Despertando a carcajadas

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Hoy me desperté riéndome. Es la primera vez que me sucede. No fue una simple sonrisa, no; fueron carcajadas, de hecho, por eso me desperté. Mi despertador fueron mis carcajadas. Muchas mañanas había despertado asustado por alguna pesadilla, o enojado por haber interrumpido algún sueño placentero, pero nunca a carcajadas. ¿Qué significará? ¿Será cierto que Dios habla en sueños?

Muchas noches tengo el mismo sueño: estoy en una guerra y no sé como accionar el arma. Las rodillas me duelen de tanto temblar, siento un viento helado dentro de mis vértebras. Tallo mis dientes con mucha fuerza y frecuencia. Mi boca apesta. Estoy escondido en una vieja casa en ruinas. Tengo mi cara manchada de tierra y aceite. A lo lejos se escuchan aviones, bombazos, camiones, gritos en lenguajes extraños y llantos, muchos llantos, ¿por qué en las películas de guerra no se escuchan lo llantos? Pero sobre todo resalta el continuo golpeteo de las aspas de un helicóptero molestando el perturbado aire de esta zona. A mí también me molestan, me recuerdan mis constantes pecados. Tengo un casco antiguo, creo que es la segunda guerra mundial, no sé a que país defiendo, lo único que me importa es defender mi vida. Tengo mi indice derecho muy lejos del gatillo. Mi indice está tieso, extendido, frío, creo que será imposible hacerlo accionar el gatillo. Tengo miedo, mucho miedo. Siento que el terror ha tomado todo el oxígeno, ya no quiero respirar, siento que entra a mí. Aterrado por la violencia no sé a quien defiendo, no sé quien es mi aliado y quien mi enemigo. A veces en mi vida me pasa igual. Sigo en una esquina, en cuclillas, hasta las uñas me tiemblan del miedo. El valor que se requiere para asomarme por la ventana se encuentra a kilómetros de aquí. Creo llegar a la conclusión de que es más cobardía que temor. Prefiero morir que a matar. Llegan dos soldados a la habitación donde estoy. Su bandera es diferente a la mía. Hablan algún idioma que no entiendo. Se ríen. Prenden un cigarro. Ponen su rifle en el piso recargándolo sobre sus muslos derechos. Me gustaría saber que marca son esos cigarros que están fumando. Huele delicioso. Me gustaría entender su idioma. Siguen riéndose. Dan dos tragos a sus cantimploras. No creo que sea sólo agua. Son güeros, de ojos verdes. ¿Por qué habrían de matarme? ¿Por qué habría de matarlos? Antes de que alguien accione algún gatillo, les pregunto el motivo de nuestra pelea. Sus insignias son diferentes a las de mi uniforme, pero han de representar lo mismo: orgullo, egocentrismo, presunción, dramas, lástimas, poder. Ellos tienen más que yo. En mi sucio uniforme solo tengo dos. ¿Cómo acciono el gatillo? Lentamente toman sus rifles, los dos me apuntan. Por motivos de orgullo y de honor, me levanto y los veo de frente. Me acuerdo de Pancho Villa. Me acuerdo de una hacienda en Chihuahua. Me acuerdo de una pared de adobe inundada de balas revolucionarias. Juro escuchar que alguien grita: ¡Viva México! En ese momento me gustaría despertarme, pero no, por más miedo que siento, no me despierto, a diferencia de cuando sueño que estoy por besar a Salma, ahí siempre me despierto antes del beso. No importa cuantas veces tenga el sueño de la guerra, sigo sintiendo el mismo miedo, sufro como si fuera la primera vez que lo sueño. La desesperación que siento por despertarme, me convierte en un soldado más valiente. Dejo de tomar el rifle como escoba. Con la mano izquierda lo sostengo, cacha a mi hombro derecho, ¿y el indice? El indice se calentó, se flexionó, tocó el gatillo y lo accionó. ¡Puum! ¡Y ni ahí me despierto! Pero si estuviera soñando con Salma, con solo acercarme a su cuerpo, siempre me despierto. No me despierto después del disparo, pero tampoco alcanzó a ver que sucede. Solo veo mi cara de terror, la ansiedad tronándome la espalda y el sabor a plomo en mi boca, pero nunca veo que pasa con la bala.

Tratando de despertar, leo las noticias del día. Buenos días mundo exótico. Políticos usando esperma de tiburón para evitar las arrugas, la industria porno detenida por un positivo, peleas familiares, armas químicas, coches bombas, jóvenes matando por aburrimiento, reos pidiendo tratamiento hormonal para cambio de sexo; entre todo esto me confundo. Dudo cual es el sueño y cual es la realidad. Dudo cual es la peor pesadilla. Elijo el miedo a la guerra.

No sé porque hoy me desperté a carcajadas. Quizá fue lo que cené, o lo que tomé. Quizá fue el Rivotril de postre o el té de azahares. Quizá fue el beso que robé anoche o la caricia que me arrebataron. Salma no me ha llamado, tampoco Gwyneth. Me pregunto por qué me desperté a carcajadas hoy, y no tengo una respuesta.

