Video Blog: Ewan yo, y la búsqueda de la felicidad
Actriz: Eryka Foz
Texto: Kato Gutiérrez
Archivo de la categoría: Historias
Maldito enero
Maldito enero.
Maldito invierno asoleado.Consternación falsa. Especialistas surgen por todos lados.
Lo peor es que pronto olvidaremos todo. La rutina anestesia.
Gracias al viento, que parecía de marzo o de Texas, por llevarse algo de la basura. Al menos volvieron las montañas.
Kato Gutiérrez © 2017
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Protegido: Acto VII Hiper Jam en MARCO
Protegido: Revivir
Protegido: Aprenderé a besar en Canada
El maldito amor
Dicen que ni cuando más odiamos dejamos de amar. Con razón no te puedo olvidar. Me robaste la paz. Lamento no haberte abrazado más. Y ahora tengo que aguantar sin ti este invierno, cuando la gente es más patética. Fingen más, mienten más, pretenden ser felices. No le confío mucho al invierno.
Dicen que hay gente que se sube a los aviones sólo para no tener conexión a Internet. Otros trabajan para no estar en casa, o duermen para no sentir. Hay quien se baña a oscuras para no verse. Quien corre para llegar, otros para huir. Gritan para ser escuchados, otros para oír. Comen por dolor deseando morir de hambre. Buscan estáticos con los ojos cerrados deseando que el viento les traiga la fortuna, el gozo, el amor. El delgado y sensible amor. Besan para sentir. Dicen tonterías como: Lucharé por el amor. No hay frase más aberrante. Por el amor no se pelea. Pretenden ser merecedores fingiendo sonrisas, actuando poses, recitando versos de memoria.
¿Qué mas paz que el impacto de tus labios? ¿Qué más armonía que el choque de nuestras miradas? ¿Qué más quietud que mi mano en tu cadera? ¿Qué más euforia que mi boca en tu clavícula? ¿Qué más paz que el amor? ¿Qué peor revolución que quererte? ¿Qué peor frenesí que desearte? ¿Qué peor terremoto que tu abrazo? ¿Qué más terco que el amor?
¿Qué más amor que dos cuerpos colapsándose? ¿Qué más bipolar, equivocado y acertado que el amor? Llega tarde, llega a tiempo, no llega. Lo buscan, lo esperan. Le lloran, le gritan, le sonríen, le agradecen, le reclaman. Es sentido, es callado, tímido. Nunca habla, aunque se sienten sus gritos. Pocas veces certero, no es razonable, ni permite hacer juicios. Nunca hay explicaciones ni motivos. La razón lo odia.
El amor es pacífico a pesar de que te golpea. Es educado a pesar de que nunca pregunta cuando puede llegar ni respeta leyes humanas. Aturde y da paz a la vez. En el mismo instante arde y cura. Dulce y agrio. Es como un super héroe, está en todos lados. Creador de poetas. Provoca incompetencia al hablar. A varios ha dejado mudos. Como mal doctor, ha dejado enfermos a muchos, locos a miles. Se desconoce sus fronteras. Es como un mago, como un creador de enigmas, de misterios, de realidades. Nubla. Quita el hambre. Saca el sol. Aturde. No se sabe como ni cuando termina. Se desconoce dónde nace, y dónde está. Todos lo quieren aunque no lo reconozcan. Hay quienes escriben para atraerlo, pero el amor es vanidoso. Va o llega o viene sólo cuando quiere. Nunca nadie lo ha controlado. Es el toro más bravo, el oso más loco, el colibrí más veloz, la cebra más bipolar.
Lo buscan creando música, cantando, bailando, tocándose, recitando, besando, actuando, mintiendo, cogiendo. ¿Qué más poder que el de tus ojos? Causa insomnio. Arde dulcemente. Se diluye. Explota. Se multiplica. Ataca. Espera. Se escurre. Nunca se puede fingir. No sirven las explicaciones. Es como un giro eterno. Tornado de amor. Torbellino eterno e instantáneo. Ladrón de cerebros. No hay escapatoria. Es dar y recibir. Es energético y anestésico. Es el frío y el calor.
