Y si en verdad estás ahí
Y si el mar no existe
Y si logro caminar sobre fuego
Y si rompo la oscuridad
Y si cuando tengas cien años me recuerdas
Y si no sé besar
Y si no sé caer
Y si me enseñas
Y si tu clavícula no fuera perfecta
Y si el mundo termina al besarte
Y si eres Dios
Y si te quitas los lentes
Y si sé el color real de tu cabello
Y si olvidé tu teléfono
Y si nos vemos sin preguntar
Y si me das la mano
Y si no existes
Y si las cuatro paredes son falsas
Y si nos están viendo
Y si nos deshidratamos
Y si sólo puedo dar un respiro más
Y si soy un pendejo
Y si el sueño es al despertar
Kato Gutiérrez, © 2025
Archivo de la etiqueta: Amor
Imagina que me recomiendas una película

Imagina que me recomiendas una película, la vi y no me gustó. Trata de un suicidio y no sé si me estás mandando un mensaje o sabes que yo lo he estado pensando.
Te escribo para vernos y nunca puedes venir. Me quedo ilusionado en esa banca del parque en la que durante un otoño se nos acomodó muy bien a nuestras caderas. Y no llegas. Me mandas screen shots de tu agenda llena, la cual antes ignorabas con tal de acabar con un orgasmo encima. Es la vida, dices. Es la muerte, contesto.
Imagina que bailamos en un bar del centro, hay luna llena. Suena rock en español que tú conoces mejor que yo, te puse un clavel rojo artificial en tu vestido, mi incredulidad de tener mis manos en tus caderas es más grande que la fama del cantante argentino que suena mientras bailamos como si fuéramos a morir esa noche. Yo, tú, no importa pero alguien metió la lengua a la boca del otro y fue como aprender a nadar: intenso, divertido, nuevo. Empiezas a cantar la de Knowing you Knowing me y viajamos al pasado.
Una vez dijimos que si necesitábamos ayuda, sólo mandáramos un mensaje, a lo mejor estábamos pedos. A lo mejor no sabíamos lo que es la vida a estas alturas: una lluvia de estrellas muriendo, momentos naciendo y muriendo en segundos, suerte y pendejadas así. Me gusta escucharte cuando hablas de tus gustos, tus libros. Me gustas.
Te me apareces en las nubes, recuerdo tus ojos, tú viéndome temblar cuando me tocas. Recuerdo tus miradas de abajo hacia arriba, de arriba hacia abajo. Jugamos a hablar idiomas que no conocemos. Inventamos bebidas, lugares, aventuras. Nos tirábamos al piso abajo de la mesa del comedor y hablábamos por horas, ahí un día me diste una mala noticia.
Imagina que te quedas con mi perro.
Imagina que sólo tú crees en mí, pero no nos podemos ver, por una cosa, por otra, por la chingada. Imagina que pasa el tiempo y luego te arrepientes (todos nos arrepentimos) de algo, de lo dicho, lo callado, los actos, lo no hecho, y seguimos igual de jodidos de lunes a domingo.
Imagina que quiero llamar tu atención pero he fallado duro. No importa si abiertamente te digo que necesito verte o te mando el link de una canción o pongo un anuncio en avisos de ocasión, o pinto un mensaje enorme con gis en la calle que pasas todos los días rumbo a tu trabajo.
Imagina que estamos en España, acurrucados en la cama te cuento una historia de un náufrago mexicano, un humilde pescador que lo atrapó una tormenta en el Pacífico, que lo dieron por muerto, y después de más de cuatrocientos días llegó en unos pedazos de madera a las Islas Marshall, para acabarla de chingar nadie le creyó, regresó a su casa y se dio cuenta que su esposa ya se había casado con su mejor amigo. Y nadie le creyó nada.
Un café jugando a vernos en silencio, rozando nuestros pies.
Caminamos por el centro viendo las fachadas de los edificios, apostando besos a quien acierte a la hora del atardecer. Saludamos a extraños, cedemos el paso. Nos besamos mientras los semáforos están en rojo. Miramos a las personas a los ojos, se asustan. Dos policías, nos detienen, no pueden formular ningún delito, nos piden los pasaportes, nos reímos. Nos aguantamos las ganas de decir que se los podemos meter por el culo, pero nos callamos porque ya nos imaginamos cogiendo de nuevo mientras dejamos de escuchar el discurso de los oficiales.
Jugamos escondidas en un Museo.
Un concierto de Sabina y de sorpresa invitó al escenario a Fito. Dijiste que ese era el mejor momento de tu vida, yo me quedé callado recordando todos los orgasmos que hemos armado. Cantamos, gritamos y lloramos tomados de la mano, rezamos a todos los dioses que la noche no terminara.
Una obra de teatro al azar, temblamos. Una comida de seis horas. Cuatro botellas de vino tinto, las verdades salen más baratas. Recitas a poetas latinoamericanos y me gustas aún más. Un partido de Frontenis, en donde te convenzo a apostar cien Euros al menos favorito, a la pareja que trae las palas azules. Guardamos silencio mientras nuestras rodillas se tocan, cuando el público aplaude, nos besamos. No supimos quien ganó. Jamón Serrano. Cerveza. Vino. Ópera. Tú. Buscamos la casa de Benjamín Prado. Encontramos un torneo clandestino de ajedrez. Un partido de fútbol, el cual nos importa una madre y acabamos teniendo sexo en el baño de mujeres. Me gusta cuando bajas la mirada porque algo que dije te emocionó. Me gusta poder detectar, con solo verte, cuando estás ovulando.
Corremos a un lago, en nuestras mentes lo convertimos en un océano que silba poesía de Cortazar, nos metemos hasta mojar nuestras rodillas raspadas. Amanecemos en otro hotel. Hay café. Estás tú. Es la vida perfecta. Me cuentas de la noche que nos conocimos en un restaurante de lujo, tú dices que era Chicago, yo digo que era Nueva York, pero no importa porque recordamos lo que le pasó a nuestras pieles esa primera vez que se rozaron.
Dijiste que te hablara en una hora, me quede sin pila, no supe de mi en toda la noche. No supe de ti. Pasaron los años. Estuvimos al mismo tiempo en Sao Paulo pero lo descubrimos desde nuestros vuelos de regreso al ver nuestras redes sociales. No hicimos nada al respecto. Cómo si no nos importáramos. Cómo si el avión se fuera a caer. Como si fuéramos la película de Serendipity y tuviéramos la certeza que en diez años nos volveremos a ver. Cómo si fuéramos inmortales. Cómo si le fuéramos a ganar al tiempo, a las células muriendo, o a la indecisión, o a la comodidad de lo tibio, lo banal, lo gris.
No supe de mí. Hay décadas escondidas en días.
Imagina que me recomiendas una película, la vi y no me gustó. Imagina que te pido que veas otra para que sepas cómo me siento, pero no la has visto.
Kato Gutiérrez, © 2025
37
Dijiste no sé, cuando bajaste la mirada y le pegaste un trago a la cerveza. No pudiste controlar la sonrisa cuando yo aseguré que eran treinta y siete pulseras las que traías en tu muñeca derecha. En esa galería de arte una banda tocaba música que le nombran electrónica, cuando el brillo de tu bota plateada se me incrustó en mis pupilas. Tu cabello chino rebelde con un chino apuntaban al cielo.
Parecías modelo recién traída de París. Un suéter con cuello alto protegía tu clavícula. Traías una tormenta de estrellas fugaces a tu espalda, pero no te dabas cuenta, quizá así eran todas las noches de tu vida. Seguro no eres de aquí, probablemente eres una extra terrestre.