Kato Gutiérrez © 2013

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Mi nuevo amigo

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No todos los días uno los puede terminar diciendo que tiene un nuevo amigo. A mi, el pasado fin de semana me trajo un nuevo amigo. Aun resuenan los ecos de sus carcajadas. Para sufrir, uno agarra parejo; incluso en viernes. Para gozar, uno batalla siempre; en lunes es imposible.  Pero este fin de semana fue diferente. Fue de esos fines de semana en que te puedes olvidar de todo, como niño. De esos momentos en que todo brilla en el ángulo perfecto. De esas mañanas que el café sabe mejor, porque hoy más de uno lo tomó en la mesa. De esas mañanas en que no importa las horas de sueño, lo que importa es estar vivos, en el hoy, en el ahora. No importa el dolor de cabeza. No importaba nada, estaba descubriendo un amigo nuevo.

Me tenía sorprendido por todas sus habilidades: Su corazón hablaba. Su alegría contagiaba. Creativo para festejar. Rápido para improvisar. Su cerebro inundado de amor. Al final su sonrisa arreglaba todo. El amor es el único sentimiento que dice conocer, la verdad conoce otros, pero es el mejor en ignorarlos, sólo le gusta usar el amor. Terco para descubrir nuevas formas de transmitir sus sentimientos. La verdad no necesita tanto esfuerzo, con que lo veas sonreír entiendes que en él solo hay gozo. Curioso para cuestionar, racional para responder. Sabe más de lo que creemos. Enseña más de lo que aprende. Su cuerpo lo ha esculpido en contra de todos los usos y costumbres. Ha roto cadenas de actos impensables para los de su condición. Antes pensaba equivocadamente que cada día debería de ser un reto para él, pero estaba yo muy equivocado. Cada día para él es un gozo total. Vive en un planeta llamado Amor, y, con su mirada a todos nos invita a vivir en ese mundo especial.

Estar feliz estando con él es más fácil que respirar, trae un halo de bendiciones, de dones que va esparciendo tras su diferente caminar. Él es un claro recordatorio de lo infeliz que somos cuando le cedemos a la rutina, cuando damos por sentado el día siguiente, cuando pensamos que todo es normal. Él es un claro ejemplo de que lo único que necesitamos para ser felices en este mundo es amor. Él tiene, al menos, tres cómplices constantes. Su hermano, algunos años menor, es su joven guardián, siempre al pendiente de retarlo, de enseñarle, de gozarle, de darle la mano. Ellos se hablan con los ojos, inventaron su propio idioma. Se abrazan con las sonrisas. A ninguno de los dos les falta nada. Se hacen falta, se complementan, se necesitan. Necesitamos más hermanos así. Sus padres no sé de que planeta llegaron. Es muy probable que hayan aterrizado a este mundo junto con Superman, es por seguro que tienen poderes sobrenaturales para vivir como lo logran. No son de este mundo.

En algún día gris, hace mucho tiempo, pensé que vivir con tanto amor pudiera ser abrumador, pensé que las responsabilidades que trae el amor eran pesadas e imposibles, pero después de conocer a mi nuevo amigo, entiendo lo equivocado que estaba. Abrumador es vivir sin amor, vivir sin amar, vivir sin sonreír, abrumador es no vivir. Mi nuevo amigo Oscar, me hizo recordar que las mejores amistades siempre llegan de sorpresa. Me hizo pensar que una condición te puede afectar sólo si lo permites. Hay quienes le dicen a Oscar que es un niño especial, otros le dicen que tiene Síndrome Down, yo digo que es un niño extraordinario, como pocos. Si tan solo lo pudieras escuchar sonreír, si tan sólo pudieras sentir lo poderoso de sus abrazos, si tan sólo pudieras ver su cara invadida de alegría al anotar un gol, parece que está empeñado en recordarme el verdadero motivo por el que vinimos acá a este mundo. Ojalá todos los fines de semana recibiera visitas como él y su familia. La casa sin él se sintió caer, pero su legado nos hace sonreír al recordarlo, nos exige disfrutar cada bocanada de oxígeno que entra a nuestro ser, ojalá me pueda parecer más a él.

Kato Gutiérrez © 2013

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El depa de los vasos sucios

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Me persiguen los vasos sucios. Es como una maldición. Por más que hago acciones para evitarlos, siguen apareciendo. Sus presentaciones, formas y colores son infinitas. He llegado a pensar que contienen mensajes ocultos, que algún ser poderoso me está mandando mensajes a través de ellos. Los he vaciado buscando algún pedazo de papel que contenga un mapa a algún tesoro perdido, o un mensaje de auxilio, o al menos una carta de amor. Pero no he encontrado ningún papel, ni nada escrito en ningún lado. He buscado en cada parte: en la base, en la parte interior, invertidos, nada. No entiendo que me quieren decir. No entiendo porque por todos lados se me aparecen vasos sucios.