Es tan raro como gozar de dolor y sufrir de placer. Es tan raro como una flor en la cumbre o un diamante en el espacio. No es una competencia. No se vende. Se reinventa en cada caricia. No limita ni encierra. El amor libera, provoca. Mueve montañas. Tan loco, tan raro. Tan popular y tan solitario. Tan famoso y tan callado. Causa llantos y sonrisas. Hace llover. Crea soles y lunas. Es un dios. Dice palabras precisas. Acerca el cielo y amplía el sol. Genera millones de estrellas. Revuelve estómagos. Disturba juicios, aturde razones. Como tú. Como tus ojos. Como tu cadera. ¿Eres tú el amor? ¡Anímate! ¡Acércate! O al menos no te muevas. Ahí voy. No me dejes de ver. ¿Eres tú el amor? Déjame tocarte, ahógame. Déjame escribirte, gritarte, tenerte. No puedo sin tus abrazos que traen lava, sin tus soles ni tus lunas. Sin tus guirnaldas de estrellas. El amor no debe mentir, mejor que calle, que no conteste, que no explique nada con tal de que pueda embarrar mi boca en la tuya, todo lo demás no importa. No importa no entender nada. Con tenerte tengo todo. Todo el poder en tu caricia. Todo el tiempo. Toda la eternidad merece si te toco.
Kato Gutiérrez © 2015
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Reseña Austin (Buscando a Stella)
La ciudad es peligrosa. Corres peligro que te atrape en los primeros cuatro segundos. Como si los grandes árboles te fueran a abrazar, o comer. Como si las urracas cantaran versos, el Jazz liberara conciencias y borrara pecados. La decadencia está siempre en la siguiente cuadra, como siempre en este mundo.
En una mesa se me cruzaron las fronteras con cerveza y Coca Cola de mi tierra. Con idiomas que no reconozco en la siguiente mesa. Con mis paisanos de siempre trabajando entre mesas y cubiertos, o sobre jardines y edificios. Es fácil identificarlos hay como un código al mirarnos, una sonrisa siempre concluye.
Cientos de cervezas. Miles de historias, pero no encuentro a Stella. No era la mesera coqueta del cabello rosa. Tampoco la güera elegante que bajó de la limosina y nublada por el alcohol en lugar de la esperada petición de que la fotografiara con sus amigas, me pidió que la abrazara. Tampoco la encontré en esa prisa extraña, esa prisa lenta que todos poseen aquí. Ni en la saturación de todo, de sueños, pensamientos, cosas por hacer, expectativas, de fracasos, de reclamos a esta vida.
No, no estaba ahí en el olor a leña quemada que a todos acompaña en esa ciudad. Ni en las distancias, ni en los historiales crediticios, ni en la tecnología que todo rige, ni en la añoranza de la tierra de origen. Tampoco estaba en el intento de disimular el tormento pretendiendo bailar, pretendiendo sonreír. ¿Dónde estás Stella?
No la vi en la juventud cada vez más joven. Ni en los músicos de calle que solo tocaban un sólo acorde. Ni en los pordioseros con cartelones de reclamo al gobierno, al ejército, a su ex esposa. Ni el dealer me pudo instruir sobre Stella. Ni el Sheriff Hispano de la ciudad, ni en los yates llenos de alcohol que rompían el silencio de la mañana de domingo. Tampoco estaba en el oscuro restaurante con un exquisito olor a leña. Ni en el pasado, ni en los álbumes, ni en las decisiones por hacer, ni en la jodida búsqueda de motivos y explicaciones. Ni en la prisa, ni en el rush. Ni en los ojos de la hermosa mujer sentada en la banca junto al río, ni que yo fuera Luca, ni que pudiera ver algo más que brillos en sus ojos.
Tampoco estaba en la soledad, ni en el café que el domingo por la mañana no había ninguna familia, no la encontré al corroborar que el machacado con huevo sigue causando nostalgia. Ni en el susto al sentir excremento de urraca caer sobre mi mano mientras escribo esto.