Dos amigas tuyas llegaron a interrumpir mi monólogo, lo hacían como impulsándome, como si pocos se hubieran atrevido a cortejarte. Lo extraño es que yo seguía hablando con facilidad, como si no fuera tímido, como si no fuera un ingeniero en aeronáutica espacial. Tú sólo habías dicho tres palabras y aún así dominabas todo el lugar. Yo era el asteroide atorado en tu orbita.
Si me ponen un pizarrón puedo despejar ecuaciones, sentirme seguro, y a lo mejor así, después de un tiempo, volver a ti para intentar susurrar un piropo. Ojalá las matemáticas o la física cuántica me ayudaran a crear poesía, una a tu nivel. Quizá obtendría valor ante el asombro de los demás, cuando vieran que puedo encontrar la función inversa de cientos de integrales complejas, elevarlas al cuadrado y resolverlas en menos de tres minutos. Pero no había pizarrones. Eran paredes blancas, música electrónica, personas con frío, tú en fuego y yo hablando como nunca lo había hecho en mi vida.
Eras una estrella brillando y paralizando mi mundo, y yo atorado en tu orbita. No necesitaba que hablaras más, ni que me tocaras, estaba bien deambular unos minutos con la ilusión, con la incertidumbre certera y persistente del destino. Tuve una hipótesis: que fueras un reflejo de las luces que utilizaba la banda en el escenario, o consecuencia de las seis cervezas que había ingerido. Pero está bien. Cuando lo que no parece real agrada, que así se quede. Llevo años dudando de la realidad.
Quiero inventar una máquina centrífuga de altísima velocidad para generar gravedad artificial, que el Coriolis Acceleration Platform (CAP) de la NASA sea una pendejada comparada con mi invento. Que logre detener el tiempo, que podamos tener repeticiones de nuestra vida. Yo me quedaría ahí contigo en ese momento, en una pausa eterna, sin tocarnos, pero con la ilusión virgen.
Atraías miradas. Apagabas las oscuridad. Estaba confundido, y al fin científico, siempre busco explicación a todo, pero tú no tienes respuesta, ni lógica, tú eres la ecuación imposible, la que requiere kilómetros de pizarrones, décadas para despejar el enigma.
Que si eras una estatua de piedra, que si eras una escultura humana inmóvil inmaculada con polvos color paz y auras con aromas de locura. Que fueras lo que fueras yo te estaba viendo.
Dijiste algo que no entendí, porque al separar tus labios, alguien se colapsó. Tu voz me hizo sentir feliz como cuando era niño, como cuando creía que los papalotes podían llegar al espacio. Cuando hacía figuras con las nubes, e intentaba adivinar el segundo exacto en que el sol desaparecería cada tarde. Pero hoy el sol eres tú, y estás frente a mí y no quiero que desaparezcas. No soy bueno hablando, y mi Coeficiente Intelectual (IQ) de 140, estaba fuertemente afectado por tus caderas.
Soy peor bailando, además nadie bailaba. Ayer en la sala de espera del dentista leí en una revista de moda lo que es estar presente, cualesquiera que sea lo que eso signifique, sé que es algo que no se me da, mi mente siempre va segundos adelante, ya imaginaba tus hombros. Ya imaginaba mi lunes entrando al laboratorio contando la historia que te conocí, que me atreví a hablarte quizá porque hubo una tormenta solar que alteró el campo magnético terrestre y obviamente mi función cognitiva sobre todo mi nivel de audacia.
Es emocionante saber que han pasado al menos cuatro canciones, y aquí seguimos en este trance extraño, en el que pretendemos hablar, aunque no nos escuchamos, pero de alguna manera hay algunas chispas, contra todo pronóstico la chica plateada de la noche convive con este ingeniero en aeronáutica espacial que raramente emite palabra con un ser humano. Con un desdén de tus ojos, me pondrías en mi lugar, o sea solo, en el rincón más triste de esta galería pretendiendo que veo el celular, pero no; sonríes y todo es fácil. Agitas las pulseras y la banda en turno desentona, pierdo un latido, y media inhalación te la robas, siento relámpagos en la nuca cuando descubro que nuestros rostros están muy cerca. Sé lo que seguiría aquí, pero no tengo ni idea de cómo hacerlo. No sé a cual científico pedirle un instante de sabiduría, o a qué dios rogarle por valentía. No se me ocurre cómo serenar mi mente y dejar de sonreír como niño en la mañana de Navidad.
Junto todos los átomos de valentía de mi ser, y te pido tu teléfono, o tu Instagram o un cigarro, o piedad, o un beso, o que si vamos a la banqueta a platicar, o que si le seguimos en mi depa o en el tuyo, ¡algo te pido! ¡Algo te pido! Estoy seguro que algo te pido porque en este momento todo se detiene, la música suena mas fuerte, tus dientes se convierten en faros, y tus ojos, de un color extraño que el pantone no ha podido descifrar, parpadean en clave morse, entiendo y me animo a besarte, lo hicimos despiadadamente, como si quisiéramos intercambiar las lenguas y ahí entendí la teoría de la relatividad al descubrir que perdí años en ese beso.
Kato Gutiérrez, © 2025
EL LOBBY DE LOS NO BESADOS
La pregunta más cabrona que nos podemos hacer es: “¿cuándo?” Creemos que es “¿por qué?”, pero lo que nos tiene hechizados es el imbatible tiempo. Nos está matando, como las anfetas, como opioides en Ohio, como la soledad.
Hay noches que tienen que pasar sobre la chingada. Somos pasajeros pesados del destino. Hay coitos que nada pueden detener.
¿Cuándo se cansan de volar las moscas? ¿O mientras haya mierda no pararán? Hay parejas que se abrazan para la selfie, pero no se rozan el resto de la noche, ni de la semana.
Hagamos un mercado de trueques. Que la moneda de cambio sea el beso en la boca, lengua con lengua, sería un mundo casi perfecto. Casi, porque entonces, besarse así sería rutinario y no tocarse y realizar declaración de impuestos, sería algo muy sensual. Invitar a tu date a cargar gasolina sería algo rayando en una propuesta erótica, sería una clara proposición de querer terminar la noche en el motel. Pero, entonces, el motel sería rutina con el paso de los meses.
La vida sucediendo con todo en un martes en donde nadie en el mundo puede dormir. El lunes qué chingados, el insomnio de los martes es el que patea como caballo salvaje. Las deudas, qué mierdas, los labios secos por no besar.
Hay un sensor en los elevadores que mide la sequedad de los labios.
A quien no ha besado en la última semana el elevador los expulsa, entonces, no puedes subir, vivir, pertenecer, fingir, ni mamar/te ya que te quedarás atorado en el lobby de los no besados en donde nadie se puede tocar.
De pronto las personas se mueren cuando no lo tenían planeado. Mueren ese día a pesar de la gravedad, del infinito y lo minúsculo que somos. No planeamos morir este día, no planean morir hoy. Y mueren. Y morimos todos, aunque sea un poco. Otros mucho. Y las sonrisas excepcionales quedan enterradas, guardadas para otro día. Olvidadas en la solapa, en la cartera, en la bolsa de la camisa, junto con un ticket de estacionamiento que no nos deberían de cobrar, y de pendejos seguimos pagando.
Quiero prender un fuego para sentirte cerca, inventar tu cadera con los trazos de la lumbre. Dicen que todo arde. Las estrellas. El sol atorado en tus ojos. Tus manos. ¿Por qué tú y yo no nos quemamos?