Y el equipo de todos vuelve a perder, y el gozo del oro en el verano pasado fue efímero. De hecho, necesito que alguien me confirme que fue real el oro que nos colgaron al cuello el año pasado en Inglaterra. Ganaron oro, ganaron fama, perdieron piso. Rápido terminó el sueño. Miles, capaz que hasta millones depositan su estado de ánimo al resultado del supuesto equipo de todos. Yo no lo deposito tanto, pero me molesta darme cuenta que aun me moleste. Pensé que eso se perdía con los años. En cuanto el arbitro pitó anoche el final del partido, se me apareció un vaso de plástico grande, alto, ancho, moderno. Ahí estaba en la mesita de madera que tengo al lado de mi sillón de tela verde y vieja. El vaso era moderno, tenía impreso una fotografía de todo un equipo de fútbol, no te voy a decir que equipo era para no sesgarte, imagina que es del equipo al que tu apoyas. Al vaso le quedaba aún como un cuarto de agua mineral con whisky. ¿Quién me lo puso ahí? Ví cómo me veía. Alzó sus cejas, apretó un poco su boca en sentido de desaprobación y movió su cabeza levemente hacia los lados, yo le estaba causando lástima. Estiré mi mano, tomé de un jalón lo que quedaba del tibio jaiból, luego ya no expresó nada.

Me levanté enojado, caminé a la cocina y aventé el vaso moderno al fregadero donde rebotó sobre el sartén en el que había hecho un machacado con huevo ayer en la mañana. Me fui al baño a lavarme las dientes, y, ahí había otro vaso que intentaba contener su risa burlona, lo cual es obvio que no logró. Era un vaso de vidrio delgado, no muy alto, de seguro era un vaso barato.Tenía poca agua amarillenta en el fondo. Dentro del vaso había dos cepillos de dientes, uno de ellos era el mío. ¿Cómo se puede reír de mí, si dentro de él tiene dos cepillos de dientes? Se notaba que era olvidadizo, ¿cómo burlarte de alguien, si algo está dentro de ti? Me acordé de Malena, pero ella es otra historia que espero algún día pueda contarte. Ahorita con mis vasos tengo. Al tomar mi cepillo escuché una exhalación de alivio del pinche vasito burlón. Tallé con coraje mis dientes y unos segundos después clavé con odio mi cepillo de nuevo en el vaso. No lo aventé como todas las noches, anoche lo clavé con coraje, quería que lo sintiera, que se callara, que se dejara de burlar. Cuando entró el cepillo en el vaso, escuché un pequeño gemido, el que sonrió ahora fui yo. Apagué la luz del baño y de nuevo escuché su risa burlona, terco el cabrón. Me salí y me fui.

Caminé por el pasillo rumbo a la puerta de entrada de mi depa, el dolor de la derrota hacía que arrastrara mis pantuflas más de lo normal. Ojalá hubiera sido solo por el cansancio o por lo borracho, pero no, era por el coraje de perder en un miércoles, en lugar de ganar en un domingo.

Apagué el foco del pequeño recibidor, chequee que la puerta tuviera puesto el seguro y el pasador. Giré en la oscuridad y en la pequeña mesa de lo que es mi comedor, ante comedor y barra a la vez, había tres vasos cagados de la risa. ¿Qué pedo? Alcancé a ver cuando los tres giraron un poco tratando no ser escuchados, pero los escuché. Uno de ellos era de plástico transparente, desde su base hasta lo más alto tenía rayas horizontales continuas de diversos colores, verde, celeste, azul, rojo, naranja, rosa y la última verde claro. ¡Muy presumida! Estoy seguro que ha de ser hembra. No tiene que hablar para mostrar su orgullo de vestir a la moda, vestir lo mismo que cualquier vaso de Manhattan. Traía maquillaje abundante en colores claros y brillantes, su bolsa era una Coach color rojo sol. Otro de los vasos era el típico vaso de vidrio de cualquier mesa de clase media de este hermoso país taquero. Éste ya no era transparente, estaba rayado y su cristal estaba de color café claro de tantas veces que su cuerpo ha sido tocado por el jabón y el agua caliente. Desearía quebrarse en lugar de convivir con el vaso multicolor. Al lado del multicolor, este vaso parecía un pordiosero. Pero les valía madre, a la hora de burlarse de mí, los dos lo hacían al mismo tiempo. El tercer vaso era de plástico, alto, grueso, amarillo, con el nombre de un restaurante en él. Lo habían tatuado un nombre de un restaurante que vende comida mexicana, pero su nombre está en inglés. No mamen. Tenía rastros de Chocomilk en su borde y adentro tenía la mitad del vaso llena de leche con el famoso chocolate. Al menos llevaba ahí todo el día de ayer. Medio lleno, medio vació. Medio feliz, medio triste. Medio limpio, medio sucio. Su potencial usado a la mitad, su cerebro desperdiciado. Rastros de chocolate duro en sus orillas. Leche apestosa en su ser. Y aún así se reía, y se burlaba de mi. No tenía humor para defenderme, ni para recogerlos. Bajé mi mirada y aguanté la madreada. Ni modo que le fuera a Estados Unidos.

Caminé a mi cuarto deseando ya estar dormido. Me senté en mi cama. Suspiré cansado, triste y, y ¿qué seguía? Levanté mi mirada hacia el viejo buró de madera, desnivelado y despintado en su parte superior. Había ahí un libro, mi celular, una taza de café y otro pinche vaso. No sé si me persiguen o si se me aparecen. Dudé si leer algo en mi celular, o bien, leer cuatro páginas del libro de Carlos Velázquez, pero mientras decidía, la taza de café estornudó. Se veía despreocupada; tenía café chorreado en su cuerpo. Al menos ésta no se burló de mí. El vaso se orinó y despintó aun más el viejo buró. ¿Por qué se orinó? A lo mejor estaba cagado de la risa de ver mis andares. A lo mejor estaba borracho. Pretendí ignorarlos, me dio hueva leer, apagué la pequeña lámpara y a pesar de mis corajes y soledad, me dormí en menos de tres minutos.

