37

Dijiste no sé, cuando bajaste la mirada y le pegaste un trago a la cerveza. No pudiste controlar la sonrisa cuando yo aseguré que eran treinta y siete pulseras las que traías en tu muñeca derecha. En esa galería de arte una banda tocaba música que le nombran electrónica, cuando el brillo de tu bota plateada se me incrustó en mis pupilas. Tu cabello chino rebelde con un chino apuntaban al cielo.

Parecías modelo recién traída de París. Un suéter con cuello alto protegía tu clavícula. Traías una tormenta de estrellas fugaces a tu espalda, pero no te dabas cuenta, quizá así eran todas las noches de tu vida. Seguro no eres de aquí, probablemente eres una extra terrestre.

Dos amigas tuyas llegaron a interrumpir mi monólogo, lo hacían como impulsándome, como si pocos se hubieran atrevido a cortejarte. Lo extraño es que yo seguía hablando con facilidad, como si no fuera tímido, como si no fuera un ingeniero en aeronáutica espacial. Tú sólo habías dicho tres palabras y aún así dominabas todo el lugar. Yo era el asteroide atorado en tu orbita. 

Si me ponen un pizarrón puedo despejar ecuaciones, sentirme seguro, y a lo mejor así, después de un tiempo, volver a ti para intentar susurrar un piropo. Ojalá las matemáticas o la física cuántica me ayudaran a crear poesía, una a tu nivel. Quizá obtendría valor ante el asombro de los demás, cuando vieran que puedo encontrar la función inversa de cientos de integrales complejas, elevarlas al cuadrado y resolverlas en menos de tres minutos. Pero no había pizarrones. Eran paredes blancas, música electrónica, personas con frío, tú en fuego y yo hablando como nunca lo había hecho en mi vida.

Eras una estrella brillando y paralizando mi mundo, y yo atorado en tu orbita. No necesitaba que hablaras más, ni que me tocaras, estaba bien deambular unos minutos con la ilusión, con la incertidumbre certera y persistente del destino. Tuve una hipótesis: que fueras un reflejo de las luces que utilizaba la banda en el escenario, o consecuencia de las seis cervezas que había ingerido. Pero está bien. Cuando lo que no parece real agrada, que así se quede. Llevo años dudando de la realidad.

Quiero inventar una máquina centrífuga de altísima velocidad para generar gravedad artificial, que el Coriolis Acceleration Platform (CAP) de la NASA sea una pendejada comparada con mi invento. Que logre detener el tiempo, que podamos tener repeticiones de nuestra vida. Yo me quedaría ahí contigo en ese momento, en una pausa eterna, sin tocarnos, pero con la ilusión virgen.

Atraías miradas. Apagabas las oscuridad. Estaba confundido, y al fin científico, siempre busco explicación a todo, pero tú no tienes respuesta, ni lógica, tú eres la ecuación imposible, la que requiere kilómetros de pizarrones, décadas para despejar el enigma. 

Que si eras una estatua de piedra, que si eras una escultura humana inmóvil inmaculada con polvos color paz y auras con aromas de locura. Que fueras lo que fueras yo te estaba viendo.

Dijiste algo que no entendí, porque al separar tus labios, alguien se colapsó. Tu voz me hizo sentir feliz como cuando era niño, como cuando creía que los papalotes podían llegar al espacio. Cuando hacía figuras con las nubes, e intentaba adivinar el segundo exacto en que el sol desaparecería cada tarde. Pero hoy el sol eres tú, y estás frente a mí y no quiero que desaparezcas. No soy bueno hablando, y mi Coeficiente Intelectual (IQ) de 140, estaba fuertemente afectado por tus caderas.
Soy peor bailando, además nadie bailaba. Ayer en la sala de espera del dentista leí en una revista de moda lo que es estar presente, cualesquiera que sea lo que eso signifique, sé que es algo que no se me da, mi mente siempre va segundos adelante, ya imaginaba tus hombros. Ya imaginaba mi lunes entrando al laboratorio contando la historia que te conocí, que me atreví a hablarte quizá porque hubo una tormenta solar que alteró el campo magnético terrestre y obviamente mi función cognitiva sobre todo mi nivel de audacia.

Es emocionante saber que han pasado al menos cuatro canciones, y aquí seguimos en este trance extraño, en el que pretendemos hablar, aunque no nos escuchamos, pero de alguna manera hay algunas chispas, contra todo pronóstico la chica plateada de la noche convive con este ingeniero en aeronáutica espacial que raramente emite palabra con un ser humano. Con un desdén de tus ojos, me pondrías en mi lugar, o sea solo, en el rincón más triste de esta galería pretendiendo que veo el celular, pero no; sonríes y todo es fácil. Agitas las pulseras y la banda en turno desentona, pierdo un latido, y media inhalación te la robas, siento relámpagos en la nuca cuando descubro que nuestros rostros están muy cerca. Sé lo que seguiría aquí, pero no tengo ni idea de cómo hacerlo. No sé a cual científico pedirle un instante de sabiduría, o a qué dios rogarle por valentía. No se me ocurre cómo serenar mi mente y dejar de sonreír como niño en la mañana de Navidad.

Junto todos los átomos de valentía de mi ser, y te pido tu teléfono, o tu Instagram o un cigarro, o piedad, o un beso, o que si vamos a la banqueta a platicar, o que si le seguimos en mi depa o en el tuyo, ¡algo te pido! ¡Algo te pido! Estoy seguro que algo te pido porque en este momento todo se detiene, la música suena mas fuerte, tus dientes se convierten en faros, y tus ojos, de un color extraño que el pantone no ha podido descifrar, parpadean en clave morse, entiendo  y me animo a besarte, lo hicimos despiadadamente, como si quisiéramos intercambiar las lenguas y ahí entendí la teoría de la relatividad al descubrir que perdí años en ese beso.

Kato Gutiérrez, © 2025