El problema cuando recordamos las cosas, es que nunca acertamos. Extrañamos cosas que nunca existieron y así nos inventamos pendejadas, justificaciones y hasta sueños. Añoramos cosas que ni en Amazon existen, como ese recuerdo que tengo de que nos besamos, pero luego acabé siendo un mesero el día de tu boda.
¿Por qué las personas buen pedo se mueren? Y nos dejan quebrados.
Me tatué el nombre de una morra en uno de mis dedos.
Hay hielos ojetes, creados en charolas de plástico piratas llenas de contaminantes.
Conjuros
Lunes por la mañana
El metro hasta la madre
Promesas quebradas
Pujidos falsos
Sonrisas mentirosas
Hongos de humedad en los pulmones. Y nos acostumbramos a ese hedor, a esa tos, a esa flema que no se va, al sol que siempre regresa. Nos asomamos al pinche teléfono para buscar anestesias.
Reciclan jeringas.
Empeñan Picassos.
Que la rola suene en autoplay
Que no detecte tu plan macabro
Que no sepa ni que pedo
Que no me sepa el abecedario, ni la preposiciones
Siempre uso los dedos para sumar
Un día solo nos quedarán los cuerpos
Esa gente que va un bar y pide una bebida sin alcohol.
Esos que van a la playa y nos les gusta el sol.
Esos gordos que temen el ataque cardiaco.
Ese sol terco que vuelve a salir.
Un hielo que fue parido por una máquina alemana que crea cubos perfectos, como la cadera de Dua Lipa.Nunca he entendido ni madres. Siempre he sido un pendejo.
Que tus pómulos se pongan rojos cuando me veas.
Kato Gutiérrez, ® Noviembre 2024
Memorias aleatorias de cuando nos besamos en Brooklyn

Estábamos Pete y yo caminando en una banqueta de Brooklyn. No teníamos ningún plan. Solo teníamos dinero y eso nos molestaba. Se lo regalamos a un vato que estaba tirado en una esquina. Fue bien pinche raro porque pensó que lo íbamos a madrear, y yo me sentí sacado de onda porque nunca había hecho eso. Pensé dos segundos en eso, luego no supe que mierdas decir. Ni al vato, ni a Pete, de hecho mi mente se quedo en blanco, un blackout momentáneo.
Un aire frío con odio zumbó en mis uñas, y me acordé de los cobertores que usaba mi abuela, de cómo mi abuelo prendía leña todos los sábados sin saber quien iba a llegar. El fuego atrae a las personas, me dijo. Yo siento fuego en la lengua. Ni el aire me la enfría. Necesito meterla en la boca de una mujer hermosa, de una güera.
Sonó una sirena de una patrulla que pasó a mil millas por hora, Pete me dijo que iban por mí, por andar sin papeles, al chile me vale madre. Ya no sé donde quiero estar. Le contesté que iban por un dealer, él me dijo que de seguro el dealer era mexicano, yo con tono sarcástico le dije que era ruso y se quedó callado.
Con el mejor inglés que pude le decía a Pete que es una mamada que ahora cualquier cosa que publiques a alguien le va a cagar el palo. No encontré una traducción para la última frase, pero el cabrón me entendió, es de Montana, crecer entre el frío y la soledad de ahí lo hicieron fuerte, o pendejo…O a lo mejor de todo se ríe. Dice que nunca ha salido de Estados Unidos y eso me da un chingo de risa. Dice que no sé sabe los países de Europa y eso me recuerda a mi maestra Alma, de cuarto de primaria A (San Juan Bautista de la Salle, ruega por nosotros), que sobre la chingada, bueno, a base de manotazos, nos hizo aprendernos todos los países del mundo con sus capitales, ahora ese conocimiento sólo me sirve para saber que un chingo de esos países están en guerra. No mames, me interrumpe Pete, es la única frase que se sabe en español, pero la dice bien. Y a mí siempre me gusta contestarle ¿No mames, qué, pendejo? Y él ya está cagado de la risa para cuando termino la pregunta…A veces, si ando pedo, le digo mámame esta, aunque se tardó meses en entender esa respuesta.
Entramos a un bar pequeño con música en vivo, aluciné que esa banda sería famosa en unos años, traté de escuchar las rolas, fingir que me estaban llegando, pero no, y pensé que de eso se tratan las carreras de los músicos, ¿no? De ser una mierda en la que nadie cree, a de pronto, una rola después, ser los mas chingones del puto planeta entero, sólo por un acorde diferente, una pisada que dio por error el guitarrista, un tono no esperado del bajista, la línea nueva que escribió el vocalista porque su vieja lo acababa de cortar, o en la audiencia y por error, un ejecutivo con puesto clave en la industria de la música…Y así. Pero hoy estos vatos son una mierda, por más que quiera tratar de captar si es el nacimiento de los nuevos Counting Crows o o alguien como los de The Revivalists, no siento nada, no pasa nada, solo hay ruido.
Al terminar una rola, Pete me preguntó que si sabía jugar béisbol, obvio le dije que sí y que me la pelaba. Obvio que nuca he jugado. Me contó que hay una cuenta en Instagram donde están los videos de las primeras pichadas de celebridades, así lo traduje yo, nadie le atina al catcher. Yo le dije que había otra cuenta con fotos de personas bien pinches raras que iban a Walmart en la madrugada, no mames puro pinche freak. Obvio la abrimos en ese momento y nos cagamos de la risa. Al chile, nos estábamos riendo como pendejos.
No me acuerdo cómo conocí a Pete. No tengo dinero para pagar el whisky caro que me estoy tomando, yo quería una cerveza. Tengo un chingo de frío. No sé cómo regresarme a mi depa. Me da un huevo de curiosidad saber porque llegué a esta ciudad. Hace unas semanas vi un reel que decía que todo pasa por algo, y me cagué de la risa, espero que nadie crea en eso. Estar en Brooklyn hace feliz a Pete, dice que es la ciudad más grande en la que ha estado en su vida. Yo quería estar en una playa. Yo quería meter mi lengua en la traquea de una mujer hermosa. Yo sólo quería ver el sol.
Unos segundos después, o meses, estoy en un sótano de un templo de los Hare Krishna haciendo fila para que me regalen un plato de comida, me sirvieron unas cucharadas de un alimento aguado y por poco me vómito, olía a tela podrida; pensé que en un McDonalds por dos dólares puedo recibir más. Yo que en algún lugar del mundo tengo estacionado un Porsche. Alcanzaba a escuchar cánticos a su dios. Al monje, o no sé si era monje, tampoco si era mujer u hombre, no le entendí el nombre de su dios…me quedé pensando cuántos dioses habrá, cuántos dioses nos inventamos y ahí, ajá, justo en ese preciso pinche y ojete momento apareciste en mi mente.
No podía ubicar hace cuántos meses nos besamos en Brooklyn, pero sí estoy seguro que me gustaría verte y hacerte tantas cosas. Quizá provocar un silencio mientras sentimos el frío. Ver lo delgada que estás y esa cadera ancha.Y en ese silencio quedarme alucinado por cómo se filtran rayos de luz en rincones inesperados de tu cuerpo. Yo me encargo de la verdad, tú de mirarme. Revolvamos los años. Ojalá te viera, me gustaría decirte tantas palabras con mis manos.
No hay motivos para creer en algo. La esperanza se va extinguiendo con los recibos de la renta. El día dura cuatrocientos cuarenta y cuatro años. Mis ojos en blanco, tú belleza ciega. Mi memoria es mi futuro. Hay una canción de estrellas que no sale de mi cráneo. Recuerdo una playa y tu lengua chupándome la oreja.