El sol rompió la noche y mis pestañas se separaron de inmediato. Había más orina del vaso del buró, quién ahora cantaba como gallo, quería gritar más fuerte que la alarma de mi celular. Un día más de rutina me espera. No quiero leer nada más del juego de anoche. No quiero que los vasos me vuelvan a madrear, voy a tomar cada uno de ellos, los voy a voltear para leer en donde fueron hechos, han de ser panameños.

Kato Gutiérrez © 2013

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Y ahí vas.

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Y ahí vas, en chinga, a lo pendejo. No paras para nada. No pasan más de cinco minutos sin que veas tu móvil. Así eres tú, ¿y qué? El que te quiera que te aguante. Y aquí te llega este mail, ¿pararás a leerlo? Es uno de cientos que te llegan. ¿Quién sabrá su utilidad? Pobre soñador su creador. ¿Y qué acaso no nos sostenemos de puros sueños? ¿Qué no nuestra vida está sustentada en ilusiones? ¿Qué tan real es lo que vives? Ojalá sea un poco más real de lo que eres.

Y ahí vas, con tu entusiasmo pendiendo de lo que digan de ti. Eres una veleta. Sueñas con ser aceptado. Sueñas por pertenecer, sueñas con tu momento de gloria, con tu comentario glorioso, con tu fama efímera, pero no haces nada al respecto. Sueñas y sueñas y nada, chingados.

Intentar te hace sentir bien, pero intentar no es suficiente. Intentar es de los perdedores. Lo ganadores, ganan y se chingó. Los ganadores toman todo. Los ganadores no se lamentan. Los ganadores se preparan, se esfuerzan y ganan. No hay oportunidades, sólo hay triunfos. ¿Y tú? Tú estás conforme con intentar. Chingue su madre, yo estoy intentando. ¡No, cabrón! Intentar no es suficiente.

Volteas al cielo, como pidiendo consejos, pero hace mucho que te dejaron de ver desde allá. ¿A poco crees que alguien estaría orgulloso de ti? Has olvidado lo que te hacía feliz. Has olvidado lo que te hacía sentir bien. Eres más gris que verde. Te estás apagando. El bullicio te ha hecho mudo. La actividad te ha hecho inválido. Las críticas te han hecho político. Desde hace mucho no te reconoces. Chingue su madre. Pierdes tiempo sólo buscando hoyos negros. Hace meses que no ves un atardecer. Y te convertiste en la versión mala de lo que fue tu padre. Te preocupas más por lo que digan de ti en internet que lo que tu hijo piensa de ti, o de su vida. Ya te acostumbraste a tus vacíos y crees que todos están igual de huecos que tú. Crees que el sexo llenará ese vacío, pero a pesar de ser delicioso, no es tan poderoso. Al menos el intento es divertido. Ves, sigues con los intentos. El Señor de los Intentos. La Doña Intentos.

Hay gente que no sabe sonreír. Aunque lo intente, no puede, nunca le enseñaron. Está acostumbrado a bloquear el sentimiento. ¿Y tú? En tus prisas no recuerdas cuándo fue la última vez que sonreíste, ni la última que abrazaste.

Ahí vas levantando elogios, levantando lástimas. Ambos te causan lo mismo. Tu espíritu es ambivalente. Lo que querías ayer, hoy lo detestas. Te preguntas por qué estás leyendo esto. Piensas en parar en este momento, pero luego no deseas darle el gusto al autor, y tras una leve mueca en tu boca, sigues leyendo, seguro de que no es de ti de quien se está escribiendo, no te arriesgues tanto. Lo que soñaste ayer, hoy lo ignoras, ojalá al menos lo despreciaras, pero no, simplemente lo ignoras. Y tu pareja te pregunta que lees, y pasa a tu lado dejando una invitación con su aroma, y la ignoras. ¿Cuánto de lo que soñaste, se ha hecho realidad? ¿Merece que sigas soñando? Na na na na na na na ¿qué vas hacer, cuándo seas grande? Uou o o uoou.

Kato Gutiérrez © 2013

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La Pelirroja del Violín.

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¡Alto! ¡Alto! ¡Altochingadamadre! Llegó el insomnio. Jaime no le hizo caso a lo que su madre todo el tiempo le decía, y, por fin la diversión empezó. Se enamoró de la del violín. Hablar con extraños le hizo conocer a extraños, que luego se convertían en conocidos, o en compañeros casuales, de esos de solo horas, todas ellas compartidas en el colchón.

Tendido viendo el techo blanco de su pequeño cuarto, blanco del yeso que no alcanzaron a cubrir con pintura. El pequeño departamento hundido en el silencio, pero, en su mente no dejaban de sonar las alegres notas del violín Country. Se enamoró de la del violín. Jamás había escuchado ese tipo de música, de hecho, le decían que era de americanos. Pero, cuando ella tocaba el violín, no se necesitaban palabras.

