aventó una sonrisa amplia y el lugar se llenó de veranos.

Por unos segundos agachó la mirada y pude ver sus hombros. Un foco parpadeó.

Encontré un lápiz y en un papel garabateé algo en donde según yo le pedía su número de teléfono. Tomó el papel y se fue sin decir nada.

Y yo me fui a un precipicio oscuro, pero mientras caía sonreí, porque entendí que no se puede negar lo que gritan los ojos, capté que a veces el destino cede un poco, y regala momentos mágicos.

Nunca supo cómo su silueta me salvó. 

Kato Gutiérrez @2022