Kato Gutiérrez, ©2023
Macetas

Iba en una carretera de Nuevo México conduciendo un convertible viejo. Era un momento que durante años había imaginado. A los lados había montañas como películas de Disney. Se me antojó prender un cigarro cuando en el radio viejo sonó una canción de The Cars, no recordé el nombre, pero me sentí bien, como si mis costillas sonrieran, pensé que sería genial que esos músicos supieran el momento que me habían provocado.
Estaba a punto de pensar, por primera vez en mi vida, que estaba viviendo un momento feliz cuando un camión enorme me rebasó, salió de la nada, reventó su claxon, treinta y cuatro coyotes quedaron sordos y a mí me pegó un susto que por poco me cago.
De estar a punto de rozar la felicidad, mientras recuperaba el carril de la angosta carretera vieja, pasé a pensar que me gustaría tener tiempo para ir a comprar macetas una tarde cualquiera. No sé si es porque estaba en medio de un desierto en donde todo era color rojizo o porque de plano soy un puñetas enorme. Me gustaría tener certeza de algo aunque fuera insignificante. Y así, ya te imaginas la mierda que fue llenando mi mente. Yo era el mismo, el auto también, la carretera sacada de la película de Forest Gump, pero ahora mi mente no era mía. No sé si te ha pasado o yo soy el raro.
Quisiera un día en donde el tiempo corriera lento.
Un faje en que cada centímetro durará una hora.
Que el sol se quedara atorado en tus labios.
Que pudiera recordar lo que soñaba a los doce.
Alejarme de quienes hacen promesas a lo pendejo.
Conocer tu risa despreocupada.
Jugar con nuestras piernas en mi montaña, la luna arriba y el fuego a un lado.
Pero no tengo tiempo ni para las macetas. Ni para mí, ni para odiar. Ni para recordar el pasado.
En París hay invasión de piojos, mis oídos tapados por tanta mierda que filtran. Hay guerras sin fin. Hay guerras nuevas. Todos somos unos pendejos.
Sigo sin macetas. A veces no hay agua en mi ciudad, ni en el mundo. A veces estoy deshidratado y una nube me roza.
Truena la llanta del convertible viejo. Giros. Vuelcos. Acabo vivo empapado de tierra roja. El convertible rojo en fuego amarillo a unos metros de mí. El sol se ensaña con mi nuca, hay días así. Hay un cactus que parece que está pintando un dedo. Escucho unos balazos e imagino un ranchero de Arizona disparando a lo pendejo mientras escupe artículos de su constitución y su cuello rojo está a punto de reventar. No siento mis piernas, me arrastro mientras hormigas se meten a mi nariz. Mis macetas no tendrían hormigas. Un correcaminos pasa burlándose de un coyote viejo. No tengo fuerzas para contarle el chiste al animal. No sé si en realidad era un chiste. No puedo hablar, tengo lodo en mi traquea, tierra que una vez fue mexicana, hormigas invadiéndome. Autos pasan mientras los pasajeros ríen escuchando algo country. Mis costillas que hace unos segundos reían ahora me destruyen los pulmones. Pensé que nunca me había parado de manos. Me prometí que nunca iba a dejar de respirar.
Kato Gutiérrez, © 2023
Noventa y tres días para morir (Una pecera mentirosa)

Noventa y tres días para morir.
No me importa el color de tu cabello, ni si usas desodorante, yo huelo tu ovulación.
La onda no es a gritos, es a susurros, a besos, a miradas, a manos heridas dibujando.
La onda es sin prisa.
Cuatro punto cinco millones de pesos. Doce puntos en el Down Jones.
Una estrofa de Fito.
Noventa y tres días para morir. Un taco al estilo Baja, con camarón empanizado.
Fabi, vení.
Los perros ladran. Los pájaros no vuelan sobre el mar.
No sé.
Un lienzo manchado con tus deseos.
Mis ojos me los perdieron unos hongos.
Que el hubiera fuera el presente.
Que los alemanes hicieran autos baratos.
El aire a veces mata. Los salmones brincan en ríos secos con mierda en las piedras.
Tragamos mierda. Del baño a tu vaso. Bienvenido a Tulum.
Baños de hielo. Baños de orina dorada. Cuartos saunas. Agua caliente.
¿Cómo se llamaba el primer humano que prendió fuego? Lo hubiera patentado.
Te robaron los condones. Nunca fue el Valet. Nunca estamos tan pedos. Nunca somos tan felices.
El estómago vacío. Las bolsas del pantalón roto. Nadie cree en nada. Nadie cree en mí.
Esos ricos que solo tienen dinero y el ego atorado en su traquea.
Esos pendejos que el día primero de enero hacen fila en la madrugada para pagar sus impuestos.
Olvidar el arte de fornicar en el piso sin joderte las rodillas.
Escribir en el aire un poema. Dibujar un dragón en el antebrazo.
No saber que eres un pendejo. No saber que la tormenta eres tú.
Cuarenta mujeres por día destinadas al piso catorce. A embarrar sus pechos a la plancha vertical fría que se traga esperanzas.
Siempre quiero comerme tu boca.
¿Qué le iba a decir cuando me preguntó si era feliz mientras se ataba su cabello en un chongo, irreverente, descompuesto y sensual?
¿Dónde acaban los cantantes aburridos? ¿A todos les acaban poniendo su nombre a una calle jodida de su ciudad natal?
Noventa y tres segundos para morir. Cuéntalos…..
Quiero tener una pecera enorme, ostentosa, que cueste una fortuna, pero que no habite ahí ningún pez, molusco, ni nada y así sentir que salvo algunas especies marinas y de pasada me sirve como un espejo hiperrealista y mamón, y que mientras esté ahí parado, piense en los pendejos que contaminan el mar, en los que van al fondo del océano, en los que cazan ballenas, en los que viajan al espacio, en los puñetas que quieren colonizar la luna. Habría muchos pendejos en quien pensar, me faltaría vida, pero me ayudaría a no pensar en mis cagadas o en las cagadas que me han hecho. Mejor pensar en cagadas colectivas o ajenas. La viga en mi ojo no existe. Nada existe en mí. Estoy hueco, pero lleno de soles.
Pienso en las personas que hacen los supositorios y me pregunto cuántas veces al día se les antoja rascarse el ano o meterse los dedos a la nariz.
Tener una pecera mentirosa, que me genere ilusiones, que imagine prismas, que me engañe, que invente mundos. Noventa y tres días para morir. Implosiones de almas, miles por día. Playa Girón y yo en los ochenta pretendiendo que le entendía a la letra de esa canción. Eso era antes, cuando los veranos no eran tan calientes y los otoños eran otoños. Cuando Fito sufría. Cuando era un ingenuo, cuando yo era un chaval.
Un reseteo de todo. Búscame lo que quieras aquí lo encontrarás, tengo poderes. Tengo el saldo de indulgencias plenarias a mi favor, traigo el fuego transparente atrás de mí, adentro.
Que loco. Que cagado. Hasta que gane. Ahí me mirarán y dirán que es suerte; ahí me miras bien y lloras, chillas pero con madre.
Que la pecera tenga filtros como lo de la Nasa, que tenga marea, que me provoque nostalgia. ¿Te cuento un cuento? ¿El tiempo en un bar es real?
Se me antoja decirte cosas raras, algo que nadie te haya dicho.
Recuerdo un amigo que decía que nuestra amistad duraría toda la vida, pero eso no existe. Ni el amor, ni los amigos eternos, mucho menos los mejores amigos. Hay demonios y ángeles, unos buenos, otros locos y viceversa.