Nunca debió entrar a ese lugar, su instinto se lo advirtió por dos segundos, luego, su instinto se aburrió de ser tan pinche precavido. Que hueva toda la vida estar previendo accidentes, pensó el instinto, y esa noche, ya no le dijo nada al pinche Jaime. Hay pinche Jaimito, nunca te debes de enamorar de una artista y mucho menos de una de Country, esas tienen un vaquero en cada ciudad, y hay veces, que hasta dos.

Quería pensar en nada, en el techo blanco que tenía sobre él, pero no, la mente es muy terca y cabrona. La mente siempre intentará matar tu felicidad, buscará el lado malo de todo, pinche mente.  A pesar de que tenía el techo blanco a menos de doscientos cincuenta centímetros, pensaba en lo que no tenía. No podía sacar de su mente a la violinista pelirroja. Aay pinches pelirrojas, ay pinches violinistas, ay pinches vaqueras.

La veía, como lo vieron. La pensaba como siempre la soñó. La tocaba como nunca se había animado antes. Bailaba Country como jamás había imaginado que lo pudiera hacer. El insomnio debería de traer una bocina pequeña para ambientar su aparición, para ese momento de soledad llenarlo de música. Una bocina sólo para los que han pagado el recibo de la luz a tiempo en los últimos ochenta y cuatro meses. Él no tenía bocina, él decía que no quería oír música, no la necesitaba, no la podía sacar de él.

Y cantó y lo callaron sus hermanos. Y cantó y lo calló su mamá, quien ya se olía que algo malo le había pasado. ¿Siempre lo malo para las madres, es lo bueno para los hijos? ¿De plano uno ya no puede tararear una pinche canción de un ritmo nuevo? Cuando se puso de moda el Reguetón el nefasto de su hermanó, en semanas, no dejó de bailarlo. ¿Qué no podía Jaimito llevar un ritmo nuevo, fresco, de los del norte? Uno que se baila en líneas, aunque no entendía porque lo nombraban Square Dancing, muy a huevo entendía esas dos palabras, no le pidas más.

Corre Jaime, arrastra la mañana. Huye de noche. Vé, búscala. Tócala. Háblale. Báilale. No todas las noches uno cruza miradas con bellezas como esa. No todas las noches uno baila con una artista. No todas las noches una pelirroja te corresponde. Corre, pendejo, encuéntrala ya, antes de que monte otro caballo, la noche para los vaqueros es corta, porque todos amanecen muy temprano.

Kato Gutiérrez © 2013

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Fue en una cantina.

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Juan estaba con su torso recostado sobre la vieja y alta mesa de madera de la cantina, una cantina igual a como supuestamente eran en el viejo oeste.  Intentó enderezarse, pero no lo logró. Estaba débil. Veía todo borroso. Ni siquiera podía identificar el tipo de música que sonaba en el lugar. No recordaba haber tomado tanto; los borrachos nunca lo hacen. Batallaba para mantener sus ojos abiertos. Cesó su intento de levantarse, luchaba por no quedar dormido en esa cantina, llamémosle del viejo oeste.

El piso era de madera, lleno de polvo. Junto a la pared derecha había una pequeña escalera, de donde bajaban dos damas con harta pintura carmesí en sus labios y mejillas. Portaban vestidos corset muy cortos y muy rojos para la época. Cintas apretaban y levantaban de forma espectacular sus senos. Acompañaban a un viejo que traía una sonrisa que solo el sexo puede dar. El viejo venía cansado, pero feliz.

Al lado de la escalera había un viejo piano de madera. Lo tocaba con ahínco un señor flaco, de dedos muy veloces, que cubría su calvicie con un pequeño y redondo sombrero de vieja tela gris.

Llenaba el ambiente con activas notas de música de salón del viejo oeste, de esas que hartan después de tres minutos. Pasaron algunos minutos y Juan no podía levantarse a pesar de que él del piano invadía el ambiente con The Entertainer de Scott Joplin. El viejo y polvoso piano aguantaba los fuertes embates de las veloces manos del pianista, de igual forma que las caderas de las damas soportaron los del viejo hace unos minutos. La tonada del trillado ritmo intentaba recordarle algo a Juan, pero ese día su memoria no funcionaba.

Del otro lado del lugar, se encontraba la barra. Atrás de ella un señor alto, muy delgado, de amarillo cabello largo. Traía un sombrero de ala grande pero muy delgado, de piel negra. Vestía un chaleco también de piel negra sobre su camisa vaquera de color amarillo. Como muchos cantineros, no hablaba nada y tenía la mirada pesada, como si te estuviera leyendo la mente. Cuando Juan lo vio pensó en irle a preguntar que veía en su mente.

