Julián era una pistola en la cama

Julián era una pistola en la cama. Se las sabías de todas todas.
Estudió música en Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey, ahí por el Obispado. Era bueno pal piano, pero lo que lo ganchó fue el violín. Al terminar ahí, le llegó una beca para una escuela de música según esto muy buena, no me acuerdo del nombre, pero estaba en Praga, que la cuna de la música clásica y no sé que tantas historias contaron. Sus jefes andaban todos orgullosos de él, como si al chile lo hubieran apoyado de neta con ese rollo de la música.

¿Y ora qué vas a hacer Julián? No sé papá. Déle para las Europas o póngase a jalar en algo normal, como todos. Es que a mí me gusta la música norteña y allá es pura clásica. Pos a mí también, pero de eso no vas a comer. No se trata de eso, jefe. ¿Entonces de qué, mijo? Pues de hacer lo que a uno le gusta. 

No se ría jefe. Pos como chingados no me voy a reír. Estás muy huerco, eso de lo que te gusta, la felicidad y esas cosas déjalas para cuando ya tengas harta lana, así mira, chingos de billetes para aventar pa’rriba. Jefe, Jefe, es que, no me interrumpas Julián. Ya me mordí un huevo hace no sé cuantos años que empezaste a estudiar en esa chingada escuela de música, y ora que te sale un tiro para que fueras brincando el charco, me sales con estas chingaderas. Ándale, ve y cuéntale a tú mamá, para que veas que te va a ventar un chanclazo en el mero hocico. No, jefe, primero yo le quiero contar a usted, aquí entre hombres. ¡Pues, por eso mijo! Jefe, con todo respeto, sí dice que ya se mordió uno, pues…Julián no sea grosero, sino aquí se acaba esto con una cachetada en la mera trompa. Perdón jefe. Páseme otra cheve.

¿Dónde está Praga? En la República Checa. ¿Y no hay morras chulas allá? Sí jefe, pero ya le dije. Ora me vas a salir que no te gustan los morras. Si me gustan las morras, jefe. Pero cuando toco música norteña siento como chispas en la panza. ¿Y de esas chispas vas a comer?

Julián era una pistola en la cama. También tocaba el acordeón.
Sus dedos hacían melodías que enchinaban el cuero. No le faltaban morras.
En el piano podía tocar cualquier canción en Si.
En el acordeón hacía cambios repentinos en el fuelle para crear efectos de legato, staccato, y crescendos precisos. Juntaba ritmos complejos y síncopas sin perder el ritmo. Hacía un vibrato con el fuelle que había hecho llorar a muchos.

Julián era una pistola en la cama. También amanecía solo. 
¿Como chingados dice el dicho ese que el músico es el mero bueno para las mujeres? Hay muchos Jefe, pero sólo son dichos, no siempre jalan. Chingados no, yo he visto unos panzones botudos con unas güeras que parecen muñecas.

Julián era una pistola en la cama. También buscaba la felicidad.
Sus dedos eran hechiceros. Con sus manos enseñaba felicidad. Ya fuera una pelvis, las teclas de un piano, el acordeón, el violín, unas caderas, el surco de una espalda, unos labios. El whatsapp lleno de invitaciones de morras rechulas. Desveladas diarias. Botellas de tequila vacías. Pentagramas. Notas. Escenarios. Aplausos. Soledad.

Julián era una pistola en la cama. También callaba que estaba confundido.
No entendía a todos los que dicen que no saben lo que quieren, pero todos quieren coger.
Era cabrón. No mendigaba nada. Era bravo, y con el acordeón era un dios norteño.
Julián era una pistola en la cama.

Kato Gutiérrez, © 2024