No encontré a Stella en Austin. No importa. Lo que si encontré fue el poder de como una charla de ciento cincuenta minutos nos puede convertir de extraños a amigos. Gracias Austin, primera gira internacional, nunca la olvidaré.
Kato Gutiérrez © 2015
@mrkato
Parque temático
Estás en un McDonald´s de Florida sobreviviendo al olor a grasa y las mesas pegosteosas. Papeles de popotes tirados en el piso. Recipientes de cartón con salsa Catsup, la cual tiene más de cuarenta y ocho ingredientes ni uno de ellos natural. Una televisión cuelga de una esquina, para estar acorde a lo decadente del lugar tiene que estar un noticiero local escupiendo nota roja mucho más rápido de lo que cualquier cerebro promedio puede procesar. Te dan ganas de salir corriendo y perderte en el primer bosque que encuentres, o hundirte en el primer pantano con la esperanza de sentir una mordida pronto en alguna extremidad. Al menos eso sería real. Al menos te haría sentir algo diferente. En la televisión un gordo enorme al menos talla 5XL, protesta por el maltrato a los animales, se le inflama más el cuello cuando grita con coraje a pesar de tener un micrófono frente a su boca. Grita y grita, pide respeto a sus gatos, las mejillas rojas. Grita, y reclama. ¿Que habrá cenado? ¿Habrá desayunado en este McDonald´s? ¿Será vegano? Bloquean la avenida, la reportera esta excitada mencionando que es el primer bloqueo en la historia de Florida. Ha de haber un chilango en el grupo dándoles todo el insight. Te arrepientes de haber pedido café.
Un hombre se mete en la fila del baño para orinar. Se le adelantó a tres niños. Sale sin lavarse las manos, se encuentra afuera con su maravillosa familia a quien abraza afectuosamente.
En los estacionamientos de los parques temáticos abuelos son los que acomodan los autos con un orden y precisión absoluta. Usan un chaleco amarillo fosforescente, traen colgado en su cintura una botella con agua, la cual les dura fresca solamente treinta minutos. Pobres abuelos, ellos habían soñado terminar en Florida jugando golf, y acabaron de viene viene del primer mundo. Benditos abuelos, todos los días en el sol, haciendo algo por lo que les pagan. Uno que otro loco hasta lo disfruta, hasta se preocupa por los consumidores, hasta es amable, hasta da información interesante del parque, hasta sonríe, hasta habla español.
Filas, filas cagantes. ¿Cómo no te caga hacer lo mismo que la mayoría? Gente brotando de cualquier pozo de cualquier esquina. Decadencia colectiva. El mundo a los cuarenta años es tan real y frío. Es tan mamón que destroza toda la fantasía de los recuerdos de los años maravillosos.
Tumultos, filas, masas, calor. ¿Cuánto por un VIP? Te vale madre. Ni humor para desear. Ni humor para buscar piernas o bustos. Un souvenir que te recuerde ¿qué? Fastpass al alma.
No mames, no sueltan el celular. Dedos duros y amaestrados, les controlan todo su ser. Donde están siempre es menos importante que lo que hay en la puta pantalla de cristal.
Aguanta, no tomes, toma. Convence, convéncete que el desfile de la noche los hará mejor personas. Unos foquitos que evocarán otra década, que rascará en tu memoria, que jalara una o dos sonrisitas. Una música chantajista, que está en algún rincón de ti, de esos pocos rincones reales y felices. Unos fuegos artificiales que te levanten el ánimo y la cara. Que las explosiones multicolores te recuerden a ti cuando no negociabas las sonrisas. Un castillo de tablaroca. Un castillo vacío. Un castillo mágico, como tú.
Una, dos, tres botargas. Un mitad perro, mitad vaca, o mitad humano. Una foto con él, para que le encuentres similitudes o diferencias contigo, mitad tu, mitad nada.
Dicen que ese es Kevin Costner y aquel Harrison Ford. Si yo fuera ellos, no estaría aquí.