¿Por qué todas las canciones de música del viejo oeste se parecen? ¡Que alguien pare la música, chingados! Juan seguía viendo todo borroso, y descubrió el dolor de cabeza que le invadía. De pronto, entre su visión nublada en donde la mayoría de lo que veía era polvo y madera vieja, digamos tonos café claro y grises oscuros, surgieron unos tonos muy rojos; eran los labios de una de las damas que recién había bajado las escaleras. Le preguntó si no le iba a invitar una cerveza. Apenas se pudo enderezar para voltear a ver al cantinero. Con las cejas le pidió una cerveza; los cantineros entienden cualquier tipo de señas. Ella apestaba a perfume barato, sudor y sexo. Con su presencia en esa mesa, Juan sintió más calor. Por fin pudo enderezarse un poco sobre la mesa, vio hacia su cintura buscando una pistola para callar al del piano, pero Juan no portaba pistola. El piano seguía aportando su molesto ritmo cuando la dama le preguntó a Juan si quería repetir lo de la semana previa. Juan no recordaba nada, como buen borracho.  Al abrirse la puerta de vaivén entraron varios rayos de sol, como pudo, Juan, volteó al frente de la cantina y buscó los caballos percherones de Budweiser, pero no encontró más que una calle terrosa. Bien pudiera estar en cualquier salón del estado de Nuevo México, dos siglos atrás, o bien, en un bar temático en Epcot. De nada estaba seguro. Bien pudiera ser un pionero en camino al oeste en busca de oro. Bien pudiera ser el sheriff del condado, o el peor villano. De nada estaba seguro. Bien pudiera ser un padre de familia huyendo de la monotonía o un conquistador en busca de cualquier cadera. De nada estaba seguro

Juan no pidió cerveza, pidió un Seven Up enfriado en hielo. El cantinero le mandó un pequeño plato de papas fritas, unas simples Sabritas con sal. Primero las papas, luego el Seven Up. La dama con cerveza en mano y habiendo comprobado el estado de Juan, huyó de la mesa. Sólo Juan y las papas. Si tan sólo él del piano dejara de tocar esa mierda. ¿Cuándo inventaron la música country? A Juan le urgía otro ritmo. La otra dama ya iba subiendo las escaleras con otro caballero. La que visitó a Juan, ya recibía otra cerveza en otra mesa. El cantinero apuntaba y sonreía sin separar sus dientes, con los que detenía un palillo viejo. El viento llevó un olor a estiércol de caballo cuando Juan terminaba las últimas dos papas, no pudo comer solo una. Estaba listo para el Seven Up enfriado en hielo. Era más la sed, que la grasa en sus dedos. Le encantaría tener una pistola y darle en la madre al piano. Pensó en pagarle al pianista para que callara, pero no recordaba cuanto dinero tenía. Por alguna extraña razón la sal de las papas le había regresado la visión y la energía a Juan, quien al menos ya estaba enderezado, pero seguía sin saber que hacía ahí. De nada estaba seguro. Tenía la esperanza de haberse voluntariado para ser parte de alguna atracción de Disney en donde se mostraba el desarrollo de la humanidad ¡que alguien apague el switch!

Al siguiente instante, apareció una hermosa botella verde, de vidrio, con pedazos de hielo deslizándose sobre su figura. Bendito Seven Up. Pequeñas burbujas salían al ambiente. Juan no se atrevía a tocarla, no la quería calentar. Pinches popotes, ahora entiendo. La sed le ganó, dos deliciosos tragos. Al regresar la botella a la mesa, la música paró. La música paró cuando otros rayos del sol entraron junto con quien parecía ser un villano de verdad, al menos, con su sucia apariencia ya espantaba. El villano, con tres pasos largos llegó a la barra sólo para leer el anuncio que decía: Ya no hay Seven Up. La boca le apestaba, sacó su pistola plateada hacia el cantinero, quien con la mirada le indicó que Juan tenía la última. Y se vino un duelo de miradas: el cantinero a Juan, Juan al villano, el villano al cantinero y así sucesivamente. Era tanto el silencio que sólo se escuchaba rechinar un colchón en el segundo piso acompañado de un actuado gemido. Al menos el piano ya no sonaba. El villano, con el índice en el gatillo, lentamente se fue caminando hacia Juan. La reacción de Juan fue tomar lo más rápido posible. La sorpresa de ese acto hizo que él villano se detuviera. Juan no despegaba su boca de la botella, daba los tragos lo más largos posible. Contuvo varios eructos, controló la comezón que el gas le daba en la nariz, y seguía tomando. A este cabrón le valió madres, pensó el villano, quién seguía congelado ante la osadía de quien tomaba de la botella. Al menos moriría sin sed, pensó. El ritmo con el que tragaba, era el mismo que traían en el segundo piso. Si es obra, ya pueden aplaudir, pensó Juan. Dio el último trago, y se dijo: ora si, que me lleve el diablo. Al instante en que puso la botella en la mesa, un nuevo ritmo sonó: Sheryl Crow y Kid Rock cantaban una canción acerca de una fotografía. ¿Rock? ¿Country? El piano estaba sin el pianista, la barra sin el cantinero. Tan rápido como pudo volteó a buscar al villano, tampoco estaba. La hermosa voz de Sheryl hizo que Juan girara su cuello, cuál avestruz, hacia el escenario donde los dos artistas cantaban. Sheryl le sonrió, lástima que ya no quedaba ni un trago de Seven Up, no supo que hacer ante esa sonrisa. Hay sonrisas que desconciertan. De nada estaba seguro.

Kato Gutiérrez © 2013

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Una mañana de fin de cursos.

