Macetas

Iba en una carretera de Nuevo México conduciendo un convertible viejo. Era un momento que durante años había imaginado. A los lados había montañas como películas de Disney. Se me antojó prender un cigarro cuando en el radio viejo sonó una canción de The Cars, no recordé el nombre, pero me sentí bien, como si mis costillas sonrieran, pensé que sería genial que esos músicos supieran el momento que me habían provocado.

Estaba a punto de pensar, por primera vez en mi vida, que estaba viviendo un momento feliz cuando un camión enorme me rebasó, salió de la nada, reventó su claxon, treinta y cuatro coyotes quedaron sordos y a mí me pegó un susto que por poco me cago.

De estar a punto de rozar la felicidad, mientras recuperaba el carril de la angosta carretera vieja, pasé a pensar que me gustaría tener tiempo para ir a comprar macetas una tarde cualquiera. No sé si es porque estaba en medio de un desierto en donde todo era color rojizo o porque de plano soy un puñetas enorme. Me gustaría tener certeza de algo aunque fuera insignificante. Y así, ya te imaginas la mierda que fue llenando mi mente. Yo era el mismo, el auto también, la carretera sacada de la película de Forest Gump, pero ahora mi mente no era mía. No sé si te ha pasado o yo soy el raro.

Quisiera un día en donde el tiempo corriera lento.
Un faje en que cada centímetro durará una hora.
Que el sol se quedara atorado en tus labios.
Que pudiera recordar lo que soñaba a los doce. 
Alejarme de quienes hacen promesas a lo pendejo.

Conocer tu risa despreocupada.
Jugar con nuestras piernas en mi montaña, la luna arriba y el fuego a un lado.
Pero no tengo tiempo ni para las macetas. Ni para mí, ni para odiar. Ni para recordar el pasado.

En París hay invasión de piojos, mis oídos tapados por tanta mierda que filtran. Hay guerras sin fin. Hay guerras nuevas. Todos somos unos pendejos.

Sigo sin macetas. A veces no hay agua en mi ciudad, ni en el mundo. A veces estoy deshidratado y una nube me roza.

Truena la llanta del convertible viejo. Giros. Vuelcos. Acabo vivo empapado de tierra roja. El convertible rojo en fuego amarillo a unos metros de mí. El sol se ensaña con mi nuca, hay días así. Hay un cactus que parece que está pintando un dedo. Escucho unos balazos e imagino un ranchero de Arizona disparando a lo pendejo mientras escupe artículos de su constitución y su cuello rojo está a punto de reventar. No siento mis piernas, me arrastro mientras hormigas se meten a mi nariz. Mis macetas no tendrían hormigas. Un correcaminos pasa burlándose de un coyote viejo. No tengo fuerzas para contarle el chiste al animal. No sé si en realidad era un chiste. No puedo hablar, tengo lodo en mi traquea, tierra que una vez fue mexicana, hormigas invadiéndome. Autos pasan mientras los pasajeros ríen escuchando algo country. Mis costillas que hace unos segundos reían ahora me destruyen los pulmones. Pensé que nunca me había parado de manos. Me prometí que nunca iba a dejar de respirar.

Kato Gutiérrez, © 2023

2 comentarios en “Macetas

  1. Las hormigas desterradas por la sequia de su maceta buscan agua , quivocadas estan pensando que iban a un México Nuevo encontrandose con desierto extranjero rojiso donde nadie las pela. Gracias por tu talento. Espero conocerte pronto.

Deja un comentario