Toca, toca, corre, tómate un litro de azúcar negra. Compra lo que sea, las orejas, los bloqueadores, los diarios, lo que sea, compra, come, corre. Gasta, no pienses. Que la fantasía del potente aire acondicionado y la música de fondo te cambie tu gris realidad llena de rutinas y de mierda. Que una botarga te toque, que un cohete te ilumine. Que una cerveza te haga olvidar, soñar o sentir. Apocalipsis total. Que vuelen las palomas, que defequen en tus hombros, sobre tus ojos, que la mierda te ciegue, y que en la oscuridad encuentres todo lo que has olvidado, o perdido.
Que un orgasmo mañanero te anestesie para soportar el día. Que la lluvia diaria, cada vez más ácida queme tu poncho de veinte dólares, hecho en China por veinte centavos. Que te queme la piel, que te ahogue el ansia por no sentir, por no recordar lo que te hacía feliz o lo que te engañó hace años.
Ahora ves precios, riesgos, tiempos de espera, los avisos de posibles riesgos, las redes de seguridad, las veces en que el cantante no canta. Que te tropieces con una botella, que caigas de boca sobre algún barandal de acero pintado de rojo, que se te rompan los dientes, que no haya super héroe que pueda salvarte. Que Trump siga diciendo estupideces, que por fin algo nos una en realidad.
Que lo colectivo te arda. Que soportes cualquier tipo de café con tal de que te permita aguantar el día. Que el Starbucks te deje en paz. Que lo que necesites sea sólo agua. Que cada instante nazcas poco a poco. Que tus exhalaciones sean marginales. Que el vuelo salga a tiempo. Que el vuelo no se retrase más de noventa minutos. Que el piloto no se haya desvelado. Que la aeromoza haya sido infiel, que los moretones que trae ojalá fueran de maquillaje. Que tus poderes nunca mueran. Que nunca entiendas lo difícil que es sonreír solo. Que sonrías sin alcohol, sin sed, que sonrías en un lunes lluvioso.
Que nunca dejes de extrañarla. Que te duela cada exhalación. Que su aroma te ahogue. Que su recuerdo sea tu fantasma particular. Que un super héroe te ignore y quedes atorado en telarañas. Que sin ella solo puedas sobrevivir el día con cuatro Rivotriles encima.
Que un desconocido te detenga y te quiera abrazar, besar y tocar. Que todo sea diferente. Que los hubieras te maten, mejor que solo te acosen y no te abandonen jamás. Que una carta te atormente. Que una llamada en la madrugada te despierte y que nunca jamás puedas volver a dormir. Que un piano retumbe en plena madrugada, y siga así todas tus madrugadas.
Que el piloto no haya tomado.
Que el de la botarga esté sonriendo abajo de la máscara.
Que puedas desearla, que sea lo único que puedas hacer.
Que los popotes fueran de cartón y los palillos de oro.
Que siempre hubiera música de fondo.
Que encuentres unos ojos que no mientan, unos que lo único que busquen sean los tuyos.
Que una vieja carta te atormente. Que una foto que hubiera cambiado tu vida aparezca treinta años después. Que puedas volver al futuro. Que allá la puedas volver a tocar y hacerla gemir. Que se vuelvan a encontrar. Que grites a plena luz del día. Que un juego de mesa te haga parecer que tu vida es interesante. Que detestes los bufetes. Que no te falten vinos. Que un carbón te ahume. Que sientas el dolor de un beso interrumpido. Que te pierdas en una línea blanca. Que aparezcas sentado en el centro de una oscura pista de hielo. Que el silencio de un estadio vacío te aturda. Que agaches la mirada. Que el sol te queme. Que no te duela nada.
Kato Gutiérrez © 2015
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Día de presentación Cuatro Segundos.
Todo incluido
Una pareja de mujeres se acercó a mi camastro. Estaban a unos diez metros de mi, pero ellas no me vieron. Se abrazaron. Se peinaron. Sacaron un celular. De seguro son extranjeras, apostaría a que inglesas. En estas playas del Caribe la minoría somos mexicanos. Ni un gramo de maquillaje. Una con pants holgados, la otra con un shorts de mezclilla muy usada y una camisa vaquera pegada a su torso, ésta con cabello corto, la otra con cabello largo suelto.