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Y veo abuelos, y veo banderas, y veo ojos con esperanza. Escucho murmullos preocupados, escucho risas auténticas de niños que me recuerdan lo hermosos que eran los veranos de antes, lo hermosos que eran los viernes de antes; de cuando todo era mejor, de cuando todo era felicidad y alegría, de cuando el nivel de diversión era proporcional a la cantidad de sudor que tenías en tu camisa.

Se escucha Forever Young, de Rod Stewart, lo que provoca sonrisas en algunos padres, mientras pierden su mirada en el recuerdo. Huele a alegría, pero también a algo de miedo. Los adultos tememos el futuro. Los niños, si acaso, temen el presente; lo desconocido es abrumador. El pasado es asfixiante y el presente es inexplicable.

Cantan coros de niños, escucho sus tiernas y suaves voces que me recuerdan la inocencia y la ternura que poseía en alguna parte de mi primer década. Cantan su deseo de ser la esperanza del mañana, de ser los adultos del mañana. Pero, los adultos de hoy queremos volver a ser niños, nos enseñaron a olvidar. Ahorita a ellos, los hacen cantar sobre el futuro. A mí me dan ganas de ponerme de pronto de pie, gritar a todos que callen, que paren su hermosa canción. Me dan ganas de decirles que ahorita nos ayudan más así. Su aporte a la humanidad ahorita es más fuerte y más valioso. Se ocupan más sueños, más sonrisas, más esperanzas, más inocencia que adultos en este mundo. ¡No queremos que crezcan! Escucho a los maestros darles consejos acerca de su futuro inmediato. Espero que a mi nunca me pidan un consejo, no tengo el valor de dar ninguno.

Veo a niños con corbatas, con modas prestadas, soñando ser grandes cuando aún mastican sus alimentos con la boca abierta. Las maestras siguen en trances con llantos de tristeza, de emoción, de alegría por el verano que viene; o a lo mejor de arrepentimiento. Algunas madres lloran. Lloran por lo que fueron, o por lo que dejaron de ser. Veo a padres mirando el vidrio de sus celulares intentando ahogar en la pantalla su aburrimiento.

Veo banderas, huele a limpio, toco el aire lleno de excitación, dicen ser un día importante. Hablan de amor. Suena un himno. Suena una promesa. Veo banderas. Siento sueños. Huele a inocencia. Gritos estúpidos interrumpen el protocolo. Valoro el silencio previo.

Amor, orgullo, avisos sobre el dolor que causará la ausencia. Los adultos lloramos cuando la rutina desaparece. Y niños ríen. Y niños cantan. Y a las maestras se les pierde la voz. Familias, sonrisas, ilusiones. En viernes es más fácil vencer las tristezas y los miedos. Lo malo es que en tres días será lunes y me la cobrará; al menos tengo dos días para gozar, para vivir.

Gozos, abrazos, tan fácil y barato que es decir te amo a esa edad. Las maestras con facilidad expresan su amor llenas de llanto. Quizá en esa profesión se ame mucho, benditas ellas.  Veo niños y recuerdo el salón de actos de mi primaria, en donde recibí diplomas, bailé, actué, canté. Recuerdo el niño que fui, y dudo si lo que soy ahora es lo que soñé entonces. Sueños rotos por mucho tiempo, luego ausencia de ellos. Aún no entiendo qué es mejor: el dolor de un sueño no alcanzado, o no soñar nada. Me da miedo que, se me aparezca el niño que fui y me pregunte quien soy, que me reclame por qué le he fallado. Quiero ser fuerte y poderoso como la inocencia.

Suenan aplausos, suenan porras, suenan gritos fuera de lugar, hechos por padres trastornados. Pero los niños callan. Hoy no hay burlas. Hoy todos son más amigos. Hoy todos se ven tiernamente. Es el único día del año que una maestra y la encargada de la limpieza sonríen, aunque sea de manera falsa, hoy logran esbozar dos sonrisas. Hoy todo es más fácil. El silencio es más fácil. Cantar es más emocionante. Hoy todo es más fácil, es una mañana de graduación.

El piano de Bill Withers revienta el lugar con Lean on me , mientras proyectan un video lleno de chantajes en forma de fotografías. Yo prefería que en el estrado estuviera Dave Matthews Band cantando Funny the way it is. Que todos los niños se pusieran de pie, que bailaran como sólo a esa edad lo puedes hacer. Que sonrían como sólo a esa edad se puede hacer. Que yo pudiera correr frente a todos ellos y les viera sus sonrisas, les viera la esperanza. Que esa paz que tienen me llenara de energía, para bailar, para brincar como ellos, sin ver hacia atrás, solo viendo hacia mí. Que me contagiaran de su alegría para ver lo que tengo y no lo que me falta. Pero no, Dave Matthews Band, no está hoy aquí. Y yo sigo sentado y callado. Ahora, el video sigue con la canción de algún asiático, los mismos niños que imaginé que bailábamos juntos, ahora cantan emocionados esa nueva canción. Por algo la nombran inocencia. Extraño que se emocionen tanto con una canción. Intento recordar alguna canción que me hubiera causado ese sentimiento, pero un extraño dolor en mi corazón me distrae. Siento como si el corazón se encogiera, como si se quisiera detener para no sufrir, o como si quisiera gritar para estar en paz. No lo dejo hacer ninguna de las dos. Cierro los ojos y aprieto el abdomen. Ahora los niños cantan You gonna miss me when I’m gone de Anna Kendrick. Yo capto que no se tienen que ir para ser extrañados. Un silencio, y luego un ataque de aplausos inundan el lugar. Dicen que ahora los niños son otros, que iniciarán una etapa nueva en donde todo será diferente. Yo veo como el sol entra por la ventana del gimnasio, como todas las mañanas, es el mismo sol, son los mismos rayos. A fin de cuentas, no pasa nada, todo sigue igual.