Un acercamiento a tu clavícula.
Aguántame doce segundos la mirada. Pierdes por mil. Nunca cambies, no vales madre.
Que el tiempo me la pelara.
Que ganara con el fuego.
Que sí te coma la boca.
Que nunca olvide el dolor.
Que siempre no recuerde nada.
Pasado pisado, presente de frente… futuro en tu boca.
Un Bitter para los lunes en la mañana, para superar la mierda de tus mentiras.
Siempre sobreviviré hasta que muera; entonces siempre gano. Siempre es hoy.
Nadie nunca cambia.
Ni siquiera aceptaría en la pecera a una sirena que hablara sueco y tuviera piernas.
Shakira en mis sueños, en mi cama, dándome un premio, tú aguanta, tú cree.
¿Quien te crees que sos?
No vendas espejos. No hables. ¿Por qué? Porque lo digo yo. Porque ya encontré donde nace el arcoíris. Ya sé cuando se va a secar el mar. Yo sé cuando cargaré onzas doradas. Yo sé. Yo creo. Porque sí. Porque soy yo.
¿Pero por que?
Nada.
Dilo.
No.
Que la mierda.
Sí, mierda desde el fondo del mar hasta los montes de la luna.
Que vuelen romeros incendiados.
No tengo nada que perder, no es cierto, tengo tres soles metidos en mis células.
Me dan oxígeno. Me dan todo.
93,92,91……..¡Pum!
Kato Gutiérrez, © 2023
Juguemos a algo

Quiero una suave revolcada.
Una suave enredada de piernas entre sábanas.
Que sin querer me jales el cabello para sentir un placer extraño
Que en ocasiones las risas cubran la música de Fito, pero que podamos llorar.
Que se nos abra la boca, las piernas y el corazón. Que nos digamos todo.
Porque no siempre vienes y no siempre estoy. Y cuando estoy no estás. Y cuando estás me fui. Porque el destino es un payaso.
Que juguemos a algo. Quizá al silencio. O a contar mis lunares. O hacer constelaciones con tus pecas. O a que me pintas dibujos en mi antebrazo, o en mis manos aunque duelan. Aunque no me quieras lastimar. Aunque tengamos miedo. Tú entierra el plumón, la aguja. Píntame unas líneas para psicoanalizarte. Aunque ya te conozco, con solo ver la forma en la que tomas el teléfono sé a quien le estás escribiendo. Con ver en la manera en que abres la boca al iniciar una frase ya sé si es es un reclamo, un poema, o la petición de que vaya al mercado a comprar masa para pan y vino.
Juguemos a embarrarnos con la lengua sal en grano en nuestras espaldas, algo así. Un juego que no exista. No tiene que ser sexual o quizá sí. Ya sé que todo acaba, me dijiste, escucha aquella canción de Calamaro, completaste. Y yo no estaba pensando en eso. Yo miraba cómo tenías pintadas las uñas de los pies, un color rojo mate que hacía que no las pudiera dejar de ver, ni siquiera tu tobillo lograba distraer mi mirada. Un rojo mate inmaculado. Y se nos pasaron los meses o los años, o los segundos, aún no le entiendo. Se nos atravesó un mar.
Juguemos a querernos suave con los ojos abiertos, mirándonos. El que parpadee pierde, no eso ya está muy trillado. El que bostece elige el beso. El que acierte el número de olas en los siguientes diez minutos. El que prediga la hora exacta cuando al sol se lo trague el mar. El que con su dedo meñique le provoque una exhalación de placer al otro. No sé si quiero perder o ganar. Una vez me dijiste que conmigo todo era raro y yo me sentí orgulloso, pero a ti no te pareció divertido. En verdad lo pensabas y yo también. Y discutimos, pero como quiera cuando te abrazaba mi mano quedaba perfecto en el surco de tu espalda baja, como si tu columna la hubieran hecho para mi mano, o al revés. Y se sentía caliente, decías. Imaginaba que sería ponerte el sol en ese surco, aunque luego decías que te dolía, el sol siempre quema. No todo lo que duele es malo. Nacer duele y a veces morir es placentero.
Juguemos a desaparecer el tiempo, los mapas. Juguemos a hoy. O que siempre es domingo a las siete de la tarde y nuestras manos son libres. Que nuestra mente controla los mapas de Google. Que en España nos conocemos en una ciudad con playa, sobre una banqueta te paro simulando estar perdido con tal de sacarte platica. Que luego, esa misma noche, dormimos en una carpa frente al mar en una playa del Caribe Mexicano. A que te conviertes en gitana y con una falda larga de seda multicolor bailas al lado de la fogata mientras la marea canta los coros. Imagina que cantas bien, no te rías, no reclames, déjame seguir escribiendo.
Juguemos a no preguntar. A que le tomamos fotos a animales salvajes y tu descubres un gorila en Las Vegas y me invitas a cenar frente a un lago artificial en donde simulan un pueblo de Italia y la gente queda idiotizada por unos chorros de agua que bailan al ritmo de canciones mediocres de pop americano, mientras yo me humedezco por ver tus ojos verdes como las hojas de un encino. Estos ojos de una desconocida a quien estoy conociendo….de nuevo….porque nunca dejamos de renacer. Porque morimos cada noche. Porque siempre volvemos a donde tuvimos un orgasmo.
Juguemos a que podemos tocar cualquier instrumento, yo elijo el piano, tu sonríes complaciente porque ya sabías lo que iba a elegir. Y acertaste, y con ese murmullo sensual tarareaste la canción de esa banda de rock de los setenta, la que conocí al vocalista en su concierto y me mandó unas cervezas entre una canción y otra, y tu me creíste esa historia. Tú siempre me crees. Me gusta como tuerces la boca cuando te gusta alguna línea que te escribo y que por fin no suena a cliché.
Juguemos a que escuchas todas mis playlist y yo leo todos tus escritos. Juguemos a vivir un poco, a creer que el fuego va a llegar. Juguemos con las lenguas, ya a la chingada. Nos podemos morir cualquier martes de insomnio.
Juguemos a que la montaña nunca termina, a que siempre nos encontramos. A que la poesía se nos sale sin querer. A que admitimos que si morimos esta vida ganará.
Me caes bien.
Kato Gutiérrez, © 2023
Esas cosas simples

Esas cosas simples.
Como una chispa traicionera.
Como una luna tapada por nubes cargadas de lágrimas contaminadas.
El aire era de otro sabor.
Un loco soñador quemándose.
Como una rima incompleta. Como la página 28 en blanco en plena primavera.
Como arder lento. Trepar los decibeles de un grito que parecía imposible.
El cuerpo en fuego. Un latigazo de lumbre a dos centímetros del escroto me hace pensar que para morir también hay que tener suerte.
Como no se sabe una mierda mientras arde tu cara y tu alma.
Como tanto odio metido en un fa sostenido lleno de sombras.
Las rodillas nubladas.
Humo y gas en mis pupilas. Perdido.
No entender nada.
Una foto que inyecta adrenalina que salva.
La vida en un volado, en un cerrojo.
Sentir que estoy muriendo.
Morir solo. Morir hoy.
Esos detalles.
Cientos de poemas. Ángeles de alas azules.
Unos ojos cubiertos por lentes de sol.
Como una clavícula inolvidable.
Como un vendedor de agua de jamaica tibia.
Un abrazo con un desconocido que me regala un consejo con olor a tabaco.
Como no saber una mierda de nada.
Como morir de pronto un martes cualquiera.