Posan con el mar a sus espaldas. Una extiende el brazo, y con el celular se toman una foto. Por fin sonríen mientras ven el resultado. Se toman de la cadera y mandan la foto a su mundo o a todo el mundo, su recuerdo, su prueba, su foto. Los últimos gramos de timidez desaparecen con la primera fotografía. Ahora con las palmeras de fondo. Ahora con el hotel de fondo. Estoy seguro de que en una de esas fotos voy a salir yo acostado en mi camastro. Sonreían más cuando veían la fotografía que cuando se la tomaban.
Extrañaban orgasmos y deseaban tocarse en público. No por cumplir la fantasía, sino más por rebeldía. ¿Qué sería de ellas en este preciso instante sin redes sociales? ¿Cómo quiera se tomarían de la mano? ¿Cómo quiera se tomarían la fotografía?
Una de ellas usa lentes para ver de cerca. Quizá es una madre con su hija. Es difícil determinarles una edad.
El mar canta al fondo. El sol huye vencido una vez más. Un pelícano vuela bajo y lento buscando un pez despistado. A lo lejos una voz eléctrica anuncia un matrimonio, les dice que ya se pueden besar. Algunos aplausos insípidos. No sabía que en México un juez te podía casar hablando inglés. Suena Marry Me de Train.
La pareja de mujeres sigue tomando fotos, buscan el mejor ángulo. Después del click relajan la mandíbula. Atrás de ellas, pasa un grupo de empleados del Resort. Son locales, su físico es característico. Uno de ellos trae el ojo morado por las patadas que esa mañana su padre borracho le dio. Las mujeres siguen viendo el celular. En el mar un crucero les llama la atención. Ah, no. Ni siquiera lo ven. Se toman otra foto, no es que estén viendo el mar. Solo ven a su celular. No es acerca de lo que pasa frente a ellas; es solo acerca de ellas y su aparato. Como muchos ahora.
Se fue el crucero antes que ellas. El empleado del ojo morado vuelve a pasar. Les dice hola de una forma lenta y cantada para que cualquier nacionalidad le entienda. El empleado recogía toallas hace una hora. Hace dos horas era el organizador de un juego de fútbol en la arena. Hace tres era el instructor de aqua aerobics en la alberca principal. Hace doce su padre le hundía la cara a patadas llenas de odio.
Una urraca picotea un plato con sobras de totopos y guacamole. Dos gaviotas le reclaman.
Otro crucero a lo lejos hace fila en el horizonte. La pareja de mujeres hace fila en la barra del bar, construido sobre una plataforma de concreto a la que después le agregaron toneladas de arena. Ni el bar, ni la playa, ni la arena son reales. Es un engaño más. Como todos. Lo más real aquí es el arrecife que está a unos quinientos metros mar adentro.
Del este, me llega olor a petróleo. Otros empleados inician una fogata. Se reúne un grupo de personas. Velos, flores y bendiciones. Hablan lenguas extranjeras. Les cobraron en dólares por esos metros de arena frente al mar. Por esos minutos de ilusión.
Dicen que todo está incluido, lo cuál me quita el hambre y la sed. Siento como si gritara cuando lo que quiero es estar callado. Siento que tengo que comer, cuando lo que quiero es tomar. Las cervezas las toman calientes. Quizá el hielo no está incluido.
No quiero tocar mi celular, pero en la alberca que está atrás de mi, se escuchan chacualeos sospechosos. Gritan. Música, Hip Hop con alto volumen. Se escuchan otros idiomas.
La pareja de mujeres pidió unas margaritas y apoyan sus codos en un barandal, ven hacia el mar.
No me muevo de aquí hasta que uno de los cruceros que está pasando encienda sus luces.
Ellas en su hogar hubieran cenado hace dos horas, y vestirían ropa aún más vieja y más fachosa. Una sudadera azul. Ni siquiera una liga en su cabello. Simulan buscar respuestas en el cielo, pero no dejan de tocar su celular.