Kato Gutiérrez © 2013

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Gwyneth, yo y la búsqueda de la paz.

Gwyneth Paltrow 20

     ¿Dónde está la paz, que dicen que sólo Dios puede dar? ¿Quién la vende? ¿Dónde la encuentro? La gran mayoría de mi vida me la he pasado buscándome, nunca me he sentido ni siquiera cerca de encontrarme, y, aun peor, últimamente no me reconozco. Me sorprendo de lo que pienso, de lo opuesto que actúo a mis lineamientos, me siento ciego, mareado, lejos de lo que alguna vez nombré realidad. Me cago a mi mismo. Me desespero.

     No encuentro la rutina que me ayude a ponerle a algo la etiqueta de realidad, de vida, mucho menos puedo pensar en sueños, en atardeceres o en pendejadas positivas. No puedo ni quiero pensar en el amor, me caga todo eso. No puedo conmigo mismo, como podría con alguien más. A veces siento que entre más escarbo, entre más intento, más vacío me siento. Quizá sea el cansancio, quizá sea el nunca encontrar nada, quizá sea el simple vacío de la soledad, de la tristeza, de la añoranza. No me importa lo que sea, lo que importa es el dolor que siento al intentar, y aunque a veces he disfrutado ese dolor, últimamente ya no. Últimamente me gusta solo flotar. Cualquier corriente de aire o de agua que me quiera llevar, aquí estoy. Estoy en oferta, la primera creencia religiosa que se tope conmigo, me tendrá, me llevará, seré de ellos. Soy un pinche papel en blanco, sucio, pero en blanco; viejo y arrugado, pero en blanco. Alguien véndame un dios, una idea nueva, diferente, algo que me haga entender este caos, este mundo de mierda, y me voy con ustedes.

     No quiero creer lo que todos creen, porque sino, me convertiría en lo que todos son y todos me cagan. Aja, me caga todo, incluyéndome. Pinches fallas que causan que no podamos recordar la niñez, quizá esos fueron mis únicos momentos de felicidad en mi vida, y no los recuerdo. Quizá ni felices fueron, pero no los recuerdo. Aunque por otro lado, esas mismas fallas me han hecho olvidar errores y la mierda que te llega en el camino.  Si yo no pude entender, entonces que se acabe todo. Un puto juego nuevo. Sé que apareceré en otro lugar; capaz que seré un vikingo. Sí, seré un vikingo. Un líder de los vikingos, con una docena de barcos a mi cargo. Con docenas de lo que sea a mi deseo. Con todas las mujeres de ese territorio esperando ser elegidas por mí. Con el deseo de que el sexo borre la mierda de mi mente. Nunca he sabido que hacen los vikingos además de ir en un barco bajo el sol y sobre grandes olas. No importa, al menos eso ya es más de lo que yo he hecho con mi vida. Siempre los vikingos se ven felices en los cuentos ¿no? Pero no recuerdo vikingos con el pelo negro. Me valen madre los vikingos. Me vale madre lo que seré, sólo quiero ser alguien más o quizá algo más. Quizá una ardilla, no, que hueva, son muy nerviosas. ¡Robin Hood! Sí, siempre y cuando la princesa sea Maria Elizabeth Mastrantonio. O mejor que se reseteé todo. Que todo vuelva a empezar y que sólo existamos Gwyneth Paltrow y yo en una isla desierta. Que tengamos todos los conocimientos que tenemos ahorita, pero que no podamos salir de esa isla. Ahí, solos ella y yo para siempre. Estoy pensando en como el fuego de una fogata le iluminaría su cara. Su sonrisa sería más sexual porque la luz de la luna se mezclaría con la del fuego. Y lo mejor es que no tendría que ir a ningún lado para tenerla; simplemente me dejaría ir sobre ella, nos revolcaríamos en la arena y ahí la haría mía. Su placer sería mi premio. Sus pujidos mi aliento. Su mirada mi energía. Pero me aburriría pronto de ella. Si no tendría con quien compararla mi deseo terminaría, acabaría por desesperarme, me hartaría su dependencia al sexo. No quisiera tener que cuidarla. Necesitaría alguien más para que mi mente estuviera en plena lucha, siempre decidiendo con quien debo coger y a quien quiero coger, para que en la confusión crezca el deseo, para que en el intento a ser recto me descubra malévolo, para que intentando hacer las cosas bien disfrute hacer lo contrario.

© 2013 Kato Gutiérrez

Los escritores y su primer libro

No creo que exista una mejor forma para iniciar este blog, que compartiendo este excelente artículo de Leila Guerriero, en El País. «Los escritores y su primer libro» relata como grandes escritores como Alberto Fuguet, Santiago Roncagliolo y varios más recuerdan la forma en que empezaron en el mundo loco de la literatura. Alucinando como será el mío.