Esas cosas simples como unos dedos en el cuello, buscando el pulso, o regalando placer.
Como pintar un corazón con las pestañas.
Como unir dos palabras ante todo pronóstico.
Como cagar en el mar.
Como mear en un jardín.
Como encontrar alegrías en una guitarra que nadie ha tocado.
Como tatuar mis iniciales en mi aorta con una aguja vieja.
Una respuesta a un grito de auxilio.
Una voz extraña entre la neblina regalando esperanza.
Una güera desconocida embarrándome la humanidad entera en un abrazo.
Porque las manos no son las mismas. Ni las otras ni las mías. El fuego me las arrebató.
Olor a carne quemada, a gas, plásticos retorcidos. Corazones transfigurados.
Me rodean las sombras, luces rojas y azules.
Me regalan otro trago y dos ilusiones. Me dan un teléfono en la mano.
Porque sigo creyendo en mí. Porque sí.
Por miles de oraciones que aparecieron, rodillas talladas.
Una estampa con una oración que aparece abajo de la puerta.
Como Monterrey sin montañas.
Las cenizas huelen a pasado.
No todo se quemó. La esperanza tiene coraza dura.
Morirse es algo solitario.
Cómo creer que estaré mañana, y entonces borro el mensaje. Y entonces me callo. Me contengo. Porque olvidamos el motivo de nuestro afán diario.
Porque el amor, si es que existe, duele, a veces.
Como girar y no encontrar mas que lenguas de fuego.
Como regresar y encontrar la puerta abierta.
Como herida que llora.
Como desear te de manzanilla chuparte. Como las luces de tus nudillos.
Como el aire desaparece y se pinta de rojo, de negro.
Como una mujer que levanta un perro como si fuera un pájaro y te regala una sonrisa llena de calma.
Como un desconocido se convierte en mejor amigo en segundos.
Como un correo al día siguiente te inyecta morfina.
Como un chocolate anónimo.
No quiero cerrar los ojos.
Leo notas en las estrellas.
Escribo poemas en el aire.
Hay ocasiones que lo mejor es callar y sonreír.
Ni un segundo banal.
Sobreviviente.
Vivo.
Kato Gutiérrez, © 2023
ALMAS SOLITARIAS

Almas solitarias por todos lados.
Todo pesa, cada vez cuesta más levantarnos de la cama.
Y nos olvidamos de nosotros, miramos alrededor, tímidos, encorvados por la losa que nos pusimos en nuestros lomos, como una piedra enorme de un cerro de Nuevo León.
Con la edad queremos encontrarle explicaciones a todo. Ignoramos sucesos tan improbables, pero reales, porque ni siquiera levantamos la mirada. Hay energía rondando alrededor de nosotros cagada de risa. Dejamos de creer en lo que sentimos. Muy de vez en cuando, en alguna noche brillante, sentimos una comezón en las venas, y lo achacamos al cansancio, a la edad, o alguna enfermedad, ni siquiera dejamos una probabilidad a que sea una luciérnaga, un rayo de sol, o un pedazo de arcoíris, o un recuerdo de una mirada.
Nos vamos fundiendo, vivimos cansados, vamos perdiendo fuerzas, pretendiendo cuanta mamada sea necesaria para que nadie nos cuestione nada. Para pertenecer al molde preestablecido, a lo que todos esperan de nosotros: Un solo sueño. Una sola profesión. Una sola religión. Una sola pasión. Un solo amor.
Colapsamos los domingos, o los miércoles, o cualquier pinche noche, por temor a todo, hasta a la felicidad. Somos presa fácil. Mañana será lunes, o cualquier día en todos lados. Habrá que levantarse, andar, seguir y sacar fuerzas de cualquier jodido rincón, del recuerdo, de la supuesta y mínima esperanza, de los sueños borrosos, del enorme deseo darle la contra a todos. De demostrar. De estar listo por si conoces al amor de tu vida, si es que esto en realidad existe.
Contamos cuervos. Hay elefantes blancos dentro de nuestros cuartos de cuatro paredes grises en donde no ha sucedido un orgasmo en años. Ignoramos segundos, instantes, inhalaciones, como si tuviéramos años asegurados.
No durmamos porque la noche nos va a matar.
Luchamos contra la gravedad, contra el mar pero no somos valientes para enfrentar nuestro interior. Exageramos recuerdos, los cargamos en el pecho, pinchándonos, jodiéndonos, adrede provocamos ese dolor para tener una excusa para explicar la cara caída que no logramos hacer sonreír. Metemos presión sobre las sienes por no aceptar lo que sentimos. Somos cobardes para dar brincos de fe, pasos ciegos. Porque nos da pavor darle el control al corazón o al destino.
¿Entonces? Prestémonos nuestras bocas unos segundos aunque nos ahoguemos en pétalos y aliento a café. A ver qué pasa. Quizá se cae el cielo. Quizá desaparecemos todos los miedos. Quizá apareces el sol. Quizá creeremos. Quizá así nos conocemos. A lo mejor en tu lengua encuentro tu nombre y me descubro a mí.
Kato Gutiérrez @2022
¿UN CAFÉ?
No hay nada más ingenuo, ¿no? ¿O es un movimiento astuto?
Los astros y el tiempo alineados a la perfección. Hay señales que de pronto si tenemos el valor de captar, están en mero frente de nosotros, y ese día así fue. Intenté improvisar un verso en momento que los astros dictaban, pero la voz me tembló.
El momento preciso, el ángulo perfecto. Por primera vez los ojos de frente, el sol postrado en su rostro, y entonces empieza la tormenta de arcoíris y yo indefenso ante ese espectáculo de la naturaleza que el destino, los astros, el horario, los signos, las vueltas del planeta, la inocencia, el valor, la terquedad, el vacío, la soledad y/o la suerte provocó. ¿Quien chingados soy yo para cuestionar tanto sentir? Escucho una voz en mi interior que me dice “cállate y mírala” y de manera extraña obedezco. Extasiado. Mudo, para variar. Pendejo, para variar. Pero me encanta como habla, parece que está declamando, de pronto se le mojan los ojos, y mis manos quieren esas lágrimas. Mantiene la mirada como si fuéramos estatuas.
No existen los amores de toda la vida, esas son ideas impuestas. Existen las partículas, las moléculas, la química, las chispas, el sol, las retinas sublimes, los ojos que cambian de color dependiendo si en ese instante el sol es digno de invadirlos.
Y la suerte me sigue acariciando, de pronto surge un momento mágico en que no hay que decir nada. Nada. Solo estar callados ganchados de los ojos, y apenas lograr respirar. Nada es eterno. No hay respuestas para todo. Disfruta la magia repentina. Confía, como un rayo valiente que le gana a una tarde nublada, la perfora y toca algunas almas.
Unos aretes perfectos, un vestido sublime. Un aroma robado de una pradera sueca. Mi mano queriendo arrancarse de mí para acercarse a ella. Millones de voltios en las articulaciones. Ella con sus piernas cruzadas, hombros descubiertos, dueña de todo y yo totalmente vulnerable. Vulnerable. Vulnerable. Valiendo madres. Valiendo madres chingón.
Vuelven los ojos húmedos. Coincidimos acordes. Resumimos décadas. Confesiones. ¿Por qué es tan hermosa? ¿Por qué nos contamos lo que nos contamos? ¿Por qué simplemente se siente tan bien estar cerca de ella?
No sé nada. Siento un chingo.
Sólo ven, cree, dame la mano, para que lo compruebes, y empieza a quererme un chingo.