Del otro lado otra boda. Sesión de fotos. A mi nadie me ve. Que se callen todos. Que grite el mar. Unos empiezan hoy. A otros los años se les amontonan. Otros festejan divorcios. A todos les rentan los metros de arena con que traigan dólares. Algún juez les dirá en su lengua lo que ellos quieran pagar. Lo que se unió en esta playa falsa, ¿valdrá en todos lados? Como si un europeo contratara una prostituta en este continente y no le afectará ni la mirada cuando vea de nuevo a su esposa en Praga.
¿Qué más arriesgado que amar? ¿Será de humanos firmar papeles para poder amar? Se ensañan con las mismas canciones. You are the Best Thing de Ray Lamontagne, igual que las dos bodas de ayer. El alcohol se ensaña con la cordura. La oscuridad no ha podido con algunas velas sobre estacas enterradas en la arena. A lo lejos una rubia me roba una mirada, pero se dirige al bar. Por fin alguien me ve. Un crucero acaba de prender sus luces. Yo no me quiero mover.
La parafernalia del amor. Jueces que reparten papeles. Fotógrafos que toman fotos instantáneas. Floristas que acomodan flores artificiales. Novios que juran amor eterno. Bebidas alcohólicas en vasos de plástico. Fogatas con tubería de gas.
A mi izquierda una empleada del Resort acomoda camastros. Tiene que estar todo idéntico a como estuvo hoy por la mañana. Que la película y la ilusión se repita idéntica. Ella canta en otro idioma, alguna lengua local. Se ve feliz. Canta Feliz. ¿Y la luna? ¿Y las estrellas? ¿Cómo se llamará? Canta como el mar. Prenden unas velas eléctricas del lado del muelle. Nada tan real como ella y su canto. Nada tan triste como perderse en una cámara.
La pareja de mujeres viene caminando de regreso por la arena. Ni siquiera se percatan del término de la segunda boda. Sólo ven el brillo de su pantalla, el cuál espanta a los pocos cangrejos que decidieron intentar vivir en esta playa con fondo de concreto. Se encandilan su vida.
Se oye el canto hermoso de una sirena. Por fin huele a algas, a mar. Aunque sea por segundos, hasta que llega una corriente de olor a aceite quemado.
En la alberca de atrás seguían con sus ruidos. Les grito para que callen, y en ese instante me parecí a ellos. La pareja de mujeres me vio y se besaron. La güera que regresaba del bar, me vio y se fue. Voltee al cielo y no pude ver las estrellas.
Kato Gutiérrez © 2015
Noche de Jam, noche de gozos.
Segundo Jam Literario
Protegido: La del mal aliento.
Alguien como tú.
Cuánto daría por ser yo el de esa mesa. Con dos luceros viéndome directo el alma. Con alguien como tú frente a mi, con alguien con ese vestido rojo semi cubriendo sus piernas, y yo añorando que tus piernas me rozaran. Y, yo añorando que esos ojos me vieran como yo los veo a ellos.
Eligieron la esquina para terminar una historia. Siempre las historias de amor de más de siete años tienen que terminar en restaurantes que tengan velas en sus mesas. Él intenta ser una mejor persona, hasta le ofreció dejar de fumar y perder peso. Ella no ofrece sueños, no ofrece explicaciones, simplemente dice que es ella y se acabó; en una mesa de una esquina, con una vela a punto de fundirse.
Kato Gutiérrez © 2014
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Lorena y el aeropuerto.