Kato Gutiérrez @2022
OJOS QUE GRITAN II

Y llega y todos los focos parpadean.
Vibra muy alto. Doce botellas truenan, apenas mis arterias soportan.
Es un meteorito cayendo con furia. No entiendo el aura que le persigue.
Su voz tiene un tono que no puedo describir, pero me provoca calambres en mi nuca.
Me mira como si fuera la última vez, siempre quizá lo es. Siempre quizá lo es.
El brillo de sus ojos cegándome. Todo en tan poco tiempo.
No hay misericordia, solo son segundos para reaccionar, pero siempre he sido un pendejo, otra vez me quedo inmóvil.
Tanto por decir y yo abrumado por la sorpresa, por la velocidad del tiempo.
Da y quita y eso enloquece. Va y viene. Se me ocurren doscientas preguntas, pero ante mi falta de valor y cómo su aroma me controla, ya mejor no intento decir nada. Yo solo quiero treparme a sus ojos.
El abrazo corto acaba y me derrumbo.
Y tiemblo. Y no supo. Y no supe si ella tembló. Eran unos metros para cambiar el rumbo de la noche, pero de nuevo se fue sin decir nada.
Y no tiene idea de lo que provocó, y está bien. Y no tiene idea que me regaló el insomnio, y está bien. Quisiera saberme frases de Benedetti, para lograr que se quede unos segundos más, pero se fue.
¿Qué haces con esos gritos que te rompen los ojos al declararte que aunque solo estuviste unos segundos a su lado y jamás la vas a olvidar el resto de tu vida…jamás.? ¿Qué mierdas haces con esa impotencia? ¿Dónde hay grupos de ayuda para este dolor?
Dylan, Los Rollings, Sabina, Cerati, nadie me contesta, todos me mandan a buzón; de ella ni su teléfono tengo.
¿Y qué hago con la bomba que metió en mi pecho?
¿Y qué hago con las luciérnagas que inyectó en mis venas?
¿Y con sus pómulos prepotentes? ¿Qué hago con esta poesía hecha lodo en mi traquea? ¿Cómo me ato los dedos?
Se fue. Vuelvo al precipicio oscuro, destrozado, pero de nuevo alcanzo a sonreír. Porque aunque voy en caída libre, sé que su aroma jamás se despegará de mi antebrazo izquierdo y el eco de su voz se quedará atorado por siempre en mi tímpano.
Todos tan solos. Todos fingiendo.Todos cerrando los ojos al coger, al besar, al soñar, porque la realidad esta gris, borrosa y confusa…yo no tengo que cerrarlos, porque sigo cayendo en este precipicio oscuro en donde no veo nada, pero al pensarla me emociono; en donde no hay nada, pero a veces siento su presencia, en donde de pronto, se me aparece su silueta….la cual nunca he tocado.
Otra vez se fue sin saber que dejó el lugar lleno de luces multicolores.
Kato Gutiérrez, @2022
TE REGALO TODAS MIS PLAYLISTS

Aquí estoy parado para que me partas los sueños, estoy a expensas de tus siguientes palabras. Por lo pronto seguimos perdidos.
Suenan rolas de rock en inglés pero no le entiendo toda la letra, entonces murmuro, como cuando quería improvisarte un verso mientras te chupaba la oreja pero me ganaba la risa. Prendo una vela, me quemo la mano izquierda y me acuerdo cuando cocinaba para ti o cuando hacías café meneando tu cadera sin misericordia por toda tu cocina a la que le entraba el sol por todos lados. Me acuerdo de tus sonrisas cuando extendías los brazos para entregarme la taza de café, también la manera en que clavabas tus codos en mis hombros mientras metías tu lengua a mi boca. Recuerdo muchas cosas que hoy me duelen. Según tú, en diciembre la cama no se debía de usar para tener sexo, eso era algo de las cosas raras que decías, pero me gustaban. Me gustaban tus cosas raras. Tus tics. Tu aroma indescriptible. La manera en que movías los palillos chinos cuando comías arroz.
No lo sabes, pero en la noches mi manos desparecen, quizá ya no te interesa saberlo. Quizá dirías que esta línea no tiene sentido, a lo mejor es cierto. Luego pienso que después de tanto tiempo es imposible que recordemos lo mismo. Me acuerdo cuando un día te dije que te acercaras, que te estabas peleando con mis ojos, diste unos pasos y sonreíste mientras me preguntabas si iba a escribir esa frase. Y ahora aquí estoy solo, escribiéndola mientras recuerdo el olor de tu cabello y le doy un trago a un vaso de agua de jamaica que lleva tres días en mi escritorio.
Hagamos la acrobacia mortal, improbable e imposible que embarre nuestras bocas. Choquemos nuestros dientes, que se quiebren. Tallemos nuestras rodillas. Lo que digas, pero regrésame algo de oxígeno. Ya perdí la cuenta de todo.
Estoy destruyendo el calendario. Déjame borrar diciembre o marzo.
Quiero desaparecer esa mañana en que te fuiste, en donde parecía que tenías la razón, pero nunca la hemos tenido cuando pensamos.
Trato de convencerme que esa mañana no sucedió, pero estoy indefenso ante los recuerdos que son cuchillos directos al cuello, luego volteo a todos lados y no estás y me ahogo con mi saliva. No estás en ningún pinche lado.
Déjame salir de esta mierda. Déjame unos gramos de esperanza.
Te regalo todas mis playlist, sólo regresa.
Kato Gutierrez, © 2022
DIJISTE QUE ERAS DE COSTA RICA II

Aún era Madrid. Aún éramos tú y yo.
Ahora en un parque donde el sol se regodeaba en lo imposible de tu cuerpo.
Tú con unos pantalones negros y una blusa sin mangas. Yo no recuerdo nada de mí. Te sentaste con las piernas abiertas. Te meneabas. Juraba que tu pelvis me gritaba, pero tú hablabas de problemas que yo no quería escuchar.
Tu cabello era irreal, cada hilo amarillo era una provocación, murmuraban gemidos. Tomábamos café. Era una mañana de algún día. Yo sólo quería hablar sobre tus ojos. Intentar hacer magia. Pero no parabas de hablar. Y yo perdido en tus hombros desnudos. Quizá estabas diciendo todo lo que tenías que hacer. No tengo ni una idea de lo que hablabas. Estaba inmóvil ante tu pose. Tú, reina del lugar. Las piernas abiertas gritándome que era un pendejo por no tirarme sobre ti. Y sí lo era. Tus hombros desnudos haciendo coro a la declaración de las piernas. Y yo que no podía ver tu mirada triste porque traías lentes oscuros.
Creo que preguntaste a qué me dedicaba. Tu voz era un hechizo. No entendía nada. Quizá hablabas ruso. Tal vez dijiste que me recordarías por la forma en que te abracé y yo que no podía dejar de pensar en lo que hicimos en el piso del cuarto del hotel.
Con el rumor cercano de los peatones de Madrid que siempre me han sonado familiares recordé cuando te tuve contra la pared y la mancha de sudor que ahí dejaste. Perdido, recordé como gemías. A lo mejor me hablabas de planes. Dijiste que eras de Costa Rica. Dijiste que eras modelo. Y yo no supe qué decir. Yo había olvidado mi mundo.
Pregunté algo y dijiste que no podías responder eso. No hagas preguntas, contestaste. No seas como los demás. Ahí volví un poco a mi mundo, al Madrid que de pronto me olió diferente. A lo lejos se escuchaban gritos y palabras de personas felices. Me propuse nunca más hablar. Pero esas piernas abiertas escondidas en tela negra ahí seguían, las abrías y cerrabas con un meneo desafiante.