Solo los separaba la puerta de cristal de la zona de seguridad del aeropuerto. Ella se alejaba de ellos, ellos estáticos la veían partir. Lorena no tendría más de trece años, tenía el rededor de sus ojos rasposo de tanto llanto, arrastraba los pies al caminar, como no queriéndose ir. Los padres estaban estáticos con la esperanza de verla girar y que regresara corriendo hacia ellos. La angustia y la tristeza habían jorobado a la joven madre. No era la primera vez que se separaban, pero eso no facilitaba el proceso. El dolor traspasaba el vidrio de las puertas de seguridad. Solo le quedaban unos pasos antes de tomar la escalera eléctrica que la desaparecería de la vista de sus angustiados padres. La madre tenía años de no maquillarse, muy apenas se amarraba un chongo, los pendientes del diario vivir la carcomían, le habían mellado el espíritu. Quedarse de nuevo sin su Lorena era entrar una vez más al paraíso de las tinieblas. Ahí se perdía la madre, no sabía de ella ni de nadie. Como si fuera su única hija, pasaba todo el día al lado del teléfono, frente a la computadora, algo que le diera noticias de su hija que se había ido al norte. El padre, respiraba con dificultad, con su labio inferior se chupaba su bigote, crecía su pecho para tratar de aspirar más aire, pero el dolor se había robado todo el oxígeno del aeropuerto. Esas puertas eran expertas en ver despedidas, ver dolores, porque cuando uno se va, siempre algo de nosotros se queda. La madre no tenía el valor de ver el cuerpo de su hija, tímidamente le veía solo los zapatos, no soportaba verle sus piernitas largas y delgadas avanzar hacia lo desconocido, sola. No soportaba ver el backpack de un oso de peluche color rosa, lleno de ilusiones y de miedos, era la misma mochila desde que tenía seis años, era como su cobija para conciliar el sueño, sin esa mochila, Lorena no podía dar dos pasos. La abuela pretendía ser la más fuerte, en teoría por años de experiencia, o en realidad por la falta de interés en su nieta. Simulaba ser la abuela que todos esperaban en ese momento, la verdad es que ya se quería ir del aeropuerto, porque a las diez de la mañana tenía un desayuno con sus amigas de la costura, donde por cierto no cosían, ni tejían, ni nada, simplemente comían, bebían café y algunas ron, y criticaban a cuantos el tiempo les permitía. La abuela determinó que lo que le tocaba hacer, era levantar la mano y mandarle una bendición; y pues eso fue lo que hizo. Levantó la mano y la falta de costumbre le hizo dar la señal de la cruz en el sentido contrario, le dio pena que alguien viera su error y bajo su gordo y flácido brazo antes de terminar la famosa bendición.
Lorena lloraba con dolor. La madre le embarró una mirada de reclamo al padre, desde el día que decidieron mandar a Lorena al extranjero esa mirada de reclamo era el desayuno de todos los días para el señor Eduardo. Se parecía a la mirada con que le respondía su mujer cuando el quería tener sexo. Ella casi ya no le hablaba, ni a él, ni a nadie. Solo le repartía miradas; miradas débiles, vagas, ni siquiera con la fuerza del odio. La depresión hasta el odio le había desaparecido.
Dos años antes Lorena había llegado con las calificaciones y una nota de la directora de la secundaria: Era la mejor alumna en la historia de la escuela. No había cometido ningún error en ningún examen, en ninguna tarea. Todo lo que hiciera era perfecto. Además, en el examen nacional había sacado la mejor calificación del país; se confirmaba lo que presentían, Lorena era un genio. Unas juntas con la escuela, y algún comentario antiguo de la niña causaron que rápidamente los padres decidieran mandar a la niña a Estados Unidos, a una escuela para genios, una escuela que la mereciera. Y sin mucha planeación, la mandaron. Era lo mejor para ellos concluyeron los adultos. Y la niña solo obedeció.
La encargada de seguridad les avisó que tenían que dar dos pasos hacia atrás. El vidrio de la puerta se burlaba del dolor de los padres. Lorena tenía la nariz roja, como reno, de tanto llorar. Ya no podía tocarla del dolor que sentía. No entendía nada, y sin embargo, ahí iba de nuevo a ese viaje que dicen que ella algún día pidió, de esas cosas de niño que uno pide a lo pendejo.
Una última vez se cruzaron las miradas de la madre y la hija, mientras el pequeño cuerpo era descendido lentamente por la escalera eléctrica, el olor a aeropuerto de tercer mundo invadía la nariz grande de la abuela que estaba harta de tanto drama y el padre solo pensaba en salir del aeropuerto con la esperanza de que todo fuera un sueño. Tras unos segundos el cuerpo de Lorena desapareció de la vista, y quedaron solos en la oscuridad.
Kato Gutiérrez © 2014
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