Decías que en Costa Rica había ríos y tirolesas enormes, y yo no podía dejar de recordar el surco de tu espalda baja, y cómo mi mano se había acomodado ahí la noche previa.
Me dijiste que no hablará de futuro, pero yo quería hablar de lo pasado, de cómo te había creado sonrisas con mis manos. De cómo nos habíamos despertado en la madrugada sólo para ver nuestros cuerpos llenos de salitre. Para hablar de lo que hicimos en el piso. De nuestras rodillas talladas. Para ver la luna en silencio.
De pronto dijiste que te irías, que regresarías a Costa Rica y en ese momento me cayó una tormenta de mierda de todos los putos pájaros y cuervos de Madrid. Pensé que nunca iba a poder olvidar tu nombre. Escupí el café. Quería dos mil tragos. Y tú sonreías tranquila. Fluías mientras yo estaba atorado en ti, en esa mierda de aves, en ese Madrid que hedía putrefacto con tus palabras que me habían explotado en mi cara.
Tuve el valor de preguntarte ¿después qué?, suspiraste y meneaste la cabeza, yo recordé como moviste tu lengua la noche previa. Y pensé que todo era una putada. Iba a buscar a cuantos kilómetros estaba Costa Rica, pero sonreíste y dijiste que no hiciera eso mientras pusiste tu boca en mi oreja y tus uñas en mi nuca. ¿Después qué?, repetiste, mientras exhalabas un aliento cargado de millones de gardenias que restregabas en mis ojos tímidos. Te veías indestructible mientras yo me derrumbaba. Me llegó la idea de hablarte de usted, pero por suerte no lo hice. Imponías. Nunca hay después, dijiste. Millones de putos cuervos madrileños se burlaban desde todos los árboles del parque. Y yo que moría por chupar tus hombros.
Prometimos no hacer el momento más trágico, pero obvio mentí. Mencionaste que no era necesario tanto drama, que éramos adultos. Envidié tu simplicidad. Me distraje captando que a partir de ese momento vería tu rostro en el de todas las mujeres. Tu fantasma me seguiría en cada cama. En cada rosa. En cada sonrisa.
Pusiste tu mano en mi pecho mientras decías algo que para variar no entendí. Ya era de noche. Millones de luces parpadeaban. Todo se movía. Palmeaste varias veces mi corazón. Anda, ve, dijiste con aplomo mientras lloraba como un chaval.
Me fui deambulando. Jalando aire y mocos. Caminé como borracho durante toda la noche. Madrid vacío. Parecía otra ciudad a la de aquella noche en que nos conocimos en un bar. El silencio apestaba a promesas fallidas. Dos luciérnagas pasaron cagadas de risa.
Ahora vivo de una forma extraña. Abrumado por sonido del dolor. Recuerdo cómo movías tus piernas escondidas en esos pantalones negros. Sólo pienso en ti.
Kato Gutiérrez, © 2021
DIJISTE QUE ERAS DE COSTA RICA

Fue en un bar de Madrid. Dijiste que eras de Costa Rica.
Dos cervezas en la barra. Tu cabello me encandilaba. Lo imaginé empapado.
Me quede callado y pensé una larga historia en la que con los ojos nos entendíamos.
Mojé mi boca con cerveza, fantaseé que era tu sudor.
Sentía conocer esa sonrisa. Me dio miedo que fuera un sueño.
Dijiste que eras modelo mientras sonaba una canción de Andrés Suárez.
Vi como acordes en tus ojos. Quise acercarme, pero sólo pude moverme unos centímetros.
Olías como a una canción.
Estaba en Madrid, en un bar con una modelo de Costa Rica.
Dijiste algo arrastrando lento y suave las erres y mis rodillas suspiraron, además, no entendí nada. Estaba distraído calculando cuanto tendríamos que caminar para llegar a mi hotel. Contaba las sílabas que tenía que juntar para invitarte. Pero no lograba salir del hechizo de tu boca amplia y de esos dientes tan blancos, tan improbables. Me escaseaba la audacia.
Se me ocurrió pintarme mi cuerpo por ti. Claro que me rayaría tu nombre en mi antebrazo. Era Madrid. Eras tú. En la segunda cerveza dijiste que preferías la música de Ismael Serrano. Yo intenté acordarme del nombre de algún trovador mexicano, sobre todo el que en una canción dice algo de unos brazos de sol, pero tu jeans rojo y tu simple tshirt blanca eran imponentes. Pensé decir que te inventaría una vocal. Consideré ponerme de rodillas y murmurar algo como si fueras una virgen, pero nunca he sido bueno para la poesía.
Supuse que alguien te extrañaba, pero decías tener un clóset grande, blanco, con pisos de madera, lleno de focos y espejos. Cientos de zapatos, eras modelo. Pensé en los miles de hombres que han muerto por ti.
Preguntaste por mi hotel y lloré. Miré a las esquinas del techo buscando cámaras. Alguien cómo tú y alguien como yo. Aseguraste que ya me habías visto en otra vida. Entonces dudé más. Decías que te gustaba mi olor. La cerveza hacía brillar más tus labios rosas y delgados. Cuando hablabas yo escuchaba canciones. Y movías la cabeza para echar tus largos cabellos atrás de tus hombros. Y yo queriendo ser tu espalda. Y yo con la quijada dura y los cachetes calientes.
Tenía sed. Ha de ser la suerte que deshidrata. Pensé que era más probable que entraran Sabina y Milanés a que tú estuvieras ahí conmigo. Tan alta. Tan bella. Tan flaca. Pensé en decirte perfecta después de la quinta cerveza, pero me dio medio equivocarme, tartamudear y acabar diciéndote pendeja. He perdido tanto por hablar, entonces busqué los silencios. Escuché cantos de delfines mientras imaginé chuparte tu oreja.
Pediste la cuenta cuando ponías tu mano tibia sobre la mía. El barman tampoco lo creía. Me mató con sus ojos españoles. Nadie podía creerlo. Dudé cómo sonaría si te decía nena, mientras te regresaban tu American Express. Dijiste que te encantaba mi plática y yo no sabía lo que estaba sucediendo.
Tus cabellos amarillos sobre las sábanas blancas parecían una obra de arte. En mi mente había música. Vi botellas de Champaña, y unos cigarros light. Trataba de salir de mí para vernos de lejos, mirar esa imagen tan irreal y grabarla en mi memoria. Alguien cómo tú en mi cama. Era tan injusto que tuvieras pecas en tu pecho. Y unas pestañas tan curvas y tan grandes. Y una sonrisa tan ingenua. Y tú tan exacta. Tan precisa. Tan perfecta. Creo que vi un tatuaje minúsculo. Y por algún motivo decías, entre risas, que yo hacía todo bien. Yo no recordaba mis palabras, ni el color de tus ojos. Sólo tenía tanta fe. Trataba de seguir haciendo lo mismo, sin saber lo que era. Esa cuenca arriba de tu boca. Tu pelvis simétrica. Ese tímido lunar en una de tus mejillas.Tus piernas tan largas. Decías que eras modelo. Intentaste contar cuantas fotos te habían tomado mientras reíamos como jóvenes. Levantamos las piernas al techo. Nos embarramos los cuerpos. Jugamos a ser otros. Tiramos las sábanas al piso. Sentí que eras un bosque cuando salió el sol y estabas sobre mí.
Dijiste que eras de Costa Rica. Dijiste que eras modelo.
Kato Gutiérrez